Quién me iba a decir cuando me levanté esa mañana que el día iba a resultar tan emocionante....
Nos despertamos bien temprano, como iba ya iba siendo habitual, en casa de Fernando, un amigo tuno y cuzqueño de nuestro amigo Alfonso (organizador del viaje a Perú), que nos había dejado su casa. Desayunamos una infusión de hojas de coca y salimos corriendo porque el taxi nos estaba esperando en la puerta del bloque de viviendas donde parábamos.
El taxi nos llevó hasta la estación de tren de Poroy a unos 20 km de Cuzco, donde partían todos los trenes hacia Machu Picchu. Este trayecto nos mostró una visión diferente de la que hasta ahora habíamos visto. Las carreteras no se podían llamar carreteras y en los pueblos por los que pasábamos se podía ver la pobreza en la que estaban inmersos.
El día no acompañaba al viaje que nosotros habíamos pensado o imaginado, llovía y hacía mucho frío, un día para quedarse en casa con una tacita de café, té o una infusión de coca,... pero no para lo que nos habíamos decidido hacer.
Una vez llegamos a la estación tuvimos que esperar como una hora hasta que saliera nuestro tren. Por lo que aprovechamos para tomarnos otra infusión de coca con un tentempié. Ni qué decir tiene que las infusiones de coca eran super necesarias para vencer el mal de altura.
Por fin llamaron a los pasajeros de nuestro tren y pudimos pasar el control y subir. El vagón se dividía en grupos de cuatro asientos con ventana y una mesita. El techo estaba cubierto con ventanas, luego descubrimos el porqué.
El paisaje que fuimos descubriendo en el trayecto me encantó, todo tan verde y con muchos cultivos y animales. Entre esto y la lluvia daba una imagen de ser un país con una gran riqueza agraria.
Estando inmersa en el paisaje pasamos por una casa medio hundida con una puerta muy pequeña de la que salió una niña con uniforme. En ese momento me invadió un sentimiento de pena, lástima e indignación que seguro que muchos habéis sentido alguna vez.
Estaba lloviendo, hacía frío, no había camino, solo barro, y la niña con su uniforme y zapatos, sin abrigo ni chubasquero, sin paraguas ni botas de agua, ni nada de nada, salía de su casa medio hundida para ir al colegio que estaba a kilómetros de su casa. No pude hacer fotos de la impresión. Aunque poco después vimos a más niños en la misma situación y cuando pasamos por el colegio vimos lo lejos que estaba.
Me levanté para ir al baño y mientras esperaba mi turno, llegó un hombre de unos cincuenta y pocos años al cuál le dije que estaba ocupado, se lo dije en castellano. Este hombre me preguntó en inglés que si era la última y le contesté en castellano que sí. Así estuvimos un buen rato charlando, él en inglés y yo en castellano, hasta que me preguntó que de dónde era, y le dije que de España y a partir de ahí me empezó a hablar en castellano.
Tengo que decir que yo jugaba con ventaja, ya que le había oído hablar con su mujer en castellano. Al parecer, él sabía que era europea pero no le parecía que fuera española. Este hombre, puertorriqueño, me contó la situación de su país, la inmigración, las playas y en general que era un buen destino para un próximo viaje.
El baño estaba situado al final del vagón por lo que aproveché para hacer fotos del tren y de la estrecha vía por la que transcurría nuestro trayecto.
Conforme iba avanzando el viaje, nos íbamos adentrando en la cordillera andina. El paisaje cada vez se hacía más abrupto y escarpado. Es entonces cuando entendimos para qué estaban las ventanas en el techo del tren. Pudimos disfrutar de las vistas de las montañas sobre nuestras cabezas. El tren se iba metiendo por unos estrechos desfiladeros y cada vez más estábamos rodeados de enormes macizos rocosos. Nos hacíamos a la idea de hacia dónde nos dirigíamos y dónde estaba ubicado el Machu Picchu.
Finalmente llegamos a Aguas Calientes, población a los pies del Machu Picchu. La visita a esta Maravilla del mundo la reservamos para el siguiente post.
Pero para finalizar esta jornada, nos gustaría contaros la anécdota del camino de regreso a Cuzco.
Cuando reservamos el billete, la vuelta solo la pudimos conseguir hasta Ollantaytambo, no a Cuzco, a 90 km y a más de una hora y media en coche. Nuestro amigo Fernando nos insistió que cogiéramos un taxi oficial y nos aseguráramos de que así lo era. Por lo que no contratáramos a los taxistas que se ofrecían inicialmente a la salida de la estación.
Así que nosotros muy chulos, a salir de la estación pasamos por delante de los taxistas que se ofrecían para llevarnos, porque no eran "oficiales". Seguimos caminando y caminando, hasta que se terminaron las luces y no quedaba nadie más. ¿Dónde estaban los taxis oficiales? Pues ingenuos de nosotros, los taxis que habían eran lógicamente los del principio, ni más ni menos, así que allí a oscuras, solos y sin posibilidad de volver a atrás porque ya no habría ningún taxi libre, uff... nos vimos allí perdidos sin esperanza de poder volver a Cuzco esa noche y sin tener dónde dormir.
De repente Juanlu me avisó que el puertorriqueño que había conocido en el tren se había subido a un coche. Yo ya pensaba que era nuestra única oportunidad y salí corriendo, abrí o más bien dicho "asalté" el taxi, sorprendiendo al puertorriqueño, su mujer y al taxista. Éste boquiabierto, la mujer con los ojos del susto y sorpresa y sin poder decir palabra, y el puertorriqueño por fin dijo "que la conozco que yo conozco a ella". Por lo que una vez pasado el susto y ya todos un poquito más tranquilos compartimos taxi y una buena charla hasta Cuzco.
Espero que hayas disfrutado de esta pequeña historia, nos vemos en el siguiente post.
Os detallo cámaras y carretes utilizados:
Cámara: Diana F+ Colette
Película: Lomography X-Pro Slide 200 120mm
Cámara: Colorsplash
Película: Lomography X-Pro Slide 200 35mm
Cámara: Fisheye One
Película: Lomography Color Negative 400 35mm
¡¡Próximo destino Machu Picchu!!