Hay lecciones en las que no hace falta para nada hincar los codos y darse de cabezazos contra el pupitre: entran mucho mejor por los pies. Las que se aprenden en este paseo por el entorno de la localidad zamorana de Pino del Oro son dos de ellas.
La primera habla del desarrollado olfato de los romanos para detectar no ya “pepitas de oro” allá donde las hubiera, sino prácticamente las partículas de ese metal que envueltas entre otras mil forman, de natural, las rocas. Así de sagaces, y empujados por la necesidad alimentar el sistema monetario impuesto en el siglo I a. C. por el emperador Augusto, se mostraron los detectores romanos de este metal que rastrearon hasta el milímetro la esquina noroccidental de Hispania. Es de sobra conocido el “estropicio paisajístico” que convirtió a Las Médulas en el principal suministrador de oro del Imperio en esa época (y en paraje Patrimonio de la Humanidad, en la nuestra). Sin embargo, no son tan conocidos otros restos mineros, especialmente auríferos, que evidencian el afán con el que urgaban allá donde su olfato les indicara la posibilidad de algún miligramo que llevarse al bolsillo. Aunque para eso tuvieran que eliminar montañas, desviar el curso de un río o poner patas arriba media Península.
Y aquí viene la segunda lección que hoy podemos aprender con ayuda de nuestros pies: así queda un paisaje arrasado por la sinrazón. En blanco y negro, como si un filtro del Phostoshop se hubiera llevado el color. El mismo filtro que, además de otras muchísimas cosas, se ha llevado también el canto de los pájaros. Porque si hay una cosa que llama la atención en un paseo a través de un paisaje recién calcinado es el silencio: el paisaje sonoro aparece tan inerme como el visual. Es un silencio profundo, duro. Es la evidencia de que la vida -silvestre en este caso- tardará en volver a recuperar su ritmo perdido, el ajetreo que le era propio. Y llega, de repente, un pensamiento. Así queda un territorio calcinado: lo que veo es una película de cine mudo, en blanco y negro y sin sonido.
El paseo
De regreso a la primera lección -la de los romanos en busca del oro perdido- es preciso encauzarse bien desde el principio. Para ello existen dos opciones: o preguntar a alguien en Pino del Oro dónde comienza el sendero de las minas romanas o tomar como referencia la plaza de la Cruz y bajar por la calle Valfarto hasta que esta enlace con otra plazuela de la que parte el camino de tierra (un poste debió de indicar en su día el inicio del paseo). Setecientos metros más adelante, al cruce con el arroyo de Valdelantela, encontramos el panel con la información detallada del recorrido.
Lo mismo que pasma también la facilidad con que se aprenden las lecciones cuando en vez hincar los codos se pasea uno por ellas.
Y de comer… ternera de Aliste
“Ternera de Aliste”, marca de garantía con Indicación Geográfica protegida, ampara la producción y cría de esta carne en las comarcas zamoranas de Aliste, Tábara y Alba, Sanabria y Carballeda y Sayago. Las razas de las que se obtiene son la Alistana-Sanabresa, Sayaguesa, Parda Alpina, Fleckvieh, Asturiana, Charolesa, Limusina y Blonde. El sistema de producción aplicado combina, para las hembras reproductoras , sistemas mixtos de estabulación y pastoreo, casi siempre en pequeñas explotaciones de carácter familiar. En función del manejo y la forma de producción se distinguen la ternera lechal de Aliste, la ternera pastera y la autóctona. Uno de los platos más conocidos elaborados con esta carne es chuletón alistano.
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