Vacunas, monjas y efectos secundarios.

En Cataluña ha muerto un niño por causa de la difteria. El niño natural de Olot situada en La Garrotxa, una zona volcánica de las más bellas de mi tierra, ha muerto por una enfermedad erradicada hacía más de 30 años gracias a las vacunas que no se le administraron a su tiempo por voluntad de sus padres.

Pero al niño no lo han matado sus padres. Ningunos padres juegan con la vida de sus hijos. Ellos pensaban que lo mejor para el niño era no vacunarlo porque así se lo recomendaron los cómplices de la difteria y corresponsables de la desgracia: los antivacunas. Esta gente que reniegan del progreso y abominan de la medicina oficial y las farmacéuticas, porque dicen, son entidades malignas que inventan enfermedades o retrasan las curas con el fin de lucrarse, sin explicar, eso sí, que algunas de las terapias alternativas que intentan popularizar como la homeopatía, también están en manos de multinacionales e incluso monopolios como Boiron y  que venden sus remedios a precio de oro.

Gente como la monja Forcades, una religiosa que es licenciada en medicina, ¡ojo! no doctora, y que ahora pretende ser nada más y nada menos que la Ada Colau de presidencia de la Generalitat. No quiero aceptar, de verdad me niego aceptar que esta monja es médico, porque si se tratara sólo de una sor de las que hacen dulces que se ha metido a charlatana de la Nueva Era se le podría acusar de negligente, pero si de verdad es licenciada en medicina, entonces la cosa cambia de negligente a algo mucho peor. Entiendo que un médico quiera ganar dinero recetando reiki o acupuntura, que al fin y al cabo son tonterías, complementado los tratamientos farmacéuticos, pero no creo que ningún galeno de verdad juegue con la vida de sus pacientes negando la eficacia y la necesidad de la vacunación.

Las vacunas presentan multitud de efectos secundarios pero ninguno tan grave como los que producen la ralea  “conspiranoica” y “quimiofóbica” que lamentablemente está envenenando las aguas ideológicas de izquierdas. Además son efectos secundarios insignificantes al lado del milagro científico de evitar a las nuevas generaciones el no poder mover sus miembros por la poliomielitis, quedar desfigurados por la viruela o intelectualmente incapaces por la meningitis.

El riesgo de no vacunar a los hijos se aprecia pensando en un hecho reciente: una enfermera pudo ser curada por eminentes médicos con todos los medios disponibles, de una enfermedad terrorífica llamada ébola  para la que no existe vacuna y que mata a miles de personas anualmente ¿les suena? Pero otros médicos tan eminentes y con los mismos medios que los anteriores no han podido salvar a un niño de la difteria, puestos a comparar ¿cuál de las dos enfermedades da más miedo en el contexto europeo?

Otro ejemplo. Tanto Steve Jobs esto tanto Steve Jobs lo otro y el creador de Apple y de Pixar, se dejó morir de un cancer de páncreas, de los pocos curables con cirugía, tal como explica él mismo en su famoso discurso en Stanford, por no creer en la medicina oficial y negarse a operarse. Triste final para un hombre tan grande. Es por ello que no culpo a los padres del niño fallecido, si la horda antimedicina pudo convencer a un genio como Jobs ¿por qué no iban a convencer a un matrimonio catalán bien intencionado?

Yo soy enfermo crónico. tengo un asma brutal del que quiero hablar largo y tendido en este blog, pero no soy un discapacitado y la frontera entre la enfermedad congénita y la invalidez está delimitada por la medicina oficial. Mi vida ha sido un efecto secundario. La cortisona que me administraron para combatir el bronco espasmo agudizó mis cataratas congénitas, cataratas que fueron operadas gracias a esa medicina oficial y ahora además de vista de lince, respiro como un chaval de 20 años. La Sertralina que tomé cuando la depresión me convirtió en un muerto viviente, me produjo faringitis, pesadillas, agitación, nerviosismo, libido disminuida, mareo, somnolencia, cefalea, temblor, alteración de la atención, alteraciones visuales, acúfenos, diarrea, boca seca y flatulencia; pero ahora tengo más ganas de vivir que nunca, algún altibajo hay, pero la química de mi cerebro está ordenada y eso hace que ame la vida y los efectos secundarios fueron desapareciendo… bueno, alguno queda.

Sí química cerebral, química, esa palabra actualmente denostada con fines publicitarios. Cómo decía mi catedrático de fisico-química en la escuela de ingenieros: la química es todo. Es la base de las demás ciencias aplicadas: La medicina, la ingeniería… no hay proceso industrial que no dependa de algún procedimiento químico. El agua más pura del más cristalino manantial y el aire más limpio de la montaña más inaccesible son los productos químicos por antonomasia.

Sin la química no habría contaminación de los ríos, los mares ni los cielos, es cierto, pero eso es más por falta de escrúpulos comerciales, que por exceso de química, pero tenemos papel, jabón, ropa de nylon y juguetes de colores no tóxicos. Hacemos química cuando preparamos mayonesa, hervimos huevos o nos servimos una taza de café.  Pero sobre todo tenemos medicinas que calman nuestros dolores de cabeza, de muelas y articulaciones. Tenemos anestesia sin la que la cirugía continuaría siendo el suplicio que era hace siglos y tenemos el doble de esperanza de vida que nuestros antepasados.

Pero la química ahora es mala y lo que mola son los remedios naturales. De acuerdo, la manzanilla y la valeriana sientan bien pero no son más naturales que el arsénico, la cicuta o las amanitas muscarias, todo ello mortal y se ingiere. Hay muy pocas cosas en la industria que no sean naturales, pero a algunos de sus productos se les denomina despectivamente “químicos” olvidando que el petroleo, al azufre o el mismo uranio se obtienen de la tierra al igual que el trigo, el maíz o la aloe vera.

Para acabar usaré uno de los mismos argumentos de los antivacunas y demás charlatanes, si la homeopatía, la aromaterápia, o medicina “cuantica” funcionasen ya se habrían apropiado de ellas las grandes y avariciosas farmacéuticas como Bayer, GlaxoSmithKline o  Pfizer, y es que como dice el gran cómico británico Tim Minchin: “La medicina alternativa que funciona se llama… medicina”

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