—Déjalo de una vez. Sé que llevas horas siguiéndome.
La voz de la mujer sonaba dura y fría, pero era casi un susurro. Cuando se detuvo y alzó la mirada hacia el cuervo, el animal bajó del árbol sobre el que se había posado. Antes de que sus patas se posaran sobre la maleza que cubría el suelo, su cuerpo cambió. Sus garras y patas se estiraron hasta convertirse en los pies y piernas de una mujer, sus alas perdieron su forma para tomar la de unos brazos y el pico menguó hasta convertirse en una afilada nariz. Su cuerpo perdió las plumas, que se convirtieron en las ropas que llevaba, pero sus cabellos seguían siendo del color violáceo del plumaje. Sus tatuajes faciales simulaban unas alas y cubrían parte de su rostro.
—No era mi intención ocultarme, hermana —dijo una voz algo más carrasposa—. Vuestro deber os llama.
La mujer de cabellos azulados chasqueó la lengua. El deber siempre la llamaba, y ni siquiera había podido regresar a la ciudad para visitar a su hijo y pasar tiempo con él. La druida lo sabía, y ese era el motivo principal de su visita.
—En la capital humana hay unos oradores que advierten el regreso de la Legión Ardiente.
—Humanos... —espetó con asco la mujer.
—No sólo son ellos, Deliantha —prosiguió la druida—. El Círculo Cenarion ha notado algo y es posible que esta vez sea verdad. Tenemos que estar preparados.
La centinela observó a su compañera en silencio, pensativa. Había pasado mucho tiempo durante el último año en Frondavil, pues era un foco habitual que los demonios visitaban de tanto en tanto. Había matado a muchos de ellos, pero sabía que aquello no sería nada en comparación con los que la Legión podría traer consigo si eran ciertas las palabras de Thelandria. Desconocía dónde estaban los miembros de su orden, todos habían decidido alejar sus caminos de Elune-Adore sin mediar palabra. Tan solo Asuryan, también miembro del Círculo Cenarion como Thelandria, mantenía el contacto cuando podía con ella.
—Regresaré a Darnassus entonces. Si es cierto, quiero pasar algo de tiempo con Erglath antes de tener que volver a marcharme.
Cogió de su faltriquera una cantimplora de agua y bebió un poco. Ni siquiera se despidió de su compañera cuando, tras guardar la bebida, se puso en marcha por donde había venido. La druida siguió sus pasos con la mirada antes de volver a tomar la forma de cuervo de la tempestad y alzar el vuelo. Ella debía volver a Claro de la Luna, por lo que no seguiría a la líder de la orden de la que ambas formaban parte.
Los rumores del posible regreso de la Legión Ardiente eran algo que no podían pasar por alto. Debían saber si eran o no ciertos y prepararse por si tan terrible mal volvía a su mundo. No podían correr ningún riesgo, por pequeño que fuera.