Arrastraba los pies como aquel que arrastra una cadena. Era como si el cuerpo le pesara, pero su alma era el auténtico lastre. Había perdido al amor de su vida y, desde entonces, no había sido el mismo. Del hombre alegre y vivaracho no quedaba ni rastro. En su lugar, la pena y el pesar se habían adueñado de su rostro y de su ser. Cuando miraba su cama, vacía, no podía evitar pensar en ella. ¿Por qué no podía estar con el ser que amaba?
Se acostó y lloró. Los minutos parecían horas, y las horas parecían una eternidad. Por suerte, el sueño no tardó en arroparle. Era un sueño extraño que, de algún modo, le hizo sonreír. Volvía a oler ese perfume que tanto había odiado pero que echaba de menos, y volvía a notar un calor que le hizo estremecer. Llevaba poco sin su amada, sin aquella a la que había amado desde que la vio por primera vez en el parque, a la que había hecho el amor con todo su ser, a la que había visto envejecer y a la que había apoyado en los buenos y malos momentos de la vida que habían compartido juntos. Pero el tiempo no entiende de amor. Le había otorgado la felicidad imperecedera para arrebatársela después, haciéndole sentir el amargo sabor de la soledad y el dolor. Su mero recuerdo retorcía su corazón. Recordó la pareja de pajaritos que tenían y cómo, al poco de morir uno de ellos, el otro no tardó también en morir.
- Cuando un pájaro muere, su pareja pierde todas las ganas de vivir- le había explicado, apenada por el fallecimiento de sus pequeñas aves.
Había deseado con tantas ganas reunirse con ella, justo como el pajarillo había hecho años atrás...
El sueño al fin le venció, un sueño dulce. De repente se sintió libre, se sintió feliz. Sabía que no había marcha atrás y se aferraba a lo que aún estaba por venir. No sufría, era feliz, pues el aroma del perfume no era un sueño y tampoco se estaba quedando dormido. Le rodeaba una luz cálida y se sentía envuelto por el universo. Nada importaba ya, pues sabía que al fin tenía lo que llevaba deseando los últimos meses. Mientras la luz abandonaba su cuerpo, el frío se apoderó de él, lento y mortecino. Con una sonrisa en los labios, sabía que al fin se había reunido con su amada. El dolor y la pena habían desaparecido. Su corazón ya podía dejar de latir, pues era feliz.
En memoria de dos grandes luchadores que ya no están con nosotros, que en paz descansen. Gracias por las lecciones que me habéis enseñado.