en el que todo era verano:
todo pasaba a mi alrededor,
solo pasaba, y nada más.
Aunque a veces las cosas vibraban,
a veces las noches eran más que cielo y estrellas.
Pasaban miles de historias
durante un estío que siempre corto
quedaba.
Y ahora son recuerdos. Miradas del ayer.
Ahora escribo líneas repletas de vida:
la que viene, constante e indecisa,
la que está, repleta de fuerza y tesón.
La que pronto acabará.
Del pasado, del presente.
Del ahora y del “hasta luego”,
todos vienen y se van.
El reloj del tiempo no se pausa.
Mi arena nunca se contará.
Ahora el mar se extiende como una suave sábana sobre la playa,
sonido de paz y reflexión.
Días maravillosamente terribles
de floridos presentes
y grandes futuros.
Hoy, junto al mar, vuelvo a nacer.
El verano me ilusiona como a aquel niño
que vivió en el pueblo sus noches de mayor.
Ilusión que llega, de cumpleaños,
cambiando la mirada hacia delante,
dejando al niño y su inocente fulgor.
Esta noche quiero contar las estrellas,
que el mar suavice el alma,
y que sueñe siempre por un día más
lleno de alegría y felicidad.
Hoy cumplimos más tiempo en el mundo,
más días vividos.
Más días por vivir.