Era agosto del 2007, un día sentada en mi computador decidí crear por primera vez mi cuenta de Facebook, me dijeron que Hi5 ya estaba quedando fuera de tendencia y que esta era la red social que se impondría en el mundo de la comunicación.
Diez años atrás la actividad en redes sociales se limitaba a enviar cadenas de e-mails, subir álbumes de fotos, escribir en el muro de amigos y compartir algún video de YouTube; lejos estaba el usuario promedio de conocer en el sencillo alcance de un clic la cruzada de Julian Assange y sus WikiLeaks, o los oscuros secretos de la deep web.
Y es que, en los últimos años la ‘’tecnociencia’’ se ha convertido en la única herramienta legítima para alcanzar el conocimiento de aquello que llegamos a considerar válido o real. Es decir, si alguien lo subió a la red, seguramente debe ser cierto. ¿Qué sería de Santiago y Andrés Restrepo si su desaparición hubiese ocurrido en esta época?, ¿veríamos sus rostros circulando a través de anuncios de auxilio en la red?, ¿circularían audios a través de WhatsApp con la voz de Hugo España? o quizás ¿algún leak con documentos secretos de la policía judicial?, ¿hubiéramos encontrado justicia para ellos?
La difusión viral que tiene la información hoy en día es realmente extraordinaria, la información llega a un incontable número de personas, quienes al tener acceso a esta, afirman poseer la verdad absoluta sobre todas las cosas. Sócrates afirmó Sólo sé que nada sé, pero en esta sociedad tan dueña del pseudoconocimiento ¿cómo saber lo que no sé? Con tanto conocimiento y pseudoconocimiento circulando en la red al alcance de nuestras manos ¿es realmente posible saber qué es verdad?
El adueñamiento de la verdad que hoy nos otorga la tecnociencia nos ha convertido en inquebrantables autoridades morales, en víctimas y jueces; denunciamos la injusticia, reclamamos nuestros derechos. Sacamos a la luz videos con conversaciones reveladoras, filtramos documentos cuya información consideramos debe ser expuesta, como Platón intentamos sacar al hombre de la caverna sin darnos cuenta que todos nos encontramos en otra caverna mucho más grande, que a su vez se encuentra dentro de otra.
Se afirma que el gobierno actual es el más corrupto de la historia de nuestro país, pero ¿será que realmente la naturaleza del hombre en el poder se ha ido deteriorando cada vez más con el pasar de los años? o más bien ¿será que nuestra percepción de corrupción es ahora más sensible en una sociedad dominada por la tecnociencia? Habrá que esperar a las novedades que nos traiga el nuevo gobierno que sin duda alguna desde el primer día de su legislación estará expuesto al escrutinio del pueblo y de los medios de comunicación: felicitando, luego comparando, criticando, reclamando la injusticia, rechazando.
En época de elecciones queremos más que nunca conocer la verdad, pero ¿quién puede definirla?.Gide mencionó cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado. Actualmente 16 millones de personas se encuentran en busca de la verdad, analizando propuestas, criticando debates, investigando secretos y castigando el pasado.
En pleno auge de la sociedad del conocimiento, muchos presumen haberla encontrado, pero siguen siendo esclavos de una simple realidad percibida. Quizás si estos 16 millones comprendieran que la verdad es la que nos hace libres, entonces estos 16 millones se darían cuenta que juntos son más fuertes y poderosos que uno sólo; saldrían a la calle a gobernar su metro cuadrado impartiendo amor, misericordia y justicia, enfrentando la corrupción con obras y no con quejas. Quizás el problema con la verdad no es tratar de salir de la caverna a la luz, si no de volvernos luz en medio de la oscuridad.