Siguiendo con nuestra semana de vacaciones, decidimos atrevernos a conocer el mini zoo de Guadalajara. Atrevernos es el verbo correcto, suelo salir descorazonada de estos sitios, por eso hemos tardado tanto en ir a conocerlo.
En general estos lugares no me gustan, detesto ver pájaros enjaulados, peceras pequeñas y sucias, niños gritándoles a los animales y padres que no los educan y les enseñan a tener un poco de respeto.
Ciertamente es un mini zoo, y aunque la entrada es mejor de lo que esperaba, me decepcionó ver que a medida que más avanzábamos, peores eran las condiciones de los animales. La alimentación nos llamó la atención: la mayoría de las jaulas tenían fruta y pan. ¡Pan!
El encuentro más bonito que tuvimos fue con los venados, uno de ellos se acercó lentamente hasta la reja. Nosotros inmóviles, casi sin respirar para no asustarlo. Se quedó mirándonos de cerca, y luego se acostó. Fue en ese momento que saqué la cámara. Antes no, lo mínimo que uno puede hacer es mostrar respeto, no gritarles, no golpear las rejas para llamar su atención…
Pero, eso no es algo común en la gente. A pesar de los carteles “No alimente a los animales” y por supuesto, del sentido común, tuvimos que llamar la atención a cuatro niños que le daban palomitas a los pavo reales y a los corzos. La culpa no la tienen los niños, sino los padres que estaban al lado, quienes en vez de actuar de inmediato, se justificaron diciendo “Pero si sólo es uno… Ya sé que no se debe, pero sólo es uno” mientras los niños continuaban alimentando a lo pobres pavos.
Me gustaría escribir que fue maravilloso, pero no puedo. Escribir entradas de falsa alegría, y obviar lo malo, no es algo que pueda hacer. Quizás en un país como España con un fuerte arraigo cultural a la caza, los animales estén mejor en unos metros cuadrados que libres por el campo, pero no puedo dejar de pensar lo contradictorio de la frase en sí.
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