el viento zarandea las hojas del platanero
que yacen amarillas, caobas y rojizas
en el suelo adoquinado.
Atardece. Mis manos quieren buscar cobijo
huyendo del frío, sintiendo
que aún se mueven, ágiles, fuertes.
Hay mucha gente a mi alrededor:
todos hablan y ríen.
Sigo a su lado, viviendo, sintiendo.
Nadie mira. Nadie calla.
Paso delante y grito: ¡Aún no llegó mi tiempo!
Se hace de pronto el silencio
y evocan rápido mil recuerdos.
Todos miran, todos callan.
Alzo la mirada y sigo.
“Aún no llegó mi tiempo”.
El frío penetra en mí,
las hojas siguen cayendo,
el sol ya dio su relevo a las estrellas,
pero mis manos ya encontraron su destino.