Una nueva oscuridad

Una explosión hizo que todo el mundo se asustara y se levantara. La biblioteca, que hacía apenas unos segundos había estado sumida en silencio, ahora estaba llena de gritos y gente corriendo de un sitio a otro. La encargada del lugar, con una calma aparente, pedía por favor que se tuviera cuidado con el material de la biblioteca, que no corrieran y que mantuvieran silencio.
—¡No tengáis miedo, el miedo lleva al lado oscuro! Debéis mantener la calma— repetía.
Una chiquilla de apenas once años tropezó con ella mientras corría y la mujer la ayudó a ponerse en pie, pero se zafó rápidamente de sus manos. La explosión ha sido cerca del Templo y se oyen disparos, ¡¿cómo no vamos a tener miedo?!, se preguntaba mientras atravesaba la puerta. Se apoyó sobre la pared del pasillo para recuperar el aliento. No sólo se oían disparos de blásters, sino el entrechocar de sables láser. Alguien estaba peleando, ¿pero contra quién?

Cuanto más se acercaba a la entrada del Templo, más le daba la sensación de que las cosas no iban nada bien. Cuando estaba ya en los últimos peldaños de la escalera, un jedi cayó frente a sus pies y exhaló su último aliento. Tenía una herida de sable láser en el pecho y el corazón de la joven latía con intensidad. Estaba tan aterrorizada que ni se percató de que un sith se acercaba hacia ella. Miró el sable del fallecido y lo cogió, aunque no sabía muy bien porqué lo había hecho. Cuando escuchó unos pasos acercándose en su dirección, alzó la vista y activó el sable, sin darse cuenta de que los sith se estaban apoderando del Templo y de que los jedi morían poco a poco.
Algo chocó con fuerza contra una de las columnas que había entre la niña y el hombre. La nube de polvo que levantó el impacto y la piedra rota que caía del pilar hicieron que durante unos segundos no se vieran el uno al otro. El sith avanzó con paso seguro, pero la niñita ya no estaba donde la había visto por última vez. Escuchó el siseo de una hoja por su espalda y lo esquivó sin ninguna dificultad, dejando que la chiquilla tropezara con el muerto y se diera de bruces contra el suelo.
—Eso es, pequeña... Siente el miedo, úsalo.
Parecía casi un susurro en su cabeza, unas palabras pronunciadas con tal dulzura que le parecía imposible que las estuviera diciendo el imponente hombre que se hallaba frente a ella, con una armadura negra. Sus ojos grises la miraban con complicidad y le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie. De repente se olvidó de qué era ella y qué era él, y le tomó de la mano.
—El miedo es para los débiles— le espetó, recordando en un segundo la situación en la que se encontraba.
—El miedo es una herramienta que sólo los más fuertes se atreven a usar, y tú tienes mucho miedo— sonrió—. Puedo verlo en tus ojos... puedo olerlo en ti. No tienes porqué morir hoy. Puedes venir conmigo y hacerte fuerte y poderosa. Estoy seguro de que echas de menos a tu mamá en estos momentos.
Sus palabras le desconcertaron y se quedó petrificada por un instante. Alguien bajaba por las escaleras y en cuanto la pudo ver, la llamó por su nombre y amenazó al sith que había junto a ella. Cuando la bibliotecaria bajó para coger a Denee, ésta activó el sable con rapidez y la atacó. El rostro de la mujer, acongojado y sorprendido al mismo tiempo, se le quedó grabado a fuego en la memoria.

Meses más tarde...

Damien Qaz, el sith que se la había llevado del Templo jedi de Coruscant, había cuidado de ella y no había dejado que nadie se le acercara. La había llevado a Korriban, un planeta que, según le había contado él, había pertenecido a los sith desde el principio de los tiempos y ocultaba tumbas de señores tan grandes como Tulak Hord, Naga Sadow, Marka Ragnos o Ajunta Pall. Ninguno de esos nombres le sonaban a la joven, quien a veces se mostraba callada y ausente, y otras se arrepentía de su elección.

