El evidente placer que sentimos al contemplar simples objetos terroríficos, en los que no está implicado ningún sentimiento moral, ni suscitan en nosotros otra pasión que, precisamente, la penosa impresión de miedo, es una paradoja del corazón.
Estas palabras de Anna Laetitia Barbauld definen a la perfección esa poderosa atracción que sentimos por todo aquello que nos perturba, nos inquieta, pero que al mismo tiempo provoca en nosotros un contradictorio placer; la visión o sensación del terror subjetivo es como una experiencia terapéutica para la mente humana. No sabemos escapar del deseo por el temor sublime, eso nos enfrenta a los monstruos ligados a nuestro subconsciente, donde se hallan los desdibujados límites de la literatura sobrenatural de terror; pues nuestra atracción por lo oscuro, por lo desconocido ha ido evolucionando en el tiempo desde sus primeras expresiones en la literatura, y lo que comenzó como unas aparentes narraciones legendarias y fantásticas en la tradición gótica se fue transformando en algo más profundo, en algo más cercano al verdadero conocimiento del género humano, los miedos se han ido revelando como más primigenios, más sencillos en apariencia pero más decadentes y monstruosos en su significado. El género humano contradictorio en su esencia desciende en ocasiones hacia la oscuridad insondable que rodea todo aquello donde la mente pierde el control, y su mundo onírico, repleto de pesadillas desconcertantes, se adueña de la frágil voluntad a punto de sucumbir al mundo invisible.
A través de la misteriosa literatura anclada en los hielos y en los profundos bosques la desencantada subjetividad se abrió camino chocando contra la Razón. En el siglo XVIII los ilustrados quisieron basarlo todo en la razón, pues para ellos todo se podía analizar, todo se podía estudiar, pero la contestación era evidente, la literatura en su función social no podía permitir que la libertad de la mente humana dejara de expresarse en narraciones que reflejaran nuestras obsesiones, nuestras ansiedades, y sobre todo nuestro miedos, pues ha habido un gran arraigo y predominio del horror como sentimiento colectivo desde la Europa medieval plagada de grotescas esculturas. La literatura gótica surgió como un poderoso comienzo, como una contestación contra la Ilustración, se unió con el Romanticismo y puso un alto estandarte a favor del terror, de los miedos humanos, de la subjetividad representada a través de la alteridad, que es la condición de ser otro. La alteridad así se nutre de los sombríos mitos y leyendas que pueblan la mente y forman parte intrínseca del legado literario de la humanidad. La literatura gótica precede a una etapa de esplendor que luego marcharía hacia la cumbre de manos del escritor norteamericano Edgar Allan Poe, pero primero los fantasmas, los castillos medievales llenos de misterios, o las visiones espectrales se dejaron ver con poderosa solidez, las narraciones legendarias y fantásticas de horror comenzaban a dar sus primeros pasos y fue un escritor como Horace Walpole quien creó con forma definitiva esta nueva escuela de expresión estética a través de su novela El castillo de Otranto. Esta obra da un veraz impulso a lo que sería uno de los géneros que mejor ha sabido expresar esa parte de la alteridad que está dentro de nosotros y que nos perturba, nos da miedo, nos causa desazón, y que muestra la deslumbrante victoria del espíritu frente a la materia. Pero a pesar de su grandeza, la literatura gótica se quedó a las puertas de un conocimiento superior del género que posteriormente fundaría de forma magistral Egar Allan Poe, quien fue autor de algunos de los relatos más perfectos que se hayan escrito nunca. Poe tuvo un efecto mucho más trascendental en la literatura que la ficción gótica porque encumbró la enfermedad, la perversidad y la decadencia al nivel de ser temas tratados por el artista (Valdemar). Fue un escritor extraordinario de relatos de terror y misterio, que con títulos como La caída de la Casa Usher o El gato negro, mostró a lo repulsivo o a lo deprimente en su forma real, tal como la percibimos en nuestro mundo consciente, sin pretensiones de alcanzar otros planos de la ficción que no fueran mostrar la realidad o el pensamiento humanos puramente. Poe comprendía a la perfección los verdaderos mecanismos y la fisiología del miedo.
La gente sensible está de parte del terror literario, pues la emoción más fuerte y más antigua de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido. Pocos psicólogos pondrán en duda este hecho, lo cual debe garantizar para siempre la legitimidad y dignidad del relato fantástico y de horror como género literario (Lovecraft). La gigantesca y lóbrega jungla de nuestra mente en cuya penumbra perpetua podían estar al acecho todos los terrores no escapó de ningún modo a la creación literaria y mental de otro grande del horror sobrenatural como fue Howard Phillips Lovecraft, escritor fundacional del horror cósmico. Lovecraft desarrolló un intenso sentimiento cósmico que dominará gran parte de su obra, sobre todo en sus narraciones más logradas entre las que encontramos En las montañas de la locura o La búsqueda en sueños de la ignota Kadath. Como Poe, Lovecraft abandona definitivamente las invenciones mágicas de los góticos para darle un lugar ya asentado a temas como la perversidad, la decadencia o los terrores del alma, y supone la cima indiscutible del llamado “cuento materialista de miedo” y punto de inflexión hacia la moderna ciencia ficción. Lovecraft consiguió con sus impresionantes narraciones una sub-creación mitológica magistral, donde extrañas criaturas provenientes de civilizaciones ancestrales acechan entre las decadentes ruinas de lejanas ciudades de ónice.
Por Reyes Lucena, elogiodeltexto.com
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