Escalofríos en la madrugada

Aunque había seguido las indicaciones del mapa de la ciudad, la muchacha parecía no dar con el lugar que buscaba. Había llegado hacía un par de meses a Ventormenta, pero no hacía ni una semana desde que había recibido un paquete con dos dagas. El diseño de la empuñadura parecía gilneano y la nota que las acompañaba estaba firmada por un tal Talbot. Su madre no se las había enviado antes de fallecer, eso estaba claro, pero una de las historias que le había contado sobre su padre es que era un Lord gilneano. Aquello la impulsó a buscar mapas detallados para llegar hasta el Reino de Gilneas, y le habían dicho que debía ir a la biblioteca para ello. Estaba siguiendo las indicaciones mientras caminaba por las nocturnas calles de la ciudad cuando chocó contra alguien.

—Señorita, tened cuidado, podríais haberos clavado mi sable —sonrió el hombre.

No estaba segura de si le había guiñado un ojo o había parpadeado, pues llevaba el ojo derecho cubierto por un parche. Eliane se disculpó ante él y el hombre que le acompañaba y les pidió indicaciones. El hombre con el cual había chocado, el pelirrojo, se prestó a ofrecerle su mapa, aunque lo rechazó. Tenía otras cosas que consultar en la biblioteca.

—Venga ya, ¿a estas horas? Venid a tomaros una copa con nosotros, hay un buen local aquí cerca.

—¡Eso es justamente lo que estaba buscando ahora! —contestó con una sonrisa. Realmente un trago no le vendría mal.

Caminaron en silencio a través de diversas calles hasta llegar a la plaza donde se encontraba la Torre de Magos de la urbe. Allí se dirigieron hacia un local cuyo cartel rezaba El Ermitaño Azul. Entraron y se sentaron en una mesa después de que el pelirrojo pidiera la mejor botella de vino que tuviera. Después, miró a la mujer y al otro hombre de cabellos tan oscuros como los de ella.

—Mi nombre es Liam. ¿Cómo os llamáis?

—Famke —contestó la muchacha tras unos segundos, dudando en usar ese nombre o inventarse cualquier otro.

—Qué nombre tan exótico —comentó Liam con una sonrisa.

Eliane se despertó con el corazón encogido. Una vez más había caído presa de los recuerdos en mitad de la noche. Sobre su piel yacía una fina película de sudor, con lágrimas deslizándose sobre sus mejillas y la respiración agitada. Era como si algo o alguien oprimiera su pecho con fuerza. Miró al hombre que tenía a su lado y se levantó de la cama con cuidado para no despertarle, dirigiéndose hacia las almenas a paso rápido. Ni siquiera cogió algo con lo que taparse, pues había salido del dormitorio con un fino camisón de tirantes. Había pasado casi un mes ya. Ya era imposible disimular con polvos las ojeras dibujadas bajo sus ojos como hacía normalmente, cuando se quedaba despierta hasta tarde y se levantaba al amanecer para entrenar a Inara. Aquello le hizo recordar las palabras de Tarja.

—Me ha pedido que os diga que está muerto.

Las palabras volvían a tener el mismo efecto que cuando se las escuchó pronunciar a la joven, volvían a partirle el corazón y a pisotear sus pedazos. No amaba a Liam. Era alguien muy importante en su vida y se había dado cuenta de ello recientemente, pero no le amaba pese a la relación romántica que ambos habían iniciado poco después de dejar la Casa Von Khanstein, en cuya milicia habían servido juntos.

