Estoy en la estación de metro próxima al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. No sé que le ven a esa locura pétrea para que sea el monumento más visitado de España, pero en fin que sé yo.
Bueno, a lo que iba: dos chicas aparentemente nórdicas o escandinavas por sus cabelleras pajizas, sus ojos azules y sus pieles lácteas, están obstaculizando el paso porque no saben por qué lado de la canceladora deben de pasar y por dónde deben introducir el billete. No puedo evitar pensar en como alguien tan rubio y tan pálido es tan torpe. ¡Es que no hay metro en Estocolmo, Oslo o Helsinki? ¿Es gratis el suburbano en Copenhague y en Reikiavik?
Las dos valquirias me miran con expectativa de que las oriente y así lo hago y les indico que están entrando por el lado contrario, pero ¡Ay caramba! Ellas deben de tener también prejuicios raciales y empiezan a contar las máquinas para comprobar que en efecto tengo razón.
Me saca de quicio que me pidan ayuda y luego no se fíen de mí. Quizás para ellas soy demasiado latino como para dar respuestas útiles ¡Pues claro que soy latino y a mucha honra! aunque con latino me refiero a descendiente del Imperio romano y no a los que perrean ¡Que quede claro!(1)
La cuestión es que: ¿Me hubiese llamado la atención el comportamiento de las dos mujeres si hubiesen sido más, digamos “morenas”. ¿Entendería mejor la confusión de las señoritas si fueran africanas o caribeñas? Y eso que nunca me ha pasado nada parecido con unas dominicanas o con unas subsaharianas.
En fin, parece que no estoy libre de racismo o simplemente no voy mucho por la estación de Sagrada Familia que también puede ser aunque es poco probable.
(1) Prejuicios raciales por doquier.