La vida robada de Nora

Su móvil registró más de 1500 llamadas durante los siete meses que duró su infierno

Cuando sus padres salieron a buscarla la hallaron cadáver en el portal

Los padres creen que la mataron de sobredosis. El juez dictará sentencia a partir del 23

El jueves 22 de septiembre de 2011 Nora Ayala, 16 años, de familia de clase media sin apuros, como muchas de sus amigas que acabaron enganchadas a la cocaína por la misma red que las prostituía, no quisó ir a su clase de Tercero de la ESO. Vivía en una urbanización con parque y piscina, en un primer piso amplio. Su madre, Teresa Ponce, 48 años, croupier en el casino de Mallorca, abrió la puerta de su cuarto y no la encontró. Empezó a buscarla y cuando volvió a su cuarto la vio saliendo de debajo de la cama. Le preguntó qué hacía. Contestó que no quería ir a clase. Su madre la convenció, pero ya vestida y con la mochila con zumo y bocadillo que le preparaba su padre, Paco Ayala, 50 años, se negó a salir del edificio. Finalmente la llevaron al instituto. Es probable que esa mañana, como había sucedido más de 100 ocasiones en los últimos meses, Nora aprovechase el recreo para fugarse.
El viernes 23 de septiembre de 2011, dos días antes de morir, Nora Ayala llegó a casa a las tres de la madrugada y actualizó en Facebook su estado con un par de mensajes. A las seis llegó su madre de trabajar. Se sorprendió de que estuviese despierta y le preguntó si había bebido. Ella contestó que era la que menos bebía de sus amigas. «¿Te gusta sentir eso en la cabeza?». No, contestó. Su madre le pidió que no fumase, porque si seguía luego querría dejarlo y no podría. Nora le dijo que quería estudiar, que cuando tuviese un año más podría sacarse el graduado en cuatro meses. Su madre le respondió que ahora iba a empezar el curso de estética y que se durmiese porque era muy tarde. Nora le dijo que había ido a pedir trabajo al ciber de la plaza, que conocía a la mujer de allí. Pero en ese lugar no trabaja ninguna mujer.
A la plaza se la conocía entre Nora y sus amigas como el parque del Otta porque es el nombre que recibe el locutorio de Calistus Okay Ezenwa, llamado Otta. Se trata del lugar de reunión de muchos africanos de la zona. El negocio está a una altura y debajo hay seis bancos rodeando un jardín y un árbol lleno de pájaros. Paco, que viste polo y pantalón negro, señala el único banco ocupado. Dice que allí estaba siempre su hija con sus amigas y con Eva, una mujer de 35 años, toxicómana y prostituta, y la hija pequeña de ésta. «Las tenía en el escaparate», dice Paco. Se pregunta por qué en los balcones nadie vio nada extraño. Al otro lado de la calle un edificio acoge pisos patera y es foco de trapicheos. Hay un coche patrulla aparcado enfrente. En el banco en el que pasaban las tardes Eva y las niñas están sentadas tres mujeres con una guía turística de Mallorca.
El sábado 24 de septiembre Nora comió con su madre. A las 14.32 llamó a Eric varias veces. Eric no devolvió las llamadas en todo el día. Eric es Edizon Cornelio Flores, un ecuatoriano de 35 años. Trabajaba de cundero transportando yonquis a Son Banya, el gigantesco supermercado de la droga de Palma de Mallorca. Eric también hacía labores de camello motorizado. Le pedían «cervezas», «pizzas», «naranjas» o «hamburguesas». A veces un cliente estaba tan necesitado que quería «caballo» o «roca» y Eric montaba en cólera. El hombre, casado, tiene siete hijos con diferentes mujeres. El último es un bebé; una declaración sitúa a Nora en casa de Eric con su mujer poniéndose de parto. En la agenda del ecuatoriano, Nora era «Roma». Consideraba a la chica como su novia, la vigilaba por el barrio, la agredió tres veces -una de ellas por celos al recibir Nora un mensaje de un chico de su edad- y la prostituyó a cambio de micras, rayas de cocaína con las que tenía a Nora pendiente de él. El mismo método, pero sin la obsesión con la que trataba a Nora, lo utilizó al menos con otra menor, Paloma.
