De adolescente (aunque de niña ya leía bastante más que mis compañeros de clase, por placer), descubrí que la literatura era mucho más que un pasatiempo o uno de los más efectivos caminos para aprender; también podía ser uno de los mejores refugios del mundo.
Leer me ha ayudado muchísimo a crecer y superar momentos desagradables y duros, era difícil elegir lecturas para esta entrada, hasta que he pensado en dos libros maravillosos casi sin querer y estaba claro que debía hablar de ellos en este bonito blog.
“EL JINETE DE BRONCE” me pilló desprevenida, es un libro complicado de digerir. Son muchas emociones en lo que parecen relativamente pocas páginas. Es el primero de una trilogía de PAULLINA SIMONS, muy recomendable. No son libros amenos, pero tampoco son lecturas densas; se trata de una historia compleja que mezcla el horror de la guerra con la intensidad de un amor fortalecido por las circunstancias que viven los protagonistas. Siempre que recomiendo a alguien enfrascarse en esta primera parte de tres, aviso de que no es un cuento de hadas, ni tampoco una historia romántica; es una historia de vida.
“LA CALLE DE LOS SUEÑOS” es uno de esos libros mágicos que, a pesar de abrazar una historia dura, mantiene encendida la llama de la esperanza. Admito que tengo un corazón tierno y, como orgullosa lectora de romántica adulta (aunque ninguno de los dos libros que menciono aquí son de ese género), espero encontrar dosis de sentimiento y emoción en todo lo que leo. El amor es, en todas sus facetas, lo que realmente mueve nuestro mundo. “LA CALLE DE LOS SUEÑOS” es una historia optimista salpicada por la desventura; es un libro bonito donde cada personaje enseña y aprende a la vez.
La literatura es un tesoro porque en ella podemos encontrarnos, quizás en un personaje, en una experiencia o en un final. Estos dos libros están entre mis favoritos porque lograron que me sumergiera en sus páginas con pasmosa facilidad, para dejarme ir después con la sensación de haber encontrado algo precioso.
Como no podía ser de otra manera, tú no defraudas, mil millones de gracias Mireia.