Sinopsis:
Pocos hechos de la historia de la humanidad han supuesto un punto de inflexión tan significativo en la conciencia colectiva como el fenómeno del holocausto. Los archivos están repletos de imágenes, testimonios, artículos de opinión, fotografías? incluso conservamos para la historia algunos de los campos de exterminio más importantes, casi en el estado original, esperando con ello que las generaciones venideras no lleguen a olvidar el horror; el grado de degradación ética del que es capaz de hacer gala el ser humano cuando las circunstancias parecen exigirle maniobrar hacia el Mal. La esperanza está en que, quizás esas generaciones hagan buena esa máxima que preside Auschwitz:
«Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla».
El holocausto? Siempre que veo una película, un documental, cuando examino una fotografía, observo embelesado los rostros desencajados de los tristes protagonistas que miran hacia el objetivo demacrados, humillados; sorprendidos al fin de ser actores y público, de ser víctimas del espectáculo bochornoso que supone la evidencia de la sumisión humana a las ostentaciones del Mal. También he reflexionado a menudo sobre las formas de supervivencia, la manera de aceptar el ultraje, el insulto, la injuria personal y social, y que, estoy seguro, dependen en buena manera del carácter, de la educación y formación, del entorno social y familiar?, de la ideología. Cada uno de esos rostros tienen en común una historia que contar, unos hechos concretos, un conglomerado de horrores descriptivos que les son familiares por lo colectivo? sí; pero también una vivencia personal, una biografía que es singular en cuanto a la percepción individual.
Jorge Semprún (1923-2011), hijo de familia bien del barrio de Salamanca de Madrid, pertenece a una estirpe tradicional, católica? pero liberal y republicana que, para evitar caer en las manos del fascismo franquista, decide emigrar a Europa y que tan solo con veinte años, siendo estudiante de filosofía en La Sorbona de París, se convierte en un activista que combate junto a los partisanos de la Resistencia francesa contra la expansión de la Alemania nazi. Este idealista, joven e inconformista, acaba siendo preso, torturado y conducido al campo de concentración de Buchenwald donde, como el mismo dice en el libro:
«He tenido una idea?/?, la sensación, en cualquier caso repentina, muy fuerte, no de haberme librado de la muerte, sino de haberla atravesado. De haber sido, mejor dicho, atravesado por ella. De haberla vivido en cierto modo.»
La peculiaridad de su testimonio estriba precisamente en la singularidad del personaje: intelectual, amante de la poesía, de la literatura y sobre todo pensador y seguidor, seguramente, de la corriente existencialista Sartriana; Semprún fue un escritor tan sumamente comprometido con su obra que decide no escribir sobre sus vivencias hasta que no está seguro de que ese compromiso no le cuesta su propia vida:
«No poseo nada salvo mi muerte, mi experiencia de la muerte, para decir mi vida, para expresarla. Tengo que fabricar vida con tanta muerte. Y la mejor manera de conseguirlo es la escritura. Sólo puedo vivir asumiendo esta muerte mediante la escritura, pero la escritura me prohíbe literalmente vivir».
De hecho su primer libro El largo viaje (Le grand voyage), fuertemente influido por su paso por el campo de Buchenwald, no se publicó hasta 1963, casi veinte años después de su liberación.
Hasta el 2003 toda su obra fue escrita en francés, aunque se declara absolutamente bilingüe. Las razones que le llevaron a adoptar esa lengua como canal literario tienen que ver, precisamente con sus experiencias en el campo de concentración: «Creo que la razón es que la experiencia la viví en francés, como resistente, y que el libro me salió en el idioma vital de la peripecia». Este La escritura o la vida, quizás su obra más comprometida, se publicó en 1994 y en él se hace una disección, cruda y descarnada de la condición humana; también del horror, si? pero sin caer en la tentación de limitarse a la descripción de la pesadilla. Semprún parece querer huir del relato victimista y asume un compromiso: no ceder terreno literario ante los hechos pulidos de vivencia y, abonando la narración con las consecuencias vitales que, inevitablemente condicionaron una vida, trabajar el relato y dejar que la magia de la literatura haga el resto.
La lectura
Hay un capítulo del libro? maravilloso. No puedo reproducirlo entero por que se llevaría varias páginas de este modesto blog y no creo que, además, sea preceptivo privar al lector del placer de leerlo completo en su contexto más apropiado: el propio libro. En él se discute sobre la necesidad de trasmitir a través de los diferentes canales del arte (cine, literatura, poesía?) el testimonio de las vivencias de los contertulios que participan en el debate. Todos, o en su mayoría, universitarios, músicos, escritores? en fin una tertulia cultural en toda regla mantenida en los barracones inmundos del campo. Se discute sobre la mejor forma de contar su historia, su verdad: Al final, en la conclusión, Semprún acaba haciendo una declaración de intenciones que podría aplicarse a su novela:
? Si he entendido bien ?dice Yves-, jamás lo sabrán ¡los que no lo hayan vivido!