La adicción

Tras el intento frustrado de hablar con Eric, Nora llamó ese sábado a Eva a las 14.38. Eva le devolvió la llamada tres minutos después y hablaron 41 segundos. Dos minutos más tarde. Eva volvió a llamar y hablaron 32 segundos. Tanto Eva como Eric vivían en la calle Antoni María Alcover, en bloques separados, cerca del parque. La misma calle en la que vivieron Paco y Teresa con Nora hasta que la niña tuvo seis años. Eva se negó a hablar en el juicio pero antes hizo dos declaraciones a la policía. La primera en marzo de 2012 y la segunda en mayo. Conoció a Nora cuando la niña tenía 14 años; llegaba a las tres de la tarde al parque y se iba a las siete porque siempre acompañaba a su madre a recoger su padre al trabajo, un hotel del Arenal. Dijo en comisaría que fue una amiga de Nora la que la introdujo en los porros y en la cocaína. Incluso le daba morfina que esta niña tenía en casa a causa de la enfermedad de su madre. Una de las tardes que pasaban en el parque Eric se fijó en Nora y le insistió a Eva para que se la presentase. Le dijo que le gustaba la niña y que intentase convencerla para que se acostase con él, que le daría droga a la chica y a la propia Eva por la gestión. Eva lo hizo y Nora, a pesar del rechazo que le producía Eric y que reveló a través de mensajes de Facebook (discutió con una amiga para ver quién se iba con él un día y tener así cocaína para las dos), empezó a tener relaciones sexuales con el ecuatoriano a cambio de droga. Nora nunca estaba lo suficientemente puesta; las dosis, a ella y a sus amigas, las dejaban en estado continuo de esperar la siguiente raya.
Eva citó en su declaración nombres de africanos y dominicanos que le pidieron el contacto de Nora y con los que la chica se empezó a acostar por coca o dinero. Con Otta, malí de 45 años, sabe que se fue al menos un día con él por 50 euros. Con otro malí, Mady Camara, solía irse por las tardes antes de ir a buscar a su padre al trabajo; la llamaba con número oculto y le daba por sexo medio gramo de cocaína, marihuana y 20 euros. El dominicano Joel Roque Guzmán le pidió a Eva que le presentase a Nora porque le parecía muy guapa y empezaron a tener relaciones en unas habitaciones alquiladas por 20 euros la hora en S"Escorxador. El dominicano Raúl Antonio de la Cruz (que también se acostaba con Xisca, una menor a la que grababa con lencería y en actos sexuales para «hacerse pajas» por las mañanas), se dirigió a Eva para decirle que su amiga Nora «estaba mu y buena»; si se la conseguía, él pagaba 150 euros, 50 para Eva y 100 para Nora. Eva se la presentó y empezaron a mantener relaciones. Al mallorquín Josep Joan Bonnin, Pep, Eva dijo no conocerlo pero tenía constancia de que la chica se acostó algunas veces con él a cambio de un par de rayas. También citó al hombre al que Eva limpiaba la casa y con el que mantenía relaciones sexuales por dinero, José Manuel Egea, un jubilado de Telefónica de 65 años acusado de prostitución, corrupción de menores y abusos sexuales. Este hombre se fijó en la belleza de Nora e insistió en conseguirla para él. Nora lo rechazó y él insistió al punto de decirle delante de Eva: «Nora, piénsatelo que tengo mucho dinero y lo que haga falta». Eva dijo que Nora finalmente empezó a darle clases de informática a José Manuel por 10 euros la hora y que Nora dejó de ir porque «le daba asco». Eran servicios sexuales a los que Nora recurría cuando necesitaba con urgencia una dosis.
En los siete meses en los que se produjo la caída a los infiernos de Nora hay 781 llamadas cruzadas entre Eva y ella, 456 con Eric, 124 con José Manuel, 202 con Mady Camara y 13 con José Criado, un traficante de drogas al que en el momento de la desmantelación de la trama encontraron 556 gramos de cocaína en casa.
