En películas, series de televisión y hasta en comics, hemos escuchado hablar del popular barrio (a veces llamado comunidad) de Montecarlo. Su ubicación privilegiada, su altísimo índice de desarrollo humano, sus paisajes y la popularidad que le dan las celebridades que se alojan en sus lujosos hoteles, lo convierten en una de las regiones más visitadas del mundo. Pero como todo buen paraíso terrenal, debe contar con extrañezas que la vuelvan particular y encantadora al mismo tiempo. Por eso, hoy te mostraremos la razón por la cual las personas con residencia permanente en Montecarlo, no tienen derecho a acceder a la amplísima oferta en casinos que existe en ese lugar.
Cómo empezó todo:
Casinos como el popular Starvegas Casino, tienen un pasado. La historia es muy interesante e inicia con la familia genovesa de los Gibelinos dueños de la Roca, con su poder e influencia en la época, comenzaron a dar beneficios a quienes visitaran y/o se mudaran al poblado, entre esas ventajas, se pueden mencionar la concesión de tierras y la eliminación de cualquier tipo de impuestos con tal de que crearan empresa y empezaran a producir en sus propias tierras. Gracias a esto, la costa comenzó a ganar gran popularidad y constantemente era asediado por personas de reputación y adineradas.
Pero ahí no terminó todo:
Un (poco) tiempo después, (en 1856) se inauguró el primer casino en una villa cercana al puerto, un lugar muy estratégico y que contó con la legalización del juego 2 años antes por parte del Príncipe Florestan I. No obstante, las cosas no marchaban del todo bien, ya que el Reino se sumergía en una profunda crisis que parecía sin salida, entonces se propuso crear una comunidad exclusiva (lo que hoy es conocido como el Barrio monegasco de Montecarlo), ¿de qué vivirían?: de los nacientes y muy productivos juegos de azar que se tomarían Europa.
El inicio del misterio:
Como mencionamos al principio, jamás se cobró un solo euro en impuestos y eso hizo que los millonarios se fueran a instalar sus empresas allí, además las nuevas políticas de turismo daban miles de ofertas a quienes los visitaran y el voz a voz se difundió rápidamente hasta atraer a personas de todas las partes del mundo, aumentando los ingresos y sabiendo que vivirían por siempre del negocio de los casinos. Y precisamente ahí estaba el problema:
Si los empleados del Reino, al mando del rey Carlos III, en el año 1860, se iban para los casinos, ¿Quién trabajaría?, ¿Quién mantendría el poblado vivo? Y es que todos solían ir después de sus jornadas laborales a jugar y los primeros meses vieron como el patrimonio cayó y cada vez habían más inhabilitados para trabajar por la creciente adicción.
La solución:
En secreto, se expidió un ley (que se mantiene hasta hoy), en el cual se les prohíbe a los habitantes (residentes permanentes de Montecarlo) frecuentar los casinos para evitar que se vuelvan viciosos. Es decir, se quería que los turistas se volvieran apostadores compulsivos, pero no los empleados de los casinos y los habitantes de la comunidad que mantenían la región.
Hoy muchos no se explican cómo es que dicha ley, en su momento quizás necesaria, siga vigente y siendo aceptada.