? Jamás realmente? Quedan los libros. Las novelas, preferentemente. Los relatos literarios, al menos los que superen el mero testimonio, que permitan imaginar, aunque no lo hagan ver?. Tal vez haya una literatura de los campos? Y digo bien: una literatura, no solo reportajes?
Me toca a mí decir algo.
?Tal vez. Pero el envite no estribará en la descripción del horror. No solo en eso, ni siquiera principalmente. El envite será la exploración del alma humana en el horror del Mal? ¡Necesitamos un Dostoievski!
Salvando las naturales distancias creativas con Dostoievski creo que, con este comentario, el autor deja bien a las claras sus intenciones, tanto en lo retorico como en cuanto al punto de vista general. No en vano se considera al escritor ruso como uno de los percusores del existencialismo y, probablemente, una influencia notable en la obra de Semprún.
Y es que todo el relato está trufado de reseñas y referencias a los grandes pensadores y filósofos existencialistas: Heidegger, Sartre, Kierkegaard, etc... así como a poetas y escritores. De hecho una de las cosas que declara haberle hecho sobrevivir es su facilidad para recordar y recitar poesía, recurso que utilizará en el campo de diferentes formas. A mi particularmente me ha sorprendido, teniendo en cuenta lo extenso de algunos pasajes en los que se desgrana algunas de las dudas del pensamiento universal, como no se ha hecho hincapié en una de las grandes controversias filosóficas actuales, esto es: Como es posible que uno de los mayores genios de la filosofía, quizás el más importante pensador del siglo XX, uno de los más influyentes sin duda; Heidegger, fuera nazi? Es decir: porqué Semprún ha dejado deliberadamente de analizar el apoyo ideológico que Heidegger aportó al régimen nacionalsocialista. Si? se hace mención, e incluso se censura la negativa del filósofo alemán a formular una posición clara en contra del genocidio judío, pero ni en una sola de sus múltiples referencias a este caso se profundiza sobre ello. No me cuadra y no me cuadra porque precisamente este autor no es en absoluto sospechoso de rehuir la lucha, la pelea aunque sea ideológica. Quizás se encuadre entre esos pensadores, esos intelectuales que han decidido separar esa faceta profundamente censurable de la biografía de Heidegger para centrarse en su trabajo estrictamente filosófico. Labor que le ha valido, por otra parte, ser uno de los más controvertidos pero a la vez uno de los más eminentes y respetados pensadores de su época.
En cuanto a lo exclusivamente literario el relato hilvana con gran maestría cuatro grandes episodios vitales: su estancia en el campo; los recuerdos anteriores ?sobre todo los que tienen que ver con su pertenencia a la resistencia-; los posteriores a su liberación, que supusieron una dura adaptación a la libertad y en la que influyeron notablemente algunas de las mujeres que le conocieron y ayudaron, tanto emocional como intelectualmente; su paso por la política, que supuso un bálsamo para su espíritu comprometido y que permitió mantenerse conscientemente alejado de la escritura; y por último la decisión de escribir, de enfrentarse de nuevo a la muerte, al Mal.
El lector va a sorprenderse saltando de una a otra época, cual viajero en el tiempo, sin perder en absoluto el control de la lectura, teniendo continuamente la sensación de que no podría haberse escrito de otra forma un libro como el que tiene entre sus manos, sin perderse exactamente lo que el autor pretende trasmitir en lo emocional. El dolor, la amargura? pero también la añoranza por lo enriquecedor de su experiencia? la sensación del orgullo de saberse singular e inseparable de sus propias vivencias, pero con la humildad del que se siente en la obligación, como demostró en su etapa política, de servicio a los demás. Sin esa vocación de servicio no creo que pueda entenderse a D. Jorge Semprún Maura.
Opinión
El libro me ha encantado, ha sido una de las mejores experiencias literarias de mi vida, sin más. Además fue un regalo, un regalo que agradezco en toda su extensión: por lo formal y por el disfrute de su lectura.
Como colofón voy a trascribir una reflexión que Jorge Semprún hizo en una de las múltiples entrevistas que concedió en vida y que debería hacernos reflexionar a todos.
«El mal no desaparecerá mientras haya humanidad. El mal es una de las posibilidades que le da al hombre el ser libre, es un subproducto de la libertad humana. Mientras el hombre sea libre, también será libre para hacer el mal. Ésta es, para mí, una certeza metafísica.»
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