Nora no estaba sola. Varias de sus amigas, todas estudiantes de la ESO y de familias acomodadas, cayeron en la dependencia y fueron reclamadas sexualmente a cambio de cocaína por los mismos hombres. También otras a las que no conocía. Una de ellas, Sara, tiene una discapacidad mental del 46% y la red llegó a darle instrucciones en papel para saber lo que tenía que hacer con sus clientes. Mantuvo relaciones sin protección. Uno de los que la requirió fue Egea, que pagó 20 euros (10 a Sara y 10 a Eva). La chica llegó a casa un día y dijo que había empezado a salir con Josep Joan Bonnin, de 19 años. La madre de Sara reconoció sorprenderse un poco, pero vio en Pep, como le llamaban, un buen chico. Un día de noviembre de 2011 sonó el teléfono de Sara y cogió su madre. El interlocutor se presentó como «el morenito» que iba con «otro moreno» días atrás. Le preguntó a Sara si le apetecía quedar con él. La madre, haciéndose pasar por su hija, quiso saber para qué. Le respondió que «para follar, para qué va a ser»; le pagaría 20 o 30 euros.
Sara convenció a su madre de que se trataba de una broma. Pero siguieron llegando señales: a principios de enero Pep se presentó para buscarla y la madre de Sara le dijo que estaba castigada limpiando la casa; Pep se ofreció a limpiarla él mismo para que saliese. Y por fin el 20 de enero los padres de Sara cogieron su teléfono y escucharon 13 mensajes de voz. Eran todos para quedar con ella. Eva le instaba a correr a su casa porque tenía «a un dominicano». Pep le decía textualmente: «Hola Sara, soy Pep. Está aquí el Pedro y sólo tiene 10 minutos. Vente para mi casa. Yo me quedo con el dinero y tú te vas con el tío, porfa». A los padres de Sara les dio un ataque de ansiedad. Llevaron los mensajes a los padres de Pep, que lo llamaron; al llegar éste y empezar a escuchar el buzón de voz, saltó por una ventana y escapó. Llegó la Policía. Los agentes escucharon los mensajes y dijeron que si la chica lo hacía voluntariamente no podían hacer nada. Con el informe de la psiquiatra, los padres se fueron a comisaría impelidos por la doctora, donde formularon la denuncia con todas las pruebas. Días después pasaron por el parque para saber qué estaba pasando allí; se encontraron con Eva. La madre de Sara la llamó «indeseable» y la acusó de prostituir a su «hija enferma». Eva reaccionó diciendo que la indeseable era su hija por haberse «tirado a todos los negros», y que Pep, su novio, la había enganchado a la heroína para prostituirla y ganar dinero con el que drogarse él y sus amigos.
Para entonces Nora Ayala llevaba muerta cuatro meses por sobredosis. Al principio, cuando sus padres se presentaron en comisaría con todos los datos de su teléfono y redes sociales, un agente les pidió que no se hiciesen «pajas mentales». Pronto se iban a fundir las dos investigaciones en una: la Operación Nancy, dirigida a una organización en la que Eva María Vera y Pep Bonnin hacían labores de captación de menores para introducirlas en la prostitución y en la droga.
El final

El sábado 24 de septiembre de 2011 Nora llamó a José («José Jefe Eva» en su agenda) a las 18.31. A las 19 horas, como siempre, acompañó a su madre a buscar a su padre al trabajo y a la vuelta le dijo que, pese a que había quedado, no le apetecía salir. A las 22.43 y 22.44 la llamó Mady Camara; no salió de casa.
