Cataluña (V)

La catedral de la muntanya

Como gran villa fortificada que fue sigue siendo, Montblanc cuenta con numerosos monumentos arquitectónicos civiles, religiosos e incluso militares para alargar nuestra visita y que no sea un mero paseo, una mirada rápida antes de seguir nuestro camino. Uno de ellos es la maravillosa Iglesia de Santa María y el espacio que la rodea.








Situada en uno de los puntos más elevados del casco antiguo medieval, ocupa el lugar de una anterior iglesia de estilo medieval, a la que sustituyó por razones de espacio y nuevos aires en el siglo XV. Al parecer la explosión demográfica que tuvo lugar en la zona hizo que la pequeña iglesia del románico que ocupaba el actual terreno fuera demolida y en su lugar se levantara esta obra maestra del gótico catalán.










Así, a primera vista parece que todo fue sobre ruedas, pero nada más lejos de la realidad, ya que la gran epidemia de Peste Negra que asoló Europa también llegó aquí y terminó no sólo con las vidas de la mayoría de los habitantes de Montblanc, sino también produjo una crisis económica nunca antes vista. Por ello, la iglesia que se había ido levantando por tramos quedó sin acabar.














Pero no acaban aquí las vicisitudes del templo, que también fue víctima de la Guerra de los Segadors, cuya furia destruyó totalmente la fachada gótica que la embellecía y que tuvo que ser sustituida por una barroca.

Aún así el exterior de la iglesia es realmente imponente, y deliciosa la pequeña plazoleta que se abre frente a la puerta principal, que está en un costado, con un crucero de elegante factura y una escalera que desciende hasta las calles aledañas.






Por dentro, la sensación de altura es mucho mayor, potenciada por tener una sola nave y enormes techos, sustentados por paredes y capillas lisos, sin ningún tipo de ornamentación. Paseando por el interior encontramos joyas como la Virgen del Cor, el retablo de Sant Bernat y San Bernabé y cubierta por losas de cristal, los restos de la excavaciones que dejan ver el antiguo templo románico.

Antes de irnos, miremos hacia arriba, ya que en lo mas alto del campanario se encuentra la campana más grande de toda la Archidiócesis de Tarragona, llamada Seny Gros.


El Pla de Santa Bárbara, en lo más alto de Montblanc

Quizá temerosos de los enemigos que podrían llegar por los cuatro puntos cardinales, o sencillamente por una cuestión aleatoria, la villa de Montblanc tuvo su origen en este cerro que fundaron y poblaron los íberos y del que aún se siguen encontrando restos.


Mas tarde, reconociendo el gran valor estratégico de este punto geográfico se levantaron una pequeña iglesia, y por supuesto un imponente castillo rodeado por una pequeña muralla. Como estamos hablando del siglo XII, podemos entender que de aquello nada queda, tan sólo los cimientos de los edificios y un pozo cegado.


Por eso, lo que tenemos que hacer, después de haber ascendido al cerro por las cómodas rampas, o para los más inconformistas por los senderos de tierra que salpican la pequeña colina, es disfrutar del precios paisaje que nos rodea, respirar una tierra de valles y cerros que vieron pasar, según se dice a los elefantes de Anibal y nacer la leyenda de San Jorge y el Dragón.


Cuando acabemos de disfrutar de la panorámica, aconsejo bajar por el lado opuesto al que hemos subido y rodear la parte sur del recinto amurallado, para volver a entrar por la Calle Mayor y encontrar el contraste del bullicio comercial y más contemporáneo de la Villa.


Iglesia de San Francesc, la sabiduría de las piedras

Esta pequeña iglesia, localizada fuera del núcleo amurallado de Montblanc, es y fue mucho más que un templo. Desde siempre ha tenido vocación docente, ganas de enseñar e instruir. Hoy lo hace con su centro de información turística y centro de interpretación, y en el pasado como lugar de instrucción filosófica y artes varias con los monjes franciscanos como enseñantes.




Su importancia fue significativa, llegando a alojar a importantes pensadores, eminentes doctores y gran cantidad de personajes y personajillos renombrados de la época.
Desgraciadamente vinieron los malos tiempos, y con ellos la Desamortización. Los monjes fueron expulsados y el edificio cayó en el olvido y el abandono; el claustro fue derruido hasta los cimientos junto con otras dependencias de las que no queda ni el recuerdo.




Afortunadamente los bárbaros dejaron en pie la iglesia aunque se encargaron de desacralizarla y convertirla en una fabrica de vinos y aguardientes. Tuvo que llegar el siglo XX para recordar la importancia que tuvo el edificio para la villa y con ello proceder a su rehabilitación con el fin de celebrar exposiciones, conciertos y otros actos, es decir volver a darle un poco de esa vida que nunca debió perder.

El pequeño y viejo puente

Cuando los romanos llegaron a la península ibérica, trajeron consigo todo el saber de sus ingenieros y constructores de caminos. Debían y querían recorrer todos lo terrenos de la antigua Iberia con el firme propósito de conquistarla e integrarla en en Imperio. Para ello debían salvar multitud de obstáculos cada jornada de avances, como barrancos, montañas y ríos. Y uno de ellos era el río Francolí, que pasaba por la actual Villa de Montblanc.




