Educándonos para ¿ser o tener?



Al escribir esto, quisiera que los primeros lectores a los que pueda llegar este mensaje sean los padres, aquellos padres que tienen hijos en edad escolar y aún están a tiempo de reflexionar sobre los verdaderos propósitos de invertir en la educación de los suyos; sin embargo, esta publicación también es para ti, que estás iniciando una carrera universitaria, y para ti, que has obtenido tu título profesional y estás buscando continuar con estudios de post-grado, confiando en que así mejorarás tus condiciones de vida en el ámbito laboral y económico.

En un día común, realizando un prolongado trámite bancario, escuché atentamente la conversación que mantenían dos ejecutivas del banco, el dilema consistía en una situación que seguramente todos los padres han tenido que lidiar. Para narrar esta historia, llamaré a las ejecutivas del banco: chica de cabello oscuro y chica de cabello rubio. Chica de cabello oscuro, explicaba a su compañera de trabajo, el conflicto que atravesaba al ingresar a su hijo de edad pre-escolar a un prestigioso colegio de la ciudad; uno de los requisitos de ingreso al plantel, era demostrar que sus ingresos económicos y los del padre de su hijo, sumaban como mínimo 4000 dólares mensuales; inmediatamente su compañera, chica de cabello rubio, la miró con asombro y exclamó: ¿y tú de dónde vas a sacar ese dinero? A continuación, chica de cabello de rubio expuso muy válidos argumentos para desalentar a su amiga, entre esos el hecho de que año a año, mientras su hijo avanzara posteriormente a la educación primaria y secundaria, más altas serían las demandas financieras de la institución educativa. A todas estas declaraciones, chica de cabello oscuro, con mucha convicción y firmeza le contestó a su amiga: "Por mi hijo hago todo, tu sabes que a fin de cuentas lo único que le puedes dejar a tus hijos es una buena educación".




Al viajar en mi imaginación unos 20 años en el futuro, puedo ver a aquel niño convertido en un hombre, profundamente agradecido por el esfuerzo inagotable de su madre; puedo imaginar a ese hombre culminando exitosamente sus estudios con méritos académicos, por supuesto, en una prestigiosa universidad. Lo imagino, alistando sus maletas puesto que debe continuar con su educación, pero esta vez en el exterior, hará una maestría, y la culminará con el éxito profesional para el cual fue instruido. Cumplirá el sueño por el que su madre trabajo por tantos años, obtener un muy buen trabajo, con un muy buen salario.

Una vez dentro del campo laboral, este joven, se levantará muy temprano un día lunes, y llegará a las 09H00 a su oficina, tendrá un ajetreado día lleno de reuniones, llamadas, correos por contestar; será un hombre de talento y capacidad irremplazables, por esta razón debe trabajar hasta altas horas de la noche; llegará  a su casa exhausto y se acostará a dormir. La historia se repetirá durante los posteriores días hasta llegar el fin de semana, entonces él podrá relajarse compartiendo con amigos, con su novia, gastando su codiciable salario en ropa de marca, lujosos restaurantes, y espectaculares vacaciones, eso sí, siempre y cuando su jefe y los compromisos laborales se lo permitan.

Luego nuestro amigo imaginario se casará, su ritmo de trabajo de aproximadamente 60 horas laborales a la semana seguirá igual; mas ahora, su dinero será invertido en una casa, un auto familiar, seguros de salud, pagos de impuestos, y por supuesto la educación de sus hijos durante muchos años, hasta que lleguen a la edad adulta. Posiblemente la historia se repita una vez más en la vida de ellos.

Este ciclo de nuestra existencia, me lleva a pensar en cómo Dios planeó la vida para la humanidad, que tal si Adán y Eva permanecían en el Jardín del Edén, ¿terminarían acaso solicitando a Dios préstamos estudiantiles, para darles a Caín y a Abel la mejor educación posible?; ¿será que Adán y Eva se hubiesen pasado las noches pensando en que patrimonio le dejarían a sus hijos el día en que murieran?

