La mujer extranjera

Tres golpes en la puerta irrumpieron el silencio del dormitorio antes de dar paso al chirriar de la puerta al abrirse, acompañado por pisadas acercándose. La figura abrió las cortinas, dejando que pasara la luz a través de las ventanas. El cuarto estaba vacío a excepción de la cama de matrimonio y la persona en ella que se ocultaba bajo las sábanas.

—Mi señora, queda una hora para vuestra reunión.

El hombre habló dulce y suavemente mientras se acercaba al lecho, cuadrándose frente a él. Entrelazó las manos a la espalda, mostrándose servicial mientras aguardaba a que su señora destapara su rostro y se acostumbraba a la luz que entraba.

—¿Cómo os encontráis, mi señora?

Eliane contestó con un gruñido. No se encontraba mucho mejor que la noche anterior. Estaba exhausta y apenas podía conciliar el sueño debidamente. Debía hacer un par de horas que se había dormido, pasándose la noche en vela por las náuseas. Su estómago le odiaba, estaba segura, sobre todo porque adoraba el jabalí asado y ahora no podía ni olerlo. Miró al hombre y este se acercó para ayudarla a levantar. Acompañó a la aún adormilada mujer del brazo fuera del dormitorio hasta el principal, donde una doncella la ayudaría a prepararse.

—¿Ya ha llegado alguien, Edward?

—Sí, mi señora. Poco más de una veintena de personas aguardan ya a reunirse con vos.

Se miró en el espejo tras vestirse mientras la mujer deshacía la trenza que mantenía su pelo recogido por las noches. Hacía diez días que había invitado a los habitantes de las tierras de Fortaleza Sur a comer en sus jardines con diversos motivos. El más importante era saber cómo estaban las gentes de las que ahora eran sus tierras, saber si todos disponían de trabajo o qué les preocupaba. El otro, debido al acontecimiento con las brujas, inspirarles confianza y tranquilidad. No sabía si aquello era lo que debía hacer como señora de aquellas tierras, pero era lo que creía que debía hacer. Enthelion, si estuvieras aquí esto sería mucho más sencillo, pensó.

—Que esperen en la puerta. Quiero hablarles a todos antes de que los hagas pasar uno a uno a la corte— clavó la mirada en Edward a través del espejo. Este, lejos de apartar la mirada, la sostuvo mientras asentía—. Cuando todo esto acabe, quiero que el dormitorio donde estaba quede completamente vacío y se limpie de arriba a abajo.

—¿Cortinas incluidas, mi señora?

La mujer asintió y volvió la mirada hacia su propio reflejo. Llevaba puesto un vestido carmesí no muy ajustado, habiendo dejado en el fondo del armario sus corsés, y los rizos de su cabello caían con desdén sobre sus hombros. La doncella llevó un par de mechones laterales hacia atrás para dejar el rostro al descubierto, sujetándolos con un bonito pasador. Prepararía antes todo en la corte para poder recibir a la gente que había acudido a verla antes de hablar con ellos.

La mayoría eran hombres, pero también había mujeres y algunas llevaban en brazos a sus hijos. Los que estaban sentados se pusieron en pie al ver a la señora de aquellas tierras. Algunos se inclinaron, pero la mujer les pidió que no lo hicieran. Se miraron unos a otros algo confusos. Unos estaban extrañados por la petición de la mujer, y otros porque les recibía ella en lugar de su esposo, Lord Lewyn Landcaster, pues era a él a quien esperaban ver. El silencio sólo se veía interrumpido por las hojas que mecía el viento sobre la hierba o por el cantar de los pájaros, hasta que Eliane dio un paso al frente y se dirigió hacia aquellas personas.

—Buenas gentes, os doy la bienvenida a Fortaleza Sur. Como os dije hace poco más de una semana, me encargaré de que todos tengáis un trabajo y escucharé las inquietudes que me queráis hacer llegar—. Paseó la mirada por todos y cada uno de los presentes, haciendo una breve pausa—. Muchos habéis llegado desde Páramos de Poniente, donde habéis pasado por toda clase de penurias, y yo misma os prometí que aquí tendríais un hogar. Han sucedido muchas cosas desde vuestra llegada y sé que algunas turban vuestras mentes. Las escucharé, así como vuestras necesidades, y velaré para calmar vuestras preocupaciones y garantizaros aquello que necesitéis.

