No debemos estar solos



En mi adolescencia, siendo aún una niña, tuve la maravillosa experiencia de encontrar en Dios la respuesta para muchas de mis preguntas y necesidades emocionales. A la edad de 12 años, como cualquier jovencita sentí la ilusión del primer amor, el cual gracias a Dios nunca pasó de eso: una  ilusión. Un amor platónico que llenaba mi cabeza de románticas pero sobre todo imaginarias escenas de un inocente amor juvenil.

Nunca protagonicé las escenas que muchas veces observé en otras jóvenes de mi edad, llorar en el baño del colegio, llorar a la hora del recreo, o contarle a mi mejor amiga las penas de mi corazón por causa de un "mal amor" que me traicionó. Evité muchos dolores innecesarios, gracias a que  desde muy joven escuché la famosa frase que me acompañaría durante toda mi soltería: ESPERA EN EL SEÑOR.

En la etapa universitaria, muy cerca de culminar mi carrera, el concepto de ESPERA EN EL SEÑOR, se volvió mucho más complejo, puesto que las expectativas de mis metas personales, mis principios, mis ideologías, y todo aquello que esperaba en la vida a futuro estaba muy definido, es decir mi plan de vida era un hecho: el qué, el cómo, y el cuándo; solo me faltaba el tan anhelado ¿con quién? Mi historia personal ya no se trataba de esperar un amor de juventud, esta vez se trataba de esperar a un compañero de vida.

Como líder de jóvenes, he aconsejado a más de uno que por favor: ESPERE EN EL SEÑOR, debo decir que he visto a muchos esperar exitosamente, y a otros fracasar en el intento. Entiendo muy bien, que no es lo mismo esperar pacientemente cuando tienes 15 años y los planes para tu vida todavía están inconclusos; pero ¿qué pasa si llegas a los 25 y aún debes seguir escuchando permanentemente aquel ESPERA? A esa edad la tarea es realmente muy difícil.

Pertenezco a una maravillosa familia espiritual, la cual siempre ha cuidado de mi vida, allí aprendí que existen etapas y procesos que uno  debe vivir paso a paso, y así lograr tener relaciones interpersonales exitosas. Y lo creo totalmente, puesto que es así como tuve la oportunidad de conocer a un joven que era mi hermano en Cristo, miembro de mi Iglesia, alguien que compartía los mismos principios, ideales y objetivos de vida que yo. Primero que nada forjamos una fuerte e incondicional amistad, que afianzo con el paso del tiempo nuestro enamoramiento y hoy en día, luego de algunos años de caminar juntos con Dios y por supuesto ESPERAR EN EL, estoy felizmente casada y disfruto plenamente cada día junto a ese maravilloso hombre que Dios me dio; puedo comprobar claramente la perfección de Dios al diseñar a la pareja con el fin de ser: una sola carne. Por esto me atrevo a decirles a todos los jóvenes que esperan con el mismo corazón expectante que un día tuve, que NO DEBEMOS ESTAR SOLOS.

Esperar, no debe significar que te aísles del entorno social en el que te encuentras, orando a solas en tu cuarto pidiéndole a Dios señales divinas de que no te quedarás solo toda la vida; o pidiéndole que te envíe ese hombre o mujer bajados del cielo, mientras esperas de rodillas clamando en tu habitación, sin hacer nuevas amistades, o mirando a tu alrededor como si fueras el último ser humano habitando la tierra.

En alguna ocasión me enseñaron lo siguiente: "Si a usted le gusta alguien, no meta sus manos y entrégueselo al Señor". No podría estar más de acuerdo, esto es totalmente cierto, ¿por qué debería yo provocar aquellas decisiones que solamente dependen de la voluntad de Dios?

Pero lo que hoy en día veo, es a tantos jóvenes en edad de construir una sólida relación sentimental, esperando de las maneras más desatinadas; algunos esperan coqueteando, o endulzando oídos ajenos mientras susurran un irónico "dejémoslo en manos de Dios"; y otros esperan a ese anhelado varón o mujer de Dios, mientras se acompañan de cualquier romance oportuno que les calme el corazón en medio de su soledad.

Pero qué tal si simplemente esperamos siendo sanos y libres. Libres emocionalmente para desenvolvernos en el entorno que Dios nos ha colocado, libres para hacer amigos sin buscar que precisamente ese amigo termine siendo tu esposa o esposo. La clave es sólo ser amigos por el simple y sencillo hecho de ser amigos,  que se sienten a conversar por la simple y sana necesidad de socializar, sin provocarse sentimientos innecesarios. Libres para conversar con alguien sin hacerle un cuestionario de preguntas que te permitan saber si cumple o no con tus requisitos de mujer u hombre perfecto. Libres para expresar el amor de Dios a tus semejantes sin esperar nada a cambio. Porque sólo en esa libertad, en la libertad de un corazón restaurado por Dios, un corazón que no mendiga amor, un corazón al que esperar no le desespera, únicamente en esa libertad encontrarás a esa persona por la que Dios te recordará que valió la pena el tiempo transcurrido y cada experiencia vivida; así entenderás que definitivamente Él no te hizo para estar solo. 

Fuente: este post proviene de Blog de soyunaprendiz, donde puedes consultar el contenido original.
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