inocentes y puros
que posándose distraidos en el suelo del ahora
se elevan después enhiestos hacia el cielo.
Tu madre te mira con amor eterno y dice:
“Mi niña”.
Yo te abrazo, te siento y tú te acurrucas.
No puedo dejar que tu alma infinita
se ahogue por mi vil agotamiento.
Quiero sentir, mi ángel,
que mi vida será plena en tu pausado despertar.
Hazme tu regalo inmenso cada mañana.
Mira con ese brillo tu presente.
Siente, sin saberlo, que el futuro es tuyo.