Cuando azota el invierno los recuerdos llegan sin esperarlos. Recoges un puñado de tierra, de carbón, de hierba y todo lo que hemos olvidado, aparentemente, recorre nuestras venas y se instala en el cerebro.
Hoy sólo recuerdos tristes. La luz de la tarde sobre la nieve de los tejado puede arreglarlo.
El cielo adquiere un reflejo rojo, da calor, de nuevo la nieve es cálida, no me cansaré de repetirlo.
Me envuelve en otros recuerdos en los que la paz y el silencio, sólo roto por el sonido del viento, me trae a casa.
Yo soy mi casa y mi suelo.
Huele a lluvia, aspiro profundo, hasta que siento el dolor de los dolores pasados quedarse en mis pulmones.
Podría hacer frío pero no me daría cuenta. Siento el calor de las lumbres de pueblo. Me siento en la trébede de nuevo, como cuando niña lo hacía, mis gatos conmigo. El ronroneo. La caricia sincera.
-Es malo que tenga al gato cogido, decía mi tía Nedi, como si fuera verdad absoluta. Va a coger un quiste o cualquier cosa. Pero yo no la odiaba por ello, tenía a mi gato, mi lumbre y algo que aprendí muchos años después, me tenía a mí.
--Mayo--