Cuando jugaba competiciones con asiduidad, tras una partida de ajedrez a ritmo clásico (5 horas de duración aproximadamente) terminaba exhausto.
Casi 20 años después, me he aficionado a correr, y he terminado dos medias maratones (21 kilómetros) en menos de dos horas. Si embargo, al finalizar las carreras mi cuerpo estaba lleno de endorfinas, me sentía feliz.
Por el contrario, durante una partida de ajedrez de 5 horas de duración, tu organismo está sometido a un gran estrés. Cada vez que es tu turno de mover, tienes que tomar una decisión ¿cual es la mejor jugada en esta posición? ¿y si me equivoco?
Pero es que además, la situación sobre la que debes decidir no es una situación de paz y armonía. Durante el transcurso de la partida está sentado frente a tí tu mayor enemigo. Tu contrincante va a intentar deshacer todos y cada uno de tus planes, y además va a intentar imponer los suyos propios, hasta llegar a la aniquilación total: tu derrota sin paliativos.
El gran maestro de ajedrez, 13º campeón del mundo de ajedrez, y líder del ranking mundial de ajedrez durante más de 20 años (1985-2006), Gary Kasparov, dijo una vez:
“¡El público debe ver que el ajedrez es un deporte violento! Hay mucho en juego en una partida de ajedrez importante. Cuando golpeas a tu oponente destruyes su ego; por un tiempo le haces perder la confianza en sí mismo como persona. Si el público en general entendiera que los ajedrecistas conspiran para aplastarse unos a otros, ¿no crees que les interesaría?”
Cuando estudias ajedrez, la mayoría de la gente empieza a pensar que es sólo un juego. Tiene reglas. Tiene estrategias. Tiene tácticas. Se puede enseñar y aprender.
Pero hay una sutileza en el juego que no se puede enseñar en un libro o aprender mirando la notación de una partida. El verdadero jugador de ajedrez se está jugando todo lo que es para ganar una partida.
Apuestan su intelecto, sus emociones y sus almas en cada juego.
Son como los jugadores de póquer de apuestas altas, poniendo su fortuna en una buena mano, sólo que lo que está en juego es su propio respeto por sí mismos.