Después de haberos hablado del Follarín de los Bosques, espero que no creáis que ese es el único tipo de imbécil que he conocido. No. Porque en la variedad está el gusto y porque yo atraigo a gilipollas de todo tipo, sin excepciones. No: todos a mí.
Total, que hoy quiero hablaros del que más repelús me da: El moñas de manual. Del manual de perdedores, evidentemente.
Al moñas de manual es muy fácil distinguirle. Si es que es un moñas: pondrá canciones blanditas en Twitter, estados de Facebook profundos y te hablará sobre su última ruptura y lo mal que lo está pasando porque quería demasiado a su novia. Que no es como si no te lo imaginases porque, al fin y al cabo, todas las canciones ñoñas de sus redes sociales dicen eso mismo, pero ea, que te lo quiere contar más en detalle. Es sensible y se regodea en su sensiblería. (A mí me tocan un poco la moral, porque no me gusta no ser la parte femenina de la relación, pero bueno). Asimismo, a estos tíos, les encanta hablar de tu vida sentimental. De las malas decisiones que has tomado, concretamente, y sobre cómo solo te fijas en tíos que no te convienen. Su parte favorita de la conversación es aquella en la que se comparan con tus ex, poniéndose a ellos mismos por las nubes: ellos te habrían tratado como a una princesa. (Palabras textuales).
También le reconocerás por ser ese que reenvía las cadenas esas cursis-que-te-mueres de Whatsapp para las mujeres fuertes de su vida o por frases como «Me encantaría bañarme contigo para poder lavarte el pelo». (Tócate los
Con estos datos, así a primera vista puede parecer que El Moñas es inofensivo, un buen tío, mucho mejor que El Follarín, pero NO, no os dejéis engañar. En realidad son los peores. Peores que casi cualquier otro tipo de gilipollas, porque al resto de imbéciles se les ve venir de frente, pero a los moñas no. Su hábitat natural es la retaguardia. Estos por menos de nada, cuando les rechazas amablemente porque nunca jamás en la vida te van a gustar, te pegan una paliza, te violan y te entierran en el bosque, y si no os lo creéis solo tenéis que ver cómo acaban las películas esas chungas de media tarde o los capítulos de CSI que tienen pinta de no ir a resolverse: siempre es el amigo del novio que parece que no ha roto un plato en la vida pero estaba enamoradísimo de la muerta. Vais viendo por qué salgo con un gilipollas al uso antes que con uno de estos ¿no? Porque los follarines nunca matan a nadie porque todo el mundo pensaría que han sido ellos. Matemática pura.
El blandito tiene dos modos básicos de flirteo: al merme, o sea siendo un brasas de cuidao"; y lo que a mi me gusta llamar el rollo psicópata, que incluye cloroformo y un saco y lo siguiente que recuerdas es haberte despertado en el maletero de su coche. Esta última la podéis ver en cualquier película de Antena 3. De esas basadas en hechos reales, que a mí eso me acojona, que yo he ido con un tío de estos de noche en coche y no me veía salir con vida. Que igual tengo una imaginación muy fértil, no digo que no, pero me he visto de copiloto en esa situación y solo diré una cosa: de camino a mi casa hay campo todo el que quieras. Y descampados. Descampados y trigales y cosas. Os juro que no sabía si iba a llegar a mi casa ese día. ¡La virgen, qué mal rollo! Que diréis «¡Qué exagerada!», pero no, la escena hacía cinco minutos que había empezado a volverse oscura, de esas veces que parece que se le va a ir la pinza al moñas:
?Es que solo sales con tíos guapos que no son buenos para ti, deberías salir con un buen tío, que te cuide como yo. Es que ¿por qué no sales conmigo, Jessi? ¡¿Por qué no?! ¡¿EH?!
Conforme iba terminando la frase, iba subiendo el timbre de voz e iba apareciendo un tonillo desesperado. Es ahí cuando piensas «Hostias, Pedrín, para en un trigal y se hace un abrigo con mi piel».
?Bueno, verás, es que nosotros somos amigos, yo no te veo así.
?Pero podríamos intentarlo, sería bueno para ti.
?¡Vaya! ¡Mi casa! Gracias por traerme, hasta luego.
Coño, de verdad, ¡qué angustiaaaa! Qué angustia. Que vosotros diréis que para qué me subo con él en el coche, pero es que hay un límite de veces que puedes rechazar el ofrecimiento de un moñas de llevarte a casa. Quicir, a partir de la décima vez que le dices «No, gracias, tengo el bus aquí al lado» en la misma conversación, empieza una lucha de poder que termina con el más pesado como vencedor. Así que eso, me fui en el coche con el moñas. Menuda encerrona, tío. Y, por cierto, para mi desgracia no terminó con aquel «¡Vaya! ¡Mi casa!» no, tuve que insistir en lo de solo amigos aproximadamente 20 minutos. La vuelta a casa más larga de la historia.
P. D.: Si no volvéis a saber de mí es que alguno de estos especímenes ha tomado represalias y se ha montado su propio telefilm de Antena3 conmigo. Porque esta gente es muy de represalias, encima.
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