No recuerdo época más intensa que los locos 90 cuando con mi hermano, mi primo y la compañía ocasional del algún amig@ le dí al mango de verdad por trochas y desiertos norteafricanos, en mi caso sobre una Honda Dominator roja. Viajes apasionantes, llenos de anécdotas que nos hicieron llorar de risa durante años.
Guardo en la memoria con especial cariño una ruta invernal por Túnez entre el 92 y el 93: Cuatro indocumentados buscando el sur sólo para rodar a 160 sobre los lagos salados, recorrer las pistas del rally de Djerba y subir y bajar dunas en el desierto de Libia. Meses después nos desternillábamos ante una buena copa rememorando nuestras trastadas.
Como cuando tuvimos que dormir en zona militar prohibida vestidos de enduro dentro de la tienda por si había que salir pitando, cuando sacamos por los pelos de la arena nuestro Lada Niva en las dunas de Ksar Guilane al no llevar planchas o cuando Jose, al volante del jeep, anduvo perdido por la hamada de Matmata más de cinco horas y lo encontramos de casualidad ya anocheciendo.
La palma se la llevó la nochevieja en Kairouan. Encontramos un buen hotel y nos las prometíamos muy felices e internacionales celebrando una gran juerga a las puertas del desierto, quien sabe si incluso ligando con alguna aventurera inglesa medio borracha. No habíamos caído en la cuenta de que en el calendario musulmán el 31 de Diciembre no pinta nada. Pasamos la nochevieja más sosa de la historia en compañía de los otros únicos clientes del hotel, un matrimonio de Gerona no precisamente exótico, practicando como todo idioma el catalán y bebiendo no más alcohol que alguna cerveza caliente. Nos fuimos aburridos a la cama y para guinda a mitad de noche el botones aporreó nuestras puertas diciendo que una moto se había caído. Secretamente todos deseábamos que fuera la de otro. Me tocó a mí: LA MOTO ROUGE EST TOMBÉE. Ni que decir tiene que mi apuro fue motivo de alivio en los demás, transformado en cachondeo general. La frase se convirtió lema del viaje. Aún hoy mi hermano a veces toca en mi puerta y me dice: Monsieur…la moto rouge…
Pasan los años y nada es igual. Hoy no parece muy recomendable para unos occidentales aventurarse por Túnez cerca de la raya de Libia. Si lo hiciera me informaría previamente de que hay ciertos pasos fronterizos prohibidos para extranjeros por razones militares y evitaría pasar la noche al pairo en tierra de nadie. No me arriesgaría a perder a un compañero por el desierto. No me crearía expectativas de pasar una noche loca de alcohol y música en la cuarta ciudad santa del Islam y por supuesto aprovecharía para visitarla a fondo, de día y con respeto, sin ignorar, como entonces, que estaba en un lugar patrimonio de la humanidad y a
una nochevieja frustrada y una frasecita en francés.
Ay los veintitantos, benditos veintitantos.