El domingo 25 de septiembre, su último día de vida, a Nora la despertó una llamada de Eva a las 13.59. Mientras picoteaba algo en la cocina le dijo a su madre que le apetecía ir a comer a un restaurante chino. Discutieron porque su madre insistió en preguntarle quién le estaba comprando ropa o un móvil tan caro como el iPhone (Nora le había dicho a su padre que se lo vendió el padre de una amiga por 20 euros. En realidad el móvil, robado en Magaluf, se lo había dado Eric). Un poco antes de salir de casa llamó a Eric, que no contestó. Luego a Mady Camara. Eric le devolvió la llamada a las 14.44; hablaron más de un minuto. Desde ese momento Nora y Eric se cruzaron numerosas llamadas a lo largo de la tarde (Eric tenía dos números, uno de ellos como Eddy en la agenda de Nora). La chica salió de casa alrededor de las tres de la tarde. Según Eva, apareció en su piso llorando a causa de la bronca familiar. Fueron a comer a un chino.
La versión de Eva dice que ya en el parque Nora recibió una llamada, se fue 10 minutos y volvió con dos rayas, que se metió en el baño de una cafetería. Le sentaron mal y tuvo que llevársela a su casa (Eva vivía con una madre en silla de ruedas y su hija de 5 años, que dejaba al cuidado de menores o incapaces; la investigación deduce que además en esa casa Eva recibía a clientes con la niña dentro, algo que ella negó). Ya en su piso, Eva le echó agua fría en la cabeza para que Nora se restableciese. La mujer declaró que Nora después se iría con Eric, pero es falso: la niña siguió llamando a Eric sin resultado y no sería hasta las siete de la tarde cuando contactaron. A esa hora Nora tenía que ir con su madre a buscar a su padre al trabajo. De camino Nora dijo que había comido en un chino con una amiga de su edad y su familia. De vuelta, a las 20.30, pidió salir. Su madre le dijo que estuviese de vuelta a las 22.30; Nora arañó media hora más.
Días después Eric le diría a Eva que había quedado con ella esa tarde a la vuelta de recoger a su padre. Que estuvieron en Son Banya, donde hizo dos cundas, y en el poblado le compró a Nora cuatro rayas, «echaron un polvo» y la dejó de vuelta en perfecto estado. No recordaba la hora: entre 22.30 y 23.45. Según la reconstrucción policial, siguiendo las horas de llamadas y los posicionamientos de sus teléfonos móviles, Eric y Nora se vieron en la zona de la Puerta de San Antonio. Hasta allí llegó Nora andando y con mono de cocaína. Eric le facilitó drogas y la llevó después en su coche a casa. Los investigadores creen que Nora sufrió una sobredosis y que Eric la subió al coche a toda prisa para dejarla abandonada en el portal (está acusado de denegación de auxilio, maltrato habitual, delito contra la salud pública y prostitución y corrupción de menores).
A las 23.15 en el piso de la Carrer de Joan Miró, donde viven desde hace diez años Paco y Teresa, empezaron a producirse escenas de nervios. A pesar del comportamiento errático de Nora en los últimos meses, a pesar de que tiempo atrás tuvieron que mandarla a El Puerto de Santa María (de donde es la familia) para encauzar sus estudios y de que sospechaban de sus malas compañías, la familia tenía claras dos cosas: que su hija siempre iba con su madre a las 19 horas a recoger a su padre y que jamás se pasaba de la hora que le ponían por la noche. La llamaron y no cogió el teléfono.
Un cuarto de hora después salieron a buscarla. Nada más abrir la puerta del rellano de su piso se encontraron a Nora tirada en el suelo boca arriba, con una brecha en la barbilla de la que manaba sangre que le cubría la cara. Un poco más abajo estaba una sandalia partida por la mitad («una sandalia buena, cara, de las que no se rompen fácil», dice Paco), una mancha de sangre en la pared y un botellín de plástico azul oscuro con la etiqueta arrancada en el que queda un culo de agua. Dos años después ese botellín Paco lo sigue teniendo en la nevera por si la Policía algún día quiere coger huellas. Le habían dado tres euros y volvió con 50 en el bolso. Dentro estaban las llaves y su móvil. Los padres de Nora insisten en que nunca subía por las escaleras; iba en ascensor porque le encantaba hacerse selfies.
