Hace doscientos años transcurrió un verano lóbrego y misterioso, se produjo una oscuridad que inundó el hemisferio norte. En Italia, Suiza y la costa este de Estados Unidos nevó durante los meses de julio y agosto. En Alemania llovió durante semanas: el Rin inundó extensos territorios. Miles de personas cayeron en la histeria, los profetas de la época anunciaban en dichos sucesos un castigo de Dios. Pero tuvo que pasar un siglo para que los climatólogos descubrieran cuál había sido la causa de aquel terrible verano: la nube de cenizas arrojada a la atmósfera el 5 de abril de 1815 por la erupción del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, nube que se extendió primero por el hemisferio norte y después por todo el globo, dando origen a una atípica oscuridad durante los meses de verano de 1816. La cercanía del lugar de erupción con el ecuador favoreció la expansión del polvo volcánico por las corrientes de aire de la atmósfera e hizo que ese año sucedieran violentas tormentas y hubiera un descenso térmico de varios grados en el hemisferio norte.
Estos, en apariencia, extraños sucesos influyeron decisivamente en el ánimo y, por tanto, en el proceso creador de artistas y escritores de aquella época. Este estado de ánimo especial les insufló nuevas fuerzas de carácter inquietante y lúgubre, o también, potenció una poderosa alteridad llena de nuevos matices. La contemplación de un día a día oscuro e inexplicable dio lugar en la mente de los artistas a atesorar sombrías imágenes que, sin duda, llenaron las primeras narraciones de terror europeas. Al cambiar la relación de los artistas con su entorno, la representación de la naturaleza también evolucionó hacia un poder desatado y lleno de violencia en sus elementos, que fueron motivos recurrentes, tanto para los escritores como para los pintores o los músicos del momento. Obras como El caminante sobre el mar de nubes, del alemán Caspar David Friedrich; o las pinturas de Theodore Gericault.
Estos fenómenos literarios oscuros formaron parte de los matices que caracterizaron a la literatura del romanticismo, las narraciones góticas o la ciencia ficción, que ya iba emergiendo. Aburridos del mal tiempo y hastiados de tan aciagas semanas, Lord Byron, Mary y Percy Shelley y John Polidori compitieron por crear historias de terror en Ginebra, donde se encontraban reunidos. El propio Lord Byron, quien influyó en los poetas de su tiempo, describió un día tan oscuro que las gallinas subieron a dormir a sus palos a mediodía; ese mismo día concibió su poema Oscuridad. Según el historiador alemán Wolfang Behringer, el relato de terror moderno hunde sus raíces en el verano tenebroso de 1816. En este sentido, podríamos decir que la célebre novela de Mary Shelley, creada aquellos días de reunión en Ginebra, surgió influida por todos estos sucesos que inundaron fuertemente el alma de la escritora. La tarde del 18 de junio de 1816, el aburrido grupo de veraneantes entre los que se encontraba Mary Shelley en la casa de Byron, se inventaron un concurso: el ganador sería el que escribiera la mejor historia de terror. De ese inofensivo entretenimiento surgió una de las obras literarias de terror y ciencia ficción más importantes e influyentes de todos los tiempos: Frankestein o el moderno Prometeo.
Cada vez más historiadores y científicos están analizando y estudiando, dos siglos después, cómo la erupción del Tambora transformó la conciencia cultural de aquella época y están plasmando sus conclusiones en numerosos libros, lo que nos proporciona valiosísima información para poder entender este fenómeno tan peculiar. Así, tenemos una clara evidencia de que el entorno influye poderosamente en el proceso creador de los artistas, modificándolo o marcando puntos de inflexión en las tendencias. También en aquella etapa hubo distintas tendencias, como se puede apreciar lúcidamente en obras como las del pintor Carl Spitzweg, donde diáfanos paisajes lanzan un contrapunto a esas magníficas creaciones oscuras.
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