La dictadura de los ofendidos

Este verano escribí una entrada sobre la elección de la reina de las fiestas patronales de un pueblo cuyo nombre resulta ahora más piadoso omitir. Lo hice porque me pareció que la elegida no lo merecía. La razón era bien simple: la ganadora era en comparación con las finalistas la menos agraciada además de presentar bastante sobrepeso. Esto no tendría importancia sino fuera porque todas sus rivales estaban más ajustadas al ideal de mujer que puede participar en un certamen de belleza.

No me malinterpreten no estoy en contra de los concursos de belleza pues la gente guapa también merece tener oportunidades en la vida, pero me traen sin cuidado. Hice una excepción en este caso pues me pareció, como a muchos en el pueblo, que había sido una elección desafortunada para no calificarla de algo más grave ya que no tenía prueba alguna.

Yo mismo viví en mis carnes al menos en una ocasión la frustración de perder un premio porque el ganador era pariente, amigo, conocido de alguien muy importante. Insisto, no acuso a nadie de nada, pero me pareció que debía reivindicar a las chicas que se quedaron sin su corona como en su momento recibí el apoyo de del público y del resto de participantes en aquella ocasión. Probablemente no hubo nada poco ético en la elección de la reina de las fiesta del pueblo, pero resultó evidente que fue una elección equivocada.

La semana pasada me avisaron desde WordPress  que estaba recibiendo un montón de visitas en poco tiempo. Al parecer la entrada sobre la reina de las fiestas se había viralizado y deduje por las estadísticas que había sido entre los habitantes del pueblo en cuestión. Una viralización, modesta, rural pero teniendo en cuenta su población observé con asombro que al menos un 10% de los mismos habían leído la entrada en esa misma tarde.

No tardé en recibir dos comentarios:

El primero fue una airada respuesta de una mujer que se presentó como paisana del pueblo y que me acusaba de machista, “gordofóbico” (sic) y de que me gustaba mirar a niñas con poca ropa (dijo niñas, no chicas o mujeres, niñas), pues yo había comentado que a una de las finalistas la había visto en bikini en la piscina municipal y me pareció “la venus de Milo con brazos”. No importaba la edad que tuviera la chica, yo era un pedófilo  y un pajillero. Su aportación acabó con el deseo de que no volviera por allí, que no les estropease las fiestas nunca más con mi infame concepto de belleza y que podía me introducir las opiniones por vía rectal.

El segundo comentario, también de una paisana, fue una breve petición de que retirase la entrada pues no era consciente del daño que pudiera ocasionar, no hablaba del daño hecho sino del por hacer.
Al principio me mostré combativo. Contesté a la iracunda señora del primer comentario de la forma más hiriente que pude. No me sentó bien que me acusase de pedófilo y pajillero. ¡Yo no soy ningún pedófilo! Esa es una acusación muy grave y me hirvió la sangre.

Al segundo comentario contesté de manera más amable haciendo valer mi libertad de expresión y recordando que en la entrada me ofrecí no sólo a retirarla si me demostraban que la elección de la reina de las fiestas no era un concurso de belleza sino a pedir disculpas públicamente.

– Bueno, ¿Y qué pasó? ¡Es que te enrollas!

– Lo siento, hipotético lector. Iré al grano.

Lo que pasó es que al final retiré la entrada.

– ¡Vaya! ¿Y por qué?

En primer lugar no tengo energía ni fuerza para lidiar con gente que comenta sólo para insultar. Vivimos en la dictadura de los ofendidos, y yo no tengo madera de opositor. Son malos tiempos para expresarse. Hoy en día son muy tenues, las líneas fronterizas entre la opinión y la agresión entre el sarcasmo y el insulto, entre la ironía y la burla.  Hemos pasado de reír chistes de mariquitas y gangosos a no poder decirle a una chica de físico promedio que no es adecuada para ganar un concurso de belleza por el daño que podemos causarle a ella, olvidando el daño que se le hace a las autenticas merecedoras del premio. Por lo visto hemos de decir que la belleza está en el ojo del que mira y que todos podemos ser Mister Olympia o Miss Universo y sinceramente, para eso prefiero no opinar.

No costaba demasiado demostrarme que la reina de las fiesta fue elegida por su devoción a la patrona, por sus conocimientos del folclore o porque hizo una tesis doctoral sobre la historia del pueblo, hubiese quedado en evidencia y me habría tenido que disculpar, pero sólo recibí acusaciones de machismo y de comportamiento sexual degenerado, la paradoja de nuestros tiempos, el ofendido, si puede ofender.

En segundo lugar, quizás me excedí. Puede que no hiciera falta ser tan caustico, cómo fui y sobre todo puede que centrara la responsabilidad demasiado en la chica de lo sucedido. Debería haber investigado si realmente hubo tongo por parte de las autoridades  y haber tenido el valor de denunciarlo en tal caso. Aunque también se requiere valor para hablar sobre el físico de una participante en un evento público. Puedo decir lo que me venga en gana sobre Justin Bieber,  pero opinar que los michelines no son el mejor atributo para exhibir en un concurso de belleza ¡cuidadito!

Sea como sea, ya se ha enterado suficiente gente de mi opinión y en estas circunstancias, continuar con su publicación resultaría un escarnio para una muchacha que no ha hecho nada malo.  Hay problemas en el mundo muchos más graves que denunciar y personas mucho más antipáticas sobre las que escribir. Espero tener el valor para ello en lo sucesivo.

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