Desde que la Guardia Dorada y el Cuerpo de Exploración habían apresado a Malobaude y Liam ya no estaba, apenas dormía. Todos aquellos recuerdos se agolpaban en su mente por las noches, cuando no se mantenía ocupada. Por si fuera poco, tanto Sir Héctor, Sir Enthelion como Lord Adkins habían estado ausentes un par de veces y ella había tenido que hacerse cargo de Fortaleza Sur mientras tanto. Aquello no sólo no le gustaba, sino que no estaba preparada. Era diestra en el manejo de las dagas y sabía de protocolo y de corte desde que Adkins así lo había decidido, alejándola de su papel inicial en la Casa. Pero una cosa era aparentar ser una dama, otra muy distinta era organizar las tareas del servicio, los asuntos de diplomacia o incluso los negocios. Cuando Lord Lambert, en su visita a Colmillo de Piedra, le enseñó el libro de cuentas para que comprobara que todo era correcto, le costó enterarse de lo que todo allí indicaba. ¿Cómo podía haber gente que con un rápido vistazo determinara si había algún fallo o no cuando a ella le había costado un par de minutos centrarse? Sin duda no estaba hecha para ese tipo de cosas, ni tampoco para lo que la noche anterior habían vivido en Aldea Silvestre. El Mayordomo parecía no saber reaccionar a la hora de hablar con el gentío, y a ella no se le daba bien calmar los ánimos de muchedumbres enfurecidas que clamaban venganza como aquella. Aún quedaba volver a hablar con Lady Christine y Adkins volvería a pedir que se encargase ella. El Lord confiaba en la mujer de las arenas, pero a ella le faltaba confiar en sí misma. Toda aquella presión iba a acabar con ella, aunque aparentaba estar bien. Únicamente se permitía mostrar una pequeña parte de sus preocupaciones con Lewyn o con Enthelion, y a uno le había dejado durmiendo solo mientras que al otro no lo veía desde hacía semanas.

Días después se hallaba en un campamento junto al séquito que la había acompañado a la Mansión Montenor. Había hablado con Enthelion, quien se había presentado, y le había puesto al día de lo acontecido de todo. Aunque le gustaba ser sincera con él, esta vez se ahorró lo que pensaba. Estaba al cargo de la situación por órdenes de Lord Adkins, pero no se sentía preparada para tomar las decisiones que se habían tomado la noche anterior. El frío entraba por la lona de la tienda y la lluvia no parecía detenerse. Cada vez dudaba más sobre sí misma. La noche anterior hubo gente que no parecía estar de acuerdo con las decisiones tomadas, pero Enthelion las aprobaba y eso le bastaba.

—Eliane, no sé si te has dado cuenta de lo que nos estamos jugando —le dijo con la mirada clavada en ella, sosteniendo una copa de vino en la mano.

—Tampoco podemos esperar demasiado.

—Te estoy hablando de degollarla, encanto. No quiero esperar.

La Senescal había sopesado aquella idea durante la noche. Sin embargo, era peligroso. Si algo la controlaba o había contactado con algún ente peligroso, acabar con la vida de Lady Christine podría desencadenar algo peor.

—Llevad a cabo el plan que has dispuesto, no me entrometeré, pero si las cosas salen mal quiero que des esta consigna: mataréis a la mujer y sacaréis al marido y al hijo de la mansión. ¿De acuerdo?

Se mantuvieron la mirada unos instantes, en silencio. Eliane no necesitaba pronunciar palabra, él entendía lo que decían sus ojos. Era lo bueno de la relación que habían forjado. Podían pasar horas en el más absoluto silencio que les bastaba, o al menos a ella. Disfrutaba de la presencia de aquel hombre, de la tranquilidad que le transmitía.

—¿Cómo va todo de muros hacia dentro? ¿Noticias de Liam?

—Para todo el mundo está muerto —tardó en contestar.

—¿Lord Adkins ya sabe lo tuyo con el Lord Comandante?

Le clavó la mirada y agradeció que no hubiera nadie a su alrededor. Había olvidado que Enthelion conocía la situación de ambos y aquello la pilló por sorpresa. Por suerte, tanto su compañía como aquello lograron que se relajara, cosa que agradeció. En cuanto se fue, la pesadumbre y la inseguridad volvieron a envolverla. Liam... ¿Dónde estarás? La peor parte no era la inseguridad en sí misma, los recuerdos, el dolor o la incertidumbre. La peor parte era el sentimiento de culpabilidad.

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