Se había vestido con unas ropas especiales que Qaz le había dicho que se pusiera esa mañana. Tenían que ver a una persona muy importante ese día. Cuando fue a buscarla a su cuarto, se limitó a asentir con la cabeza en señal de aprobación y le tendió la mano. Siempre la llevaba cogida de la mano, como si fuera su pequeño tesoro. No cruzaron ninguna mirada o palabra hasta que se detuvieron frente a una puerta. Denee se sentía culpable, pues la noche anterior habían discutido y le culpaba de todo lo que había pasado en el Templo y de que ella se encontrara en esos momentos con él, rodeada de siths. Le había gritado que ella algún día sería jedi y que acabaría con su vida, que le vería morir mientras rogaba entre sus últimos suspiros que le dejara vivir. A Qaz no le había sentado nada bien. Se daba cuenta tras el silencio de aquella mañana, aunque el día anterior no lo hubiera mostrado.
—Déjame hablar a mí— el sonido de su voz había hecho que regresara al presente. Se había arrodillado frente a ella y la miraba fijamente. Había algo en su rostro que no había visto hasta ahora—. La mujer a quien venimos a ver fue quien me envió a buscarte al Templo. Lleva todos estos años pendiente de ti y mi deber era traerte junto a ella.
Qaz suspiró y la abrazó. No recordaba que nadie la hubiera abrazado de aquella manera antes. De repente, se sintió muy pequeña. No sabía si era por la situación o por el hecho de que él la estuviera abrazando, hecho que le recordó que, pese a todo, no era más que una niña.
—¿Quién es?— quiso saber.
—Es tu madre, pequeña. Lady Anandra quiso traerte consigo cuando supo que atacarían el Templo.
El corazón le dio un vuelco y se apoyó en la pared. Qaz la sostuvo, preocupado. Unos pasos le sorprendieron y la cogió de la mano.
—¿A qué estáis esperando?— inquirió una mujer. Se percató de la niña que acompañaba al sith y le hizo un gesto para que la llevara adentro.

Cuando abrió los ojos, vio algo negro. Escuchaba voces, pero no era capaz de interpretar las palabras. Qaz estaba sentado con ella en sus brazos. Cuando giró la cabeza, una mujer de cabellos como el fuego se puso en pie y el hombre le acarició la mejilla. Rápidamente, la mujer le apartó la mano y la miró.
—Vamos, ponte en pie, Denee— le espetó.
—Dadle unos minutos, señor. Acaba de recobr...— fue interrumpido por la mujer, quien le reprochaba haberle cogido cariño a la niña.
Denee le apretó la mano a Qaz para hacerle saber que no pasaba nada y se puso en pie, algo confusa todavía. Miró a la mujer de mirada fría. Si era su madre, como ella decía ser, no la recordaba. Le dijo que estudiaría las enseñanzas sith, que se haría fuerte y poderosa, no débil como los jedi. Qaz ya no estaría con ella y no volverían a verse. Aprendería con otra persona y, cuando estuviera lista, pasaría a ser su aprendiz.
Qaz la acompañó de nuevo hacia su cuarto cuando el encuentro con su madre hubo finalizado. Él la había protegido desde el primer momento en que se encontraron y se había encargado en esos pocos meses de que no le faltara nada. Aunque no quería admitirlo, le había cogido cariño y eso hizo que comenzara a sollozar. El sith se arrodilló frente a ella y la abrazó.
—Volveremos a vernos muy pronto, pequeña— le susurró al oído—. No estaremos separados durante mucho, ya lo verás.

Los meses pasaron con rapidez hasta que su madre la hizo llamar. La noticia de la muerte de Qaz le sorprendió, y no cabía duda de que su madre se había encargado de que el sith no viviera lo suficiente como para que volvieran a verse. Se había mostrado neutral frente a ella, pero no pudo evitar echarse a llorar cuando se hubo marchado de su despacho. Él le había enseñado a mostrarse neutral, a ocultar sus emociones. Así no conocerán tus debilidades, le había dicho. En recuerdo de su memoria, se prometió que seguiría el camino de los sith, que aprendería y que vengaría su muerte.

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