Mi muchos quilos, mi vieja osamenta y algúna herida de la vida no cicatrizada, hacen que caminar bajo este calor impío incluso para lo normal en esta tierra, se convierta en una hazaña.
Atrás quedaron los 10 kilómetros entre el Balneario y el Castillo de Chulilla como si nada, que Les Champs Elysees parecieran un callejón y que la fiebre y la diarrea no me impidiera orientarme por el Cairo.
Y ahora mierenme, a pesar se estar de vacaciones apenas tengo ganas de salir a comprar el pan.
Pero no sé, no logro sentirme mal. Incluso me permito descansar en una de esas cafeterías donde te cobran el café a precio de caviar.
El muchacho italiano que atiende es tan alegre, tan persuasivo que además del obsceno precio del expresso me arranca el cambio como propina.
¡Si yo hubiese sido como él! Si hubiese tenido su energía y su salud. Comienzo a recordar mi infancia enfermiza, mi confusa adolescencia, mi surrealista Mili, mi fracasada carrera universitaria y los años de explotación laboral. ¡Ah! Y las mujeres ¿Qué fue lo que hice tan mal?
Malos recuerdos pero aquí estoy tomando un café ridículamente caro servido por un joven rebosante de energía y salud que tal vez cuando llegue a mi edad no podrá decir como yo: “Lo hemos pasado mal, David, pero lo superamos todo ¡Felicidades!”
Estoy solo en Barcelona. Mi familia está lejos y hasta aquí no alcanza la Tramontana. Estoy dando el último sorbo a un café astronómicamente caro, pero, me siento bien. No sé, quizás también me lo merezca.
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