Cuenta la historia, o la leyenda, que MANUEL ACUÑA joven poeta mexicano escribió este nocturno a su eterna enamorada, Rosario de la Peña, antes de suicidarse.
Aunque es verdad que el dedicó a ella este poema, lo que nunca ha podido saberse con certeza, es si fue ese amor no correspondido la causa de su suicidio.
Aunque al leer el nocturno, podemos ver claramente las palabras de despedida a su amada, la misma Rosario en posteriores charlas con amigos, negó todo conocimiento de ese amor apasionado, y cualquier desdén de su parte que lo hubiera llevado a cometer un acto tan desdichado. Segun sus propias palabras "¿Cómo podía yo darme cuenta de ese cariño en un hombre que me trataba como a su hermana, que siempre estaba alegre en presencia mía, que jamás me habló de terribles pasiones ni de violencias? Para que mejor comprenda usted el carácter de Acuña, bástele saber que sus amigos todos le creían escéptico en el amor hasta el punto de conceptuar imposible que se apasionase exclusivamente de una mujer"
Historia o leyenda, la verdad es que Manuel Acuña se suicidó, el 6 de diciembre de 1873 en la ciudad de México, regalando a Rosario, y al mundo, este magnífico poema. Disfrútalo declamado por FENETE en el vídeo
¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que están mis noches negras, tan negras y sombrías,
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos,
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
A veces pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,
qué quieres tú que yo haga con este corazón?
Y luego que ya estaba concluido el santuario,
tu lámpara encendida, tu velo en el altar,
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.
Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
¡adiós por la vez última, amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;
mi lira de poeta, mi juventud, adiós!