Ante el relato de Alvar Núñez de Vaca, el virrey Antonio de Hurtado prefirió ser cauto. Encargó el asunto a Francisco Vázquez de Coronado, buen amigo y hombre con fama de cabal, quien a su vez decidió enviar antes una avanzadilla que le informase de las características del terreno, las posibilidades de aprovisionamiento y la veracidad de los rumores acerca de aquel territorio. El responsable de aquella misión sería el monje franciscano fray Marcos de Niza.
En 1953, fray Marcos parte de San Miguel de Culiacán acompañado de otro fraile, un nutrido grupo de indios y, por disposición del virrey, el intrépido Esteban, el esclavo de Dorantes, como supuesto guía.
La primera parte del viaje no puede ser más esperanzadora para fray Marcos. Cada vez encuentra poblaciones más ricas, lo que le confirma que va por buen camino. Sus habitantes repiten lo que él ya conoce de Cíbola, pero aportando datos más precisos.
Según le cuentan, en Cíbola visten con camisas de algodón largas, ceñidas con cintas de turquesas y cubiertas por buenas mantas. Más allá de aquel reino habría otros, como Marata, Acus o Tonteac, cuya gente llevaría puestas unas ropas de la misma tela que el hábito del monje.
El franciscano recibe además los mensajes de Esteban, a quien ha enviado por delante, y que le apremia asegurando que cada vez están más cerca de Cíbola.
Ya sólo le falta atravesar un pequeño desierto, y fray Marcos decide desansar unos días en un pequeño pueblo antes de la jornada definitiva. Nada más salir de allí encuentra a uno de los indios que iban con Esteban, cubierto de sudor y muy afligido.
Le cuenta que al llegar a las cercanías de la primera ciudad de Cíbola, el señor de la misma les prohibió muy enojado entrar en ella, prohibición que fue trasgredida por Esteban. El indio vio cómo Esteban salía de la ciudad perseguido por la gente de ella, y como le mataban a parte de los que iban con él. Sin embargo, desconocía la suerte final corrida por Estebanico.
Para desazón del fraile, a los dos días encuentran ensangrentados y agotados a otros dos indios del mismo grupo, quienes le confirman la muerte de Esteban. El buen fraile se ve obligado entonces a dar la vuelta, pero ya que está tan cerca de la ansiada Cíbola no quiere marchar sin echar antes un vistazo a la ciudad.
Sube a un cerro cercano y mira hacia el otro lado. Allí está la mítica Cíbola, y lo que ve no desmerece a lo que durante tantos días había soñado: calles brillantes, magníficas casas de varios pisos; una ciudad mayor y mejor que cualquiera de las descubiertas hasta entonces en el Nuevo Mundo.
Y esa no es sino la menor de las siete ciudades. El fraile clava una cruz en el cerro, tomando posesión simbólica de aquella tierra en nombre del virrey y de su majestad el emperador, y emprende el camino de regreso.
Continua conmigo esta maravillosa historia de las misteriosas siete ciudades la semana que viene. Te espero, Estigi@.
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