Seguramente todos conocemos la expresión "hacer de abogado del diablo", que es algo así como hacer el papel de malo en una discusión o debate, defender causas indefendibles, o según el diccionario "contradictor de buenas causas". Pero la pregunta es si surgió de forma espontánea como expresión popular o por el contrario tiene una base o fundamento. Como puedes imaginarte, es este segundo supuesto, así que vamos a desarrollarlo.
Se conocía como abogado del diablo (advocatus diaboli) a las personas que durante siglos desempeñaron la función de fiscal en los procesos de beatificación de la iglesia católica. Esta figura fue creada en 1.587 por Sixto V para frenar la "alegría" con que por aquel entonces se tendía a santificar a las personas. Su tarea consistía en la búsqueda de argumentos en contra del proceso de santidad, en presentar el lado oscuro de las vidas de los candidatos. Según declaró en su momento Juan Navarro Floria, catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Católica de Argentina, a BBC Mundo, "es una especie de fiscal que debe controlar que se cumplen todos los pasos establecidos,todos los procedimientos y ver si hay alguna objeción a la santidad. Pueden aparecer testimonios que digan que esa persona no era tan buen cristiano y eso no hace aconsejable su canonización".
En el año 1.983 Juan Pablo II modificó la normativa que regía los procesos de canonización. Hasta ese momento, la función de fiscal o abogado del diablo la realizaba el llamado "promotor general de la fe", que contaba, cual ministerio, con su propia oficina dentro de la Congregación para la Causa de los Santos. Su labor principal era "defender la ley y promover animadversiones contra el candidato". Wojtyla eliminó la oficina del promotor de la fe y esta figura fue sustituida por la del promotor de justicia. A partir de ese preciso instante, su labor pasa a ser la de "presidir las reuniones de teólogos y preparar los informes para la reunión". Para muchos expertos, y así lo parece, esta nueva figura se parece más a la de un secretario que a la de un fiscal, y supone el fin del hasta entonces "abogado del diablo" en la iglesia católica. De este modo, se abrieron las puertas a la santificación de candidatos que con la normativa anterior no hubieran sido declarados como tales, Su primera consecuencia directa fue que durante el pontificado de Juan Pablo II llegaron a canonizarse 482 personas, más de cuatro veces el número de canonizados por sus antecesores durante el siglo XX. El propio Wojtyla fue canonizado por su amigo y sucesor, Benedicto XVI en tan solo 6 años, todo un récord sobre todo comparado con los largos periodos de tiempo que solían transcurrir hasta finalizar un proceso de beatificación.
Así que hoy en día la figura de abogado del diablo parece quedar circunscrita a la sociedad laica y al papel que dentro de la misma suele realizar quien, en cualquier ámbito, desempeña esa función.