El otro día estuve bastante preocupada con la llegada de un extraño paquete. Por un momento pensé que eran muestras de alguna papelería que quisiera regalarme alguna cosilla. Pero luego me di cuenta de que me encontraba ante un paquete con botellas de aceite de oliva.
¡Estaba haciendo la compra semanal! Miré alrededor hasta que de repente observé como la vecina del cuarto me estaba observando.
Sí, esa vecina cotilla que lleva el control de quién sube y baja las escaleras, te interroga cada vez que te ve y está al día de las idas y venidas de todo el vecindario y del edificio en general.
Aparentemente parecía enfrascada en una decisión importante: la compra de unas lechugas. Sin embargo, noté como giraba lentamente sobre su porte y me observaba.
¿Cuánto tiempo había estado pendiente de mí? ¿A qué hora había salido y entrado en esta cadena de supermercados?
Había perdido la cuenta.
Así que aquí me veo, ante una caja llena de 8 botellas de litro de aceite de oliva de 0,5º de un pueblo andaluz del que no había oído ni hablar hasta este momento.
Mi psicólogo considera que ha sido debido a mi necesidad de concentración ante la proximidad del mes de Septiembre y quizás, las muestras claras de que es necesario ser un poco más amable ante las adversidades.
Sin embargo, discrepo ante su opinión analítica tras leer dos revistas de autoayuda del quiosco de la esquina, la razón estaba clara, todo se debía a una manipulación.
Alguien estaba manejándome desde la lejanía...
Pero, ¿uién o qué era el responsable?
No tenía ni la más remota sospecha.