Supongo que cuando leas esta carta ya habrás vivido lo suficiente como para saber que el amor y el odio son caras de la misma moneda. No te pueden imponer a quien amar ni a quien odiar, pero nuestras autoridades están convencidas que esto último sí es posible. Así que se han sacado de la manga los delitos de odio o de incitación al odio.
Y no sólo las autoridades, cualquiera hoy día puede arremeter contra todo el que le lleve la contraría argumentando que es victima de incitación al odio. Antiguamente denunciabas ante la Santa Inquisición a quién te caía mal, ahora lo acusas de propagar el odio hacia ti.
Todos los gobiernos locales o nacionales están perdiendo el culo para aprobar iniciativas legislativas o administrativas que castiguen la inducción al odio, y eso, querido sobrino, a mi me suena a ir en contra de la libertad de expresión. De acuerdo, no dejemos que se arremeta contra la gente por su raza, religión u orientación sexual pero de ahí pasaremos a proteger a la gente contra opiniones sobre su estatus social, cargos públicos y tendencias criminales:
-. “Protestar contra la corrupción es incitar al odio hacia los políticos y actuará la fiscalía”.
Desde luego es una idea genial para callar a la gente.
Por supuesto que se puede propagar el odio, lo hemos visto a lo largo de la historia, pero como arma política, desde el poder, el adoctrinamiento y en tiempos de crisis y desesperación de la gente. Pero eso requiere tiempo y es algo que sólo pueden permitirse los gobiernos, iglesias, hinchadas de fútbol y no “twitteros” iracundos con con exceso de mala leche y déficit de formación académica.
Desde niño he vivido rodeado de gente a la que no le gustan los negros o los homosexuales, por ejemplo, y eso jamás me indujo a odiarlos. Yo odio a quien me dicta el corazón igual que a quien amo. Tengo derecho a odiar a quien me dé la gana siempre que mi odio se limite a eso, a un sentimiento, y tengo derecho a decirlo pues presuponer que los que escuchen mis palabras empezarán a odiar a manos llenas es infantil y absurdo. Revelar mis odios lo único que hará será retratarme como persona. Dime a quien odias y te diré quien eres.
Gracias a escuchar a quien odia alguien puedo saber de quien se trata. Es necesario conocer los odios de la gente para saber de que pasta están hechos. A todos nos gustan los cachorritos y las sonrisas de los niños, eso no aporta información sobre si te conviene relacionarte con alguien o si debes, por ejemplo votarle. Yo nunca hubiese votado por Donald Trump precisamente porque dice claramente a quien odia.
Tengo derecho a odiar a los narcotraficantes, a los que matan en nombre de Dios, a los que explotan a los trabajadores y a los terroristas; pero temo, querido sobrino, que pronto cualquier fanático del Estado Islámico pueda ponerme una denuncia por islamofobia ateniéndose a alguna legislación “progre” contra delitos de odio. Pronto sólo podremos odiar a Sauron, a Satanás y a Justin Bieber.
Así estamos, querido sobrino, espero que cuando leas esta carta la libertad de expresión esté mejor protegida que en este mi tiempo. Espero de corazón que no tengas motivos para odiar pero recuerda que no siempre podemos gobernar nuestras emociones. Mientras tu odio no lo expreses con bates de “baseball” o cruces ardiendo, todo estará bien.
Un abrazo de tu tío.
En Barcelona a 21 de marzo de 2017.