Os voy a contar un poco mi día porque a lo mejor me muero esta noche después de todo:
Me he levantado a las 6 de la mañana en Budapest; he cogido un vuelo (con retraso) a las 11:10; he llegado a París a las 13:15 y al centro a las 14:45 (mierda de aeropuerto de Beauvais,
Me he puesto a hacer la comida diez minutos después, porque a las 17:00 tenía la revisión del piso (ay, mi batcueva). Como comprenderéis, comer era un lujo que no me podía permitir, así que más bien he engullido los macarrones que me he preparado (una maravilla, por cierto, aunque esté fatal que yo lo diga. Es que cocino muy bien, no sé por qué no me están lloviendo las ofertas de matrimonio, sinceramente, si hasta sé hacer velitas caseras, POR FAVOR. Porque eso son habilidades supernecesarias hoy en día ¿no?). Al final el ayudante del casero (porque no iba a venir mi casero, hombre por Dios) ha venido a las 17:05 (¡Ueeh! 5 minutos de sobra para ponerme unos pantalones antes de que llegase) para encontrarse con todo el piso inundado en la mierda. Porque eso es lo que queda cuatro días después cuando sales a las 4 de la mañana para coger un avión a las 6 hacia Hungría. Mira, ¡qué vergüenza! Yo no tengo el piso sucio JAMÁS (que os lo diga Emma). Y hoy que tiene que venir el tío este, comido de pelusas. Menos mal que me vuelvo a España porque de verdad que no puedo volver a mirar a ese muchacho a la cara.
En fin, que 45 minutos de exhaustiva inspección después, aquí estoy, muerta. Muerta de la vergüenza y del cansancio. Gracias a Dios de hambre no, porque ya lo que me faltaba.
P. D.: Mañana volvemos con la programación habitual, como quien dice.
P. D. 2: Budapest genial. De eso también hablaremos, no os preocupéis.
P. D. 3: ¡Qué vergüenza,