Lo estipulado, cronometrado y planeado forma parte de nuestras rutinas durante todo el año y no hay razón para seguir implementándolo en éstos días que decidimos relajarnos y llevar a nuestra mente más allá de nuestras situaciones cotidianas.
En mi caso me considero una fanática de las listas, los planes o tablas y éste viaje a Nueva York no fue la excepción.
Teniendo en cuenta que contábamos con pocos días y muchas actividades queríamos aprovechar al máximo cada minuto.
Pero a pesar de tener todo tan planificado, decidimos disfrutar, improvisar y terminamos sumergiéndonos en la ciudad dejando que nos lleve a donde sea.
Fue así como llegamos al Washington Park entre la 5th Ave y Washington Square North (no estaba en nuestras prioridades), visitamos el shop de New York University y un barrio con casas típicas y restos de adornos de Halloween.
Al mediodía, compramos el almuerzo en un mercado de la zona y sentándonos junto a muchos universitarios a comer en el parque donde me sorprendió la naturalidad con la que las ardillas paseaban por los árboles.
Cuando terminamos, volvimos al hotel para cambiarnos y salimos a seguir recorriendo la ciudad hasta que llegamos a la Grand Central Terminal donde disfrutamos de una cena de lujo en una escenografía de película.
Ése día nos dimos cuenta que al viajar nos olvidamos del reloj, de las agendas y podemos conectarnos tanto con el lugar como con nosotros mismos.
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