Ladrones a medianoche (I)

Unos pasos metálicos resonaron en la sala de la corte de Fortaleza Sur. Sus dueños eran alguien nada esperado para la Senescal de la Casa Landcaster. Lord Váyron Ferrobravo había regresado para poner, una vez más, su espada al servicio de la Casa tras regresar de su exilio en Tol Barad, castigo que tanto él como Zarek Dálaras habían recibido por haber asesinado a Lord Vádrey Ferrobravo. Eliane Landcaster, encajando la noticia de la muerte de Zarek, no pudo sino aceptar el regreso del que otrora fuera su hombre de mayor confianza.

—Lady Coslaw está por la fortaleza —dijo la mujer desde lo alto de los escalones de madera, portando un vestido que acentuaban las curvas de su cuerpo—. Presentaos ante ella de inmediato, hay asuntos que requieren nuestra atención.

Lord Váyron se llevó el puño al pecho a modo de saludo antes de retirarse y bajar al piso inferior, donde se reencontró con la capitana de la Guardia Dorada. Fortaleza Sur ahora contaba con gente del pueblo de refugiados que deseaban servir a Lady Eliane, por lo que no era tan necesaria la presencia de la guardia de la Casa Landcaster como hasta entonces. Aun así, los miembros iban rotando entre Fauce Dorada y Fortaleza Sur. Se pusieron brevemente al día mientras Lord Mendelievh y Lady Landcaster hablaban, hasta que llegó la hora de la reunión.

Lord Mendelievh se situó, a petición de Eliane, cerca de ella. Le apreciaba como consejero, por lo que prefería tenerle cerca en caso de requerir sus conocimientos. Lady Coslaw, Lord Ferrobravo e Inara Coleman se presentaron y saludaron a su señora, siendo Váyron el único que empleaba el saludo militar. La Senescal les puso al día sobre lo ocurrido, pues la señora Coleman —madre de Inara y encargada de las cocinas de la fortaleza— había denunciado el robo de algunos enseres de las despensas. Era evidente que ningún miembro de la Guardia Dorada era culpable de aquel delito y las sospechas pronto cayeron sobre los hombres contratados del pueblo. Lady Landcaster, tras dejar a los presentes exponer sus ideas, dio la orden de interrogar a los guardias que se encontraban en las puertas en aquel instante y eso hicieron.

Dos hombres custodiaban la puerta, pero no hicieron mucho caso al grupo que se les acercaba. Uno de ellos era pelirrojo, con cabellos desaliñados y barba poco cuidada; Sam. El otro era algo más alto y delgaducho, castaño y ojos negros; Jack. Ambos portaban armaduras de cuero idénticas con el emblema Landcaster en la pechera y sostenían una lanza. Thobías tuvo que hacer uso de su viperina lengua para que Sam, el único que parecía dispuesto a decir algo de los dos, respondiera a las preguntas de la capitana Coslaw. Al preguntar por los robos en la despensa, Jack se disculpó con su compañero y se retiró para ir a hacer aguas mayores, dirigiéndose hacia las letrinas exteriores. Al ver que no tenía más información, decidieron enviarle a ver a Lady Landcaster, quien había pedido que los guardias fueran llevados ante ella. Váyron fue a buscar a Jack a las letrinas, pero no había rastro de él ni tampoco habían sido usadas recientemente. Inara fue a buscar un relevo y no dejar así la entrada desprovista de guardias, encabezando Tarja la marcha hacia el pueblo para ir a buscar a Jack, siguiendo las indicaciones dadas por Sam.

El pueblo había prosperado en los últimos meses y la mayoría de gente saludaba a Váyron y a Inara, quienes eran conocidos en él. Muchas casas se habían reparado y se había construido una pequeña y humilde capilla. El grupo de la Guardia Dorada, liderado por la capitana Coslaw, siguió las indicaciones de Sam hasta llegar a una casa destartalada, con un vallado roto y el cadáver de una vaca destrozado. La capitana llamó a la puerta y los ruidos del interior de la casa cesaron. Ante la insistencia de la mujer, intentó derribar la puerta pero no lo logró.

—Mi señora, ¿me permitís? —pidió Váyron.

La capitana se hizo a un lado y Váyron, de una contundente patada, echó la puerta abajo. Jack estaba en su interior junto a un hombre de apariencia y edad similar, cerrando un par de sacos con rapidez cuando la Guardia Dorada entró en su hogar. Váyron desenvainó el arma, indicó que se apartaran y echó un vistazo al interior de los sacos; comida. No cabía duda que Jack era el ladronzuelo que buscaban.

—¿Por qué robásteis esto? ¿No es suficiente con lo que os paga Lady Landcaster? —inquirió Váyron mientras les miraba.

—¿Suficiente? ¿Tú sabes lo que cuesta reponer a los animales que teníamos, muchacho? Mi sueldo no da para tanto.

Sir Ferrobravo insistía en que robar no era la solución, más cuando la Casa Landcaster había procurado mantener a salvo a las personas que allí había y cuidar de ellas. Sin embargo, no había hecho nada para protegerles de los animales salvajes que habían acabado con su ganado. Su vista pronto se dirigió hacia las esposas que tintinearon cuando Tarja las sacó. Si bien al principio se negó, terminó aceptando acompañar a los hombres a la fortaleza. No deseaba que mezclaran a su hermano, pero era demasiado tarde. Podía no haber robado nada, mas era tan cómplice como él.

Una vez en la sala de la corte, todos se inclinaron ante Lady Eliane cuando la mujer les dedicó su atención. La capitana hizo un resumen a su señora de lo sucedido. Pronto hizo que Jacob quedara libre, pero tras hablar con Jack ordenó que fuera llevado a las mazmorras temporalmente. La Guardia Dorada debía regresar al pueblo e investigar lo sucedido. Si era cierto que había habido un ataque perpetuado por animales salvajes, debían poner fin a la amenaza antes de que se llevaran la vida de otro animal o de alguno de los habitantes.

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