pero están secos.
Tengo el mentón endurecido
de tanto apretar los dientes a cada fallo,
con cada rabia, con cada olvido.
Tengo dolor en los brazos
de ayudar a levantarse y alzar cada nueva vida.
La noche supone un descanso
quizá para otros, no para mí.
Los sueños se enmarañan con los golpes del pasado.
La paz y el silencio en la penumbra
se rompen con sonidos
que me devuelven al “aquí” y al “ahora”.
Una vuelta, otra más.
Calor. Hormigueo en los músculos.
Tengo los ojos enrojecidos, me escuecen,
pero están cerrados.
Tengo un futuro por delante,
un camino que discurre
entre monte y rocas.
Un discurso que se repite
con amor de padre que no está,
con la fuerza de un aliento repetido.
Una gota de sangre que salpica el suelo
levantando el polvo
que en años formó el cúmulo de la vida.
Tengo los ojos enrojecidos, me escuecen,
pero sí es de escribir,
de abrir el alma y esperar.
Esperar a que perdure, y acaso guste
al que lo leerá.