Algunos se mostraron satisfechos ante las palabras de su señora, en los rostros de otros seguía habiendo confusión e incluso también desagrado. Sí, Lord Adkins les había dado un hogar en sus tierras, pero algunos no estaban en las mejores condiciones y hubo que hacer reparaciones, perdiendo a un niño ante las fauces de un famélico lobo mientras la Guardia Dorada los acompañaba a otro lugar. También se les había molestado a intempestivas horas revisando sus casas, viendo cómo se llevaban a una joven a la fuerza y a su hermana pequeña, siendo la mayor tachada de brujería. Aquello no gustaba, y por si fuera poco ahora aquellas tierras habían sido cedidas por su antiguo señor a la joven pareja.

Uno a uno fueron pasando para reunirse con Lady Eliane Landcaster en la corte de Fortaleza Sur. Ante la espera, que a veces se hacía demasiado larga, algunos criados repartían bebida y algo para llevarse a la boca. La mujer, como mucho, bebía agua para refrescarse, debiendo ausentarse en diversas ocasiones mientras Edward la excusaba.

—Lady Eliane no se encuentra demasiado bien, dispensadla —les decía.

Algunos, ante las palabras del hombre de cabellos oscuros y elegante porte, querían volver cuando la señora se encontrara mejor, pero ella pronto volvía con una amplia sonrisa y les seguía atendiendo como si nada hubiera pasado.

Tras haber recibido a todos quienes se había presentado, quedaban un montón de papeles desordenados encima de la mesa que Edward ordenaba por distinta clasificación. Eliane, con rostro cansado, se había acomodado al fin en la silla, pues había estado de pie hasta entonces. En cuanto los papeles estuvieron ordenados, empezó a leer algunos de ellos. Recogían los nombres y preocupaciones de quienes habían hablado con ella aquel día. Algunos pedían que sus hogares fueran reparados —tal vez un tablón del suelo se había salido o una de las ventanas estaba rota—, otros querían saber cual sería su futuro o que había ido pasando en las últimas semanas, mientras que otros tantos estaban sin trabajo. Eliane fue a dejar uno de los papeles sobre el montón que ya había leído, pero se lo pensó mejor y lo volvió a leer.

—El señor Jones poseía un gallinero, pero se queja de que hay lobos en la zona que no sólo se ha comido a sus gallinas, sino que han destrozado el lugar.

Edward la miró, sin comprender muy bien qué quería decir o si quería que él hiciera algo al respecto.

—¿Disculpad?

—Hay gente que necesita reparaciones, y hay leñadores que se quejan de falta de trabajo. Muchas cosas las podrían solucionar entre ellos— suspiró—. Quiero que te pongas en contacto con algunos leñadores. No sólo habrá que hacer reparaciones, sino que el invierno se acerca y hay que estar preparados. Tal vez la Guardia Dorada pueda encargarse del problema de los lobos que llevamos acarreando desde hace un par de meses, pero quiero visitar a Lord Lambert. Tal vez su amigo Redfort nos deje usar su aserradero de nuevo.

Edward se mantuvo a su izquierda en todo momento, asintiendo mientras su señora hablaba. Era un joven de edad similar a la de ella y a quien había conocido en la corte real, en una de las ocasiones en que Eliane había acompañado a su padre. Aquel recuerdo le parecía tan lejano ahora... Las veces que habían hablado, el hombre siempre se había quejado de su señor y el abusivo trato hacia su servicio, de modo que Eliane se había puesto en contacto con él. Hacía las veces de mayordomo y consejero privado para ella, pero se negaba a tratarle con la familiaridad de antaño como la mujer deseaba.

—Haz llamar a los Coleman —pidió mientras el muchacho se retiraba—. Su padre ha servido con diligencia a Ventormenta y la Alianza. Pese a que le falte una pierna, estoy segura de que puede servirnos, al igual que su esposa.

Edward asintió antes de hacer una última reverencia y salir de la sala. La fortaleza aún tenía reformas que hacer, pero su señora parecía preocuparse más por aquellas gentes que por el que ahora era su hogar. Había cambiado mucho desde que la conocía, pero sólo de cara a los demás. En el fondo seguía siendo aquella mujer a la que poco le importaba el protocolo y quién fuera nadie, pero que adoptaba el rostro que necesitaba según sus intereses. Las dos caras de la suerte le habían sonreído y se había mostrado impasible ante todo, aunque sabía que su interior era distinto. También sabía que a veces era imprudente, y creía que visitar a Redfort no era buena idea, como sabía que iba a ir de todos modos aunque él le aconsejara lo contrario.

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