Caramelos, caramelos, caramelos, llevo caramelos.
Hace mucho que tomo cierta medicina. Es un buen remedio para la enfermedad que padezco pero el tratamiento es largo, no se puede dejar de inmediato y además tiene desagradables efectos secundarios, todos los cuales he sufrido salvo las variaciones del flujo menstrual (o eso creo).
Hoy he ido a comprarla a mi farmacia de toda la vida. Una de las chicas que atienden se ha interesado por como iba mi tratamiento y como me sentía. Es la segunda vez que se interesa por mi salud lo cual me hizo sospechar dado que es una empleada nueva y apenas me conoce por lo que he decidido satisfacer su curiosidad. Le he explicado que estoy fenomenal y que el médico está considerando seriamente reducir la dosis.
Sabedora como farmacéutica que dicho medicamento tiene como efectos secundarios el atontamiento y la flojera, se ha permitido recomendarme un complemento para evitar dichos efectos y hacerme sentir más enérgico. De uno de los anaqueles ha tomado una caja y la ha plantado sobre el mostrador al tiempo que empezaba a glosar las bondades del producto, pero la he interrumpido señalando con el dedo una palabra escrita en el envase: BOIRON.
Verás.- Le he comentado con mi más tierna voz. – Esto es homeopatía y no lo compraría.
¿No te gusta? – Ha preguntado algo sorprendida.
No, no es eso. Verás, estudié química en mi juventud y sé que eso que me vendes es agua con azúcar.- He replicado dulce pero contundentemente.
Bueno, pues nada, sólo era un consejo. – Me ha contestado casi en un susurro visiblemente ruborizada.
Y no es para menos, esa chica tiene un título en farmacia, quizás incluso de medicina, sabe mucha más química que yo, que ya no recuerdo nada (no sabría distinguir un mol de un si bemol) y aun así pretendía venderme agua azucarada.
He salido de la farmacia con mis medicinas y una sensación de satisfacción, no por dejar en evidencia a la pobre chica que al fin y al cabo hace su trabajo sino porque he atajado sin titubeos una oferta que no me interesaba y eso no es normal en mí.
Suelo ser demasiado paciente y amable con aquellos que me aburren, posiblemente porque yo he sido (y sigo siendo para que nos vamos a engañar) un aburridor contumaz y no quiero tratar a los demás como no quiero que me traten a mí y al igual que yo recibo muchos cortes en seco de mi plúmbea verborrea ha llegado la hora de que yo también cercene la verborrea ajena y veo que puedo hacerlo sin complejos ni remordimientos. Debe de ser que estoy madurando.
¡Es estupendo hacerse mayor!