Construyeron un magnífico puente por el que pudieron pasar las legiones y con ellas el poder de Roma en toda su magnitud. De aquel puente poco queda, apenas los cimientos, ya que en el siglo XII una nueva estructura ocupó su lugar y es el que ahora podemos contemplar. Aunque incompleto, ya que le faltan dos arcos esculpidos que triunfalmente presidían sus dos extremos y que fueron derruidos hace dos siglos para el paso de los carruajes que venían por el camino real, sigue mostrando hoy una estampa histórica única, aunque permanezca un poco alejado de los paseos turísticos más trillados de Montblanc.




Sufridor y testigo que fue y es de riadas, inundaciones, guerras y triunfos, seguirá permitiendo el paso de un lado al otro del río durante tantos siglos como los que ya tiene a sus espaldas.

Y no crean que me he olvidado de enseñarles el hotel donde nos hospedamos. Aquí está:
Hotel Tarraco Park, accesible y práctico

Cuando uno reserva un hotel, suele hacerlo de oídas, por el boca a boca o por referencias de viajeros que lo han "catado" antes, pero en este caso nos decidimos lanzarnos a la aventura sin tener conocimientos previos del establecimiento.
Y he de decir que fue un auténtico acierto.






No sólo es un hotel que en sí mismo es cómodo, luminoso y con un diseño funcional pero atractivo, sino que su situación permite ponerse en la ciudad de Tarragona en poco menos de diez minutos o en Port Aventura o las maravillosas playas de la Costa Daurada en poco menos de quince.








Aparte de la parte práctica, desde que entramos en el hotel los amables y resolutivos recepcionistas nos hicieron sentir rápidamente en casa, dándonos toda la información que necesitábamos para que nuestra estancia fuera de lo más agradable.
La habitación, muy amplia y espaciosa, disponía de todas las comodidades que se puedan brindar y si a ellas le sumamos unas enormes y confortables camas, tenemos la combinación perfecta para obtener un 50% de los puntos positivos que debe ofrecer un establecimiento de calidad.
El otro 50% lo sumó el maravilloso, completo y sabroso desayuno que disfrutamos junto a la piscina cada día de nuestra estancia, con detalles muy catalanes como el pan con tomate o fuet, bollería aún caliente, zumos frescos y variados, gran variedad de panes y fruta y un delicioso café.








Con toda seguridad volvería a hospedarme en este hotel para seguir explorando las maravillas que ofrece la costa catalana.


Tres aldeas en una

Porque en un principio fueron tres los núcleos de población que luego se fundieron y crecieron hasta formar la actual Villa. Uno fue el que habitó las parcelas inmediatamente unidas a la iglesia de Santa Coloma, otro el que estaba bajo la protección de los Condes de Querralt y otro el de la Pobla de Montpaó.








El rápido crecimiento de la población a finales de la Edad Media los unió en uno solo, tal y como hoy aparece en nuestro camino.
De esos aires medievales quedan las puertas de acceso a la Villa, pero no las murallas, que el tiempo, el hombre y siglos de paz derrumbaron o transformaron en paredes de nuevas viviendas. Pasear por las angostas calles de Santa Coloma es también viajar por el tiempo, recorrer pequeñas plazas y girar en cada uno de los requiebros que a cada momento hacen los pasajes y callejones que conforman el venoso entramado de la población.










Y es que no le falta casi nada de lo que heredó de la Edad Media. Un barrio judío escondido entre los oscuros ángulos de la Plaza de la Iglesia, el gran castillo palacio de los Condes de Querralt, restos de murallas y tradición de mercado, son parte de los muchos atractivos de la Villa, aparte de otros más contemporáneos que saldrán a nuestro paso, como el tronco de un árbol que sale de la pared de una casa y trepa hasta lo más alto sin que nadie se haya atrevido a cortarlo.




¿Cómo se puede segar la vida de un ser vivo con tanta vitalidad, si es de la misma sangre que la tierra de donde crece, valerosa frontera que fue entre la Cataluña cristiana y la musulmana?


La fuente de los condes.







Su nombre original es el de Fuente de los Condes, pero popularmente, como gusta de hacer en muchos lugares de nuestra geografía, se conoce como Fuente de les Canelles. Su construcción data de 1614 cuando el virrey de Cataluña, enamorado del nuevo arte que empezaba a florecer por toda Europa y que se conocería como Barroco, quiso que sus tierras de Queralt fueran una especie de laboratorio de ensayo para los constructores más versados en el nuevo aire artístico, por lo que mandó a construir varios edificios y la fuente que hoy podemos ver para disfrutarlos en sus largas estancias en la entonces pequeña villa de Santa Coloma.

Con las aguas del río Gaiá corriendo por sus venas de piedra y metal, y la imagen de Santa Coloma bajo un dosel de concha presidiendo un conjunto de tres alturas, la fuente es todo un canto a la gloria del Conde, a sus gustos artísticos y por supuesto a su nobleza, ya que los escudos de su condado flanquean el conjunto y refuerzan la idea de poder que el noble quiso demostrar en una fuente austera y encorsetada que no carece de cierta delicadeza y originalidad, como podemos ver en las cabezas de bronce de donde surge el agua, cada una diferente de la otra. Fue durante mucho tiempo la única fuente del pueblo y lavadero y abrevadero para animales hasta bien entrada la década de los 70 del siglo XX.






Si nos giramos, vemos un elemento que completa el conjunto y que da un toque muy especial a la pequeña placita ajardinada que ocupa el lugar donde un día los íberos fundaron la primitiva población.

Se trata de una delicada cruz gótica que representa un calvario y varias escenas de la pasión. Contrasta su detallada factura frente al estilo un poco tosco que nos enseña la fuente, quizá más afectada por el paso del tiempo.


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