Al día siguiente Eva llamó al móvil de Nora y al enterarse de su muerte dijo que la chica llevaba tiempo saliendo con un colombiano llamado Joel que le daba dinero y cocaína por acostarse con él. Se presentó en el tanatorio con muchas de las amistades de las dos y allí insistió a las primas de Nora en exculpar a Eric y culpar a Joel, aunque acabaría rectificando. Les habló también de un cubano llamado Henry Luis que estaba en la cárcel en la isla y de la que Nora estaba enamorada (Nora se hizo en la muñeca un tatuaje que pone Luis; sus padres dicen que es por su abuelo, que se llamaba así). Estas primeras informaciones, obtenidas por las sobrinas de Paco y Teresa, llegadas de Cádiz para acompañar al matrimonio, tuvieron un efecto demoledor en la familia, que se puso a investigar hasta desenmarañar una trama en la que siguen metidos. Y empezaron otra vida: la de Nora sin Nora.
Los padres

Paco y Teresa se conocieron de adolescentes en El Puerto de Santa María, en Cádiz. Tuvieron una larga relación y tiempo después quisieron tener un hijo. Les costó trabajo. «Seis años para tener una hija y mira cómo me la han dejado», dice Paco. A los cinco meses de nacer Nora, Teresa sufrió un cáncer de pecho; se lo amputaron. Ha intentado reconstruirlo tres veces sin resultado.
Dos años después de la muerte de Nora, Paco no ha vuelto al trabajo. Fuma tres cajetillas diarias de Marlboro, no duerme hasta las cinco de la mañana y tres horas después acompaña a su mujer al casino. El primer año bebió. Salió del alcohol por lo mismo que no vengó la muerte de su hija: para no dejar sola a su mujer. Al terapeuta le anunció las ganas que tenía de tener delante a los proxenetas y clientes de su niña; el psicólogo le disuadió y avisó a la policía, que vigiló a Paco un tiempo.
Ello no evitó varios cruces. Al jubilado Egea, que desayunaba a las nueve de la mañana en Marita, fue a pegarle gritos un día para que todo el bar supiese de quién se trataba. Lo hizo con otros en El tapeo de Paco («los echaron a ellos y también a mí»). En el Bar Estadio localizó a dos, que no volvieron tras el broncazo; Paco los fue siguiendo por los bares que paraban. Una tarde, paseando con su mujer (calculan paseando lo que le llevaba las distancias a Nora cuando iba a pie para confirmar versiones; controlan los tiempos del semáforo por si se los encontraba en verde o rojo) se cruzó con el hermano de Egea, del que dice que les miró mal. «Fui y le dije que no volviese a mirar a mi mujer así en su vida».
Tiene en la muñeca tatuado el nombre de Nora y pronto se tatuará su rostro en el antebrazo. Es un hombre amable, cálido y profundamente dañado. Quiere que los tribunales reconozcan que su hija fue asesinada por una dosis mortal de cocaína y heroína, que tuvo en sangre niveles extraordinarios para una niña de 16 años reconocidos por varios forenses. Pero no hay acusación así en el proceso. La sentencia se sabrá a partir del día 23; Paco y Teresa quieren estudiar los 12.000 folios del sumario. Por casa sigue Daisy, la yorkshire que recogió Nora. Sus padres dicen que el instinto de la chica era ayudar a los débiles y a los animales, y que su sueño había sido ser médico y luego veterinaria. Daisy tenía dueño; lo averiguó Paco por el microchip y fue a decirle que había encontrado a su mascota. El hombre le dijo que había echado a la perrita de casa para ver si la atropellaba un camión.
El cuarto de Nora está como lo dejó ella salvo la urna con sus cenizas en la cabecera de la cama. Sigue su ropa en el armario y decenas de fotos suyas en el corcho. Aquí duermen sus padres porque las sobrinas están ocupando su habitación. Paco y Teresa emprenderán pronto la reforma del cuarto que su hija les había pedido. Tirarán tabiques para ampliarlo, pintarán las paredes del verde que quería Nora y tendrá luces que se apagan y se encienden con un aplauso.

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