Total, que desde hacía años tenía muchas ganas de conocer Valencia y lo único que me frenaba era la idea equivocada de que estaba muy mal comunicada con Zaragoza. Así que cuando mi hermana me dijo que había encontrado autobuses directos con horarios más que jugosos, no nos lo pensamos dos veces: buscamos un pequeño apartamento y nos marchamos cinco días a descubrir esta maravillosa ciudad mediterránea.
Fueron días de calor, humedad en el pelo y piernas cansadas al caer la noche. Días de coleccionar selfies en los retrovisores de las motos y, cómo no, días gatunos. Vimos bastantes gatos, tanto incrustados en las fachadas como con vida propia (en una ocasión, un graffiti saltó de la pared a la realidad, ¡a ver si lo encuentras entre las fotos!). Tampoco pudo faltar parada en la famosa casita de los gatos, una obra de Alfonso Yuste Navarro situada en la calle Museo que sirve de morada a los gatetes del barrio del Carmen y a la que no le falta detalle (tiene hasta el típico cartelito de "asegurada de incendios" ).
Si algo me gustó especialmente fue, sin duda, callejear por el barrio del Carmen. El arte urbano, las placitas y las tiendas con encanto hacen de esta zona un laberinto precioso en el que perderse. Además, Valencia es una ciudad para disfrutar mirando hacia arriba, tanto por los murales como por las fachadas. Hay edificios grandiosos allá donde mires: en los alrededores del ayuntamiento, en el barrio Ruzafa,... ¡y tampoco olvides echar un buen vistazo hacia arriba si entras a la Iglesia de San Nicolás; las bóvedas tienen unos frescos impresionantes! Si eres más de mirar hacia abajo, subiendo a las Torres de Serranos encontrarás unas vistas magníficas del casco antiguo de la ciudad con El Miguelete como protagonista.
La Ciudad de las Artes y las Ciencias la vimos solo por fuera. Personalmente, me gustan más las zonas antiguas de la ciudad, pero verte rodeada de tanto edificio futurista tiene algo que atrapa. El paseo LUmbracle, lleno de vegetación, me encantó (sobre todo porque significó un rato de caminar a la sombra después de hora y pico haciéndolo bajo el sol, jajaja) y los kilométricos Jardines del Turia, también. Los recorrimos varias veces paseando hacia la Ciudad de las Artes, y el día de vuelta improvisamos allí un picnic antes de coger el autobús. Son el pulmón de la ciudad... y lo mejor es que su extensión es tan bestial y larguilucha que, estés donde estés, es muy probable que los tengas cerca.
Por último, una tarde nos acercamos a la playa de la Malvarrosa y callejeamos por el Cabañal, el barrio pesquero de Valencia. Ese día no cogí la cámara, pero sí hice alguna foto con el móvil que publiqué en . En el Cabañal se respira un ambiente muy diferente al del resto de la ciudad, es como si el ritmo de la vida se ralentizara entre edificios bajitos con fachadas de colores. Se ven sillas junto a las puertas y gente de tertulia como si de un pueblecito se tratase. No indagamos mucho por este barrio porque estábamos bastante cansadas de la caminata desde el Carmen hasta la playa, pero es algo que se queda ahí pendiente para la próxima vez que vuelva a Valencia –porque seguro que, tarde o temprano, volveré –.
Antes de despedirme, voy con algunas cuestiones prácticas y datos random aleatorios:
Me sorprendió (y alegró) que no hubiese demasiada gente. Salvo en alguna callejuela céntrica, era relativamente sencillo mantener la distancia de seguridad y todo el mundo, por lo general, llevaba mascarilla.
Las distancias en Valencia son largas, aunque no lo parezca. El día que llegamos casi nos da algo paseando desde El Carmen hasta la Malvarrosa, ida y vuelta. La segunda vez que nos acercamos a la playa fuimos caminando y volvimos en autobús (el billete sencillo se puede comprar descargando una app, y por tonto que suene me encantó esa modernez ).
Valencia, a pesar de ser una gran ciudad, está llenita de zonas verdes. Los Jardines del Turia son el parque más grande, pero los Viveros o Jardines del Real también son espectaculares (me gustaron incluso más que los del Turia).
Como teníamos cocina en el apartamento no comimos fuera, pero sí merendamos rico. En "Dulce de leche" (una cafetería mega cuqui en el barrio Ruzafa –creo que archiconocida por todo valenciano–) me comí el croissant relleno de chocolate más delicioso que he probado en la vida. Volver a Valencia merecerá la pena aunque solo sea por repetir tal experiencia sensorial, jajaja.
¡Buen fin de semana!