Que uno de los avances en la historia de la humanidad más importantes y fundamentales ha sido el invento de la escritura no cabe ninguna duda. Desde los tiempos más remotos se ha intentado legar a la posteridad los conocimientos, las artes, la historia e incluso el modo de vida de los pueblos de la antigüedad.
Pero nosotros que somos los herederos legítimos de este tesoro, en muchos casos no somos capaces de entenderlo, como en el caso de las culturas más antiguas, cuyos signos tallados en piedra todavía resisten el paso del tiempo, pero no se ha conseguido descifrar los signos, por lo que no podemos saber lo que en ellos se cuenta.
Por otro lado están los que se han perdido para siempre, bien por accidentes o como consecuencia de las guerras que han asolado la humanidad y una de sus principales víctimas ha sido siempre el conocimiento escrito.
A esto se debe que cuando se encuentran documentos olvidados e ignorados por la historia causan una gran sensación. Un claro ejemplo han sido los famosos manuscritos del Mar Muerto.
Por eso la existencia de una gran biblioteca que hubiera permanecido oculta, en la que manuscritos únicos que se desconocen, o que teniendo referencias de ellos se hubieran perdido para siempre sería considerado un inmenso tesoro.
Pues bien, ese tesoro podría estar oculto debajo de una de las más grandes construcciones europeas y probablemente la mejor custodiada y de difícil acceso, me refiero al Kremlin, en pleno centro de Moscú.
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La historia comienza muy lejos, en Constantinopla en el año 1472, cuando la sobrina del último emperador Bizantino, Sofía de Paleologue, es prometida en matrimonio con Iván III el Grande, que acababa de enviudar. Entre la rica dote que portaba la novia se encontraba una fantástica colección de libros antiguos que habían sido atesorados en la biblioteca de Constantinopla y que el emperador, ante el peligro que representaba el imperio turco, encontró esta manera de poner a salvo parte de la colección, entre la que se encontraban textos procedentes de la antigua biblioteca de Alejandría y de los grandes clásicos de Grecia y Roma.
El tiempo le dio la razón y pocos años después, en 1453, la ciudad cayó en manos de los turcos con las correspondientes consecuencias.
El nieto de Sofía fue el primer Zar de todas las Rusias, Iván IV El Terrible. El apodo le hacía bastante justicia, en su afán de tener cada vez más poder estaba dispuesto a todo. A pesar de todo era un gran amante de los libros, consciente de que el poseedor del conocimiento también adquiría más fuerza y prestigio.
Partiendo del gran legado de sus antepasados, comenzó a recopilar todo lo que caía en sus manos y ordenó traducir al ruso todos los escritos que pudo conseguir. Para ello buscó a los mejores eruditos, la mayor parte monjes, a los que puso a trabajar de forma despótica y cada vez más tiránica.
Incluso existe la creencia que los monjes asustados temieran encontrar fórmulas y hechizo en esos raros y antiguos escritos que Iván podría usar contra su propio pueblo. Y es que la paranoia y la sed de sangre del Zar eran cada vez mayores.
Como su tesoro literario corría serio peligro de ser devorado por las llamas en los frecuentes incendios que por aquella época eran frecuentes por accidente, o por lo que más se temía, por un sabotaje, buscó en la inmensa red de túneles que recorrían el subsuelo del Kremlin un lugar donde ubicar su biblioteca y tener permanentemente controlado a todo el personal que trabajaba en ella.
El sitio elegido se mantuvo en el más estricto secreto solo conocido por el propio Zar y los monjes y eruditos que trabajaban en la biblioteca, siendo plenamente conscientes de las horribles consecuencias que tendrían la más mínima indiscreción.
Pero la locura y la desconfianza de Iván no tenían límites. En un ataque de furia llegó a matar a su propio hijo y viendo que parecía imposible fiarse de nadie, y que tarde o temprano la localización de su tesoro sería revelada, tomó la misma medida que parece ser usó con los trabajadores que construyeron la biblioteca: ordenó matarlos a todos. Primero los guardias mataron al personal de la biblioteca y después estos a su vez fueron ejecutados, no quedando nadie que supiera de su paradero salvo el Zar.
A la muerte inesperada de éste, se llevó el secreto con él y como su legado fue tan terrorífico no se hicieron muchos esfuerzos por buscar la biblioteca, ya que un velo de misterio y maldición la rodeaban, siendo olvidada.
A pesar de ello, algunos valientes y temerarios han intentado encontrarla. Quizás el más famoso ha sido el arqueólogo ruso Ignatius Stelletskii; se jugó la vida en multitud de ocasiones escarbando bajo el Kremlin, casi siempre de manera ilegal en los tiempos finales del Zar Nicolás II, en plena Revolución Bolchevique, durante el gobierno de Lenin y finalmente con otro terrorífico dirigente, Stalin.
Curiosamente, esta vez de forma aparentemente legal, durante las obras del metro de Moscú, en la que participó como experto arqueólogo identificando oficialmente objetos antiguos que aparecían durante los trabajos y clandestinamente buscando indicios de la biblioteca.
Solamente este valiente personaje dejó de intentar encontrarla durante el paréntesis que representó el ser enviado al frente durante la Primera Guerra Mundial, consiguiendo sobrevivir a las múltiples calamidades de la misma.
Finalmente tuvo que desistir de su intento. El Kremlin se había convertido en una fortaleza inexpugnable con un nuevo Zar rojo: el temido Josep Stalin, igual de paranoico y sanguinario, con la mejor vigilancia y seguridad del mundo; todo intento solo hubiera significado la muerte.
Que no la encontrara no quiere decir que nos siga ahí. Otra historia es el estado en que se encuentre un material tan delicado después de cientos de años de abandono, expuesta a la humedad y las posibles inundaciones que han sufrido parte de los túneles a lo largo del tiempo.
Nuevos investigadores quieren seguir sus pasos y quizás algún día las autoridades rusas permitan la búsqueda y la suerte acompañe pudiéndose recuperar este tesoro de la humanidad.
Imágenes cortesía de wikipedia y clasicoarchivohistorico.org
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