El hallazgo de una franja de 35 metros con huellas de dinosaurios herbívoros –al parecer brontosaurios-, de más de 40 pisadas de dinosaurios carnívoros de diferentes especies y de una pared de arenisca de 12 metros de base por 8 de altura en la que se encontraron grabados cerca de 170 rastros de animales entre los que destacan huellas de cocodrilos, tortugas y pterosaurios, han comprobado la existencia en el territorio de estos animales prehistóricos desde el Cretácico inferior, hace cerca de 110 millones de años. Aunque al parecer dichas bestias no habitaban la zona, la cruzaban durante periodos migratorios en búsqueda de alimentos o de un lugar donde aparearse: las huellas de los pterosaurios – del griego ptero, “ala” y sauros, “reptil”, también llamados pterodáctilos- revelan que además de planear sobre la zona, ahí hacían una pausa en su vuelo para iniciar un particular ritual de apareamiento: en la roca pueden verse pisadas de un espécimen masculino rodeado de hembras que muestran que estos animales solían conformar una especie de harenes. Aunque las primeras pisadas de pterosaurios se descubrieron en el Cerro del Pueblo en Coahuila, los científicos han deducido que las encontradas en Puebla son por lo menos 40 millones de años más antiguas.
En la Rioja, España, hay un yacimiento fosilífero donde existen rastros de tortugas y pterosaurios contemporáneos a los encontrados aquí. De hecho, por las similitudes entre ambos lugares, la UNAM y la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, España, firmaron un convenio de colaboración académica con el fin de continuar la investigación de lo encontrado en San Juan Raya de manera conjunta. Durante los trabajos se descubrieron por lo menos 15 nuevos sitios con pisadas de terópodos (dinosaurios bípedos carnívoros con huellas de tres dedos), ornitópodos (dinosaurios bípedos herbívoros con huellas de tres dedos pero sin garras) y saurópodos (dinosaurios cuadrúpedos herbívoros). En fechas recientes, los pobladores encontraron restos óseos de dos gliptodontes, mamíferos de dos toneladas parecidos a un armadillo gigante.
En la zona, la presencia de miles de restos y fósiles de conchas y animales invertebrados tales como turritelas, ostiones, almejas o caracoles, recuerdan que durante el Cretácico Inferior este lugar, al igual que la mayor parte del territorio que hoy conforma nuestro país, se encontraba sumergido dentro de un mar somero llamado Tethys –nombre de la diosa griega del mar- habitado por arrecifes de corales, esponjas, moluscos, crustáceos, gusanos, erizos y abundantes organismos microscópicos. Entonces, dicha franja marina dividía al mundo en dos continentes: Laurasia –actualmente América del Norte, Europa y Asia- y Gondwana –hoy América del Sur y África que ya empezaban a separarse.
Además, la Reserva –la más grande del planeta con sus 490,817 hectáreas- ofrece al visitante un paisaje natural único generoso en biodiversidad con sus más de 2,800 especies de plantas entre las que destacan cactáceas en forma de columna, agaves, enormes patas de elefante, mezquites, yucas, pitayos, garambullos y biznagas que despeinan la serranía y matizan su ocre apariencia con diversas flores de diferentes colores. El territorio es también propiedad de múltiples especies de animales entre las que destacan venados, coyotes, mapaches, liebres, correcaminos, tortugas y una gran variedad de serpientes que logran camuflarse en el árido paisaje dejándose ver de vez en cuando por quien ahí transita.
Afortunadamente, aunque la ignorancia del valor de estos objetos hizo que el lugar fuera saqueado durante muchos años y sus tesoros canjeados por alimentos, ropa y utensilios, actualmente el territorio y sus vestigios son estudiados por miembros de diversas universidades tanto nacionales como extranjeras y es la propia comunidad, de poco más de 200 habitantes, la que bajo su asesoría y capacitación se ha organizado para protegerlos y promover un rico programa de ecoturismo que incluye, además de un Museo Paleontológico y Arqueológico de Sitio, una gran variedad de recorridos diurnos y nocturnos a pie, en bicicleta o a caballo, excursiones con hospedaje y alimentación incluidos y campamentos para todos los gustos y edades. La población vive prácticamente de la agricultura y del turismo comunitario ofreciendo a los visitantes sus artesanías de palma y rafia y una amplia gama de productos naturales derivados de la medicina tradicional como jabones, miel, jaleas, licores, ungüentos y bebidas medicinales realizados con flores, plantas y frutos de la región. La alimentación que ahí se ofrece también incluye platillos realizados con flora y fauna local. Este tipo de turismo tiene poco impacto ambiental y un beneficio social amplio pues son los mismos vecinos, y no las grandes corporaciones, las que se favorecen de los recursos económicos que se generan y que son empleados en gran medida para preservar su patrimonio.
Sin duda San Juan Raya es uno de esos rincones de México que es necesario visitar y difundir tanto por su importancia histórica y científica como por su belleza natural. Para mas información: http://www.sanjuanraya.com/
Fotos: Marisol Pardo Cué, Rodrigo Pardo Cué y Maricruz Sordo Morán.