La Palabra de Dios afirma que el pueblo perece por causa de conocimiento, y esto es absolutamente innegable, muchos de los errores que se cometen en la vida son causa de todas las grandes verdades que ignoramos. Pero en este disfuncional mundo donde vivimos, perdimos la visión de cuál es la importancia del conocimiento; la educación hoy en día no es más que un negocio. Un negocio cuyo fin es prepararnos durante muchos años, para terminar siendo el empleado de alguien, o en los casos más felices ser tu propio jefe. Sin embargo, el estilo de vida sigue siendo el mismo: estudiar, trabajar, ganar dinero, gastar dinero, adquirir deudas, y seguir trabajando para poder pagarlas.

Las escuelas apuestan todo por instruir a sus estudiantes en las llamadas "ciencias duras", aquellas compuestas por materias de contenido riguroso, medible y exacto, las cuales orientarán a los estudiantes a elegir las carreras universitarias, que por tradición son las más prometedoras, ingenierías en diversas áreas, tecnología, ciencias económicas, medicina etc. Los padres de familia  tiemblan si escuchan a sus hijos elegir carreras totalmente opuestas, como artes, ciencias sociales, filosofía, o humanidades, alegando la pregunta más común en estos casos ¿y de qué vas a vivir con ese título?

Los esquemas de este mundo nos han vuelto esclavos de un sistema, que considera prioritaria la estabilidad económica, en términos más coloquiales, estudiamos para conseguir buenos trabajos que nos permitan ganar mucho dinero, y solo así la sociedad nos considerará exitosos. Dentro de la esclavitud mental de este mundo, sólo la verdad nos hará libres, Jesucristo enseñó a sus discípulos, "si permanecieres en mis palabras, seréis verdaderamente mis discípulos". El modelo de educación propuesto por Jesús, tenía como fin llevar al hombre a la verdadera libertad, una vida abundante, la oportunidad de abrir tus ojos por la mañana, y saber que tienes un propósito transcendental, y el llamado a dejar un legado.

Con esto no digo que abandonemos los colegios o las universidades, todo lo contrario, es necesario hoy más que nunca romper las cadenas que nos atan a través de la valiosa herramienta del conocimiento. Pero, evaluemos que estamos buscando de la educación en la cual se invierte tanto dinero; mi estimado lector, se estudia para ser y no para llegar a tener. No necesitas colgar un título en tu pared para ser aprobado por tus padres y la sociedad, aquellos pocos que realmente aprecian la educación como un camino hacia la libertad del hombre y de nuestros pueblos, no abandonarán sus libros, y su capacidad de crear cosas nuevas con todo ese conocimiento.  Este mensaje te invita a elegir una educación integral, una educación para la vida; donde no te limites a ser un alumno que rinde exámenes y obtiene calificaciones, sólo con el fin de aprobar materias o semestres; esta educación necesita que seas un discípulo, un aprendiz, dispuesto a recibir las genuinas enseñanzas que transformen y mejoren tu calidad de vida, y la de tu entorno.

Aprendamos a vivir un estilo de vida con genuinos propósitos, usemos nuestro tiempo, talentos, recursos, guiados por nuestras verdaderas vocaciones y así contribuir al crecimiento de la sociedad. Olvídate de ser un ente corporativo que vive para pagar deudas, el carro, la casa, los niños, y todo lo que la sociedad se ha encargado de decirte que debes tener. Bien enseña la Biblia como Manual de vida, si el Señor no construye la casa en vano trabajan los que la edifican.

Si eres padre, si eres joven, reevalúa tu plan de vida, el que tienes para ti, y el que esperas para tus hijos; deja de trabajar en busca de riquezas y reconocimientos. Persigue lo inextinguible, lo duradero, lo eterno; edúcate para ser y no para tener. La verdadera educación no termina el día de tu graduación, te acompaña toda la vida, así que, de ahora en adelante, considérate a ti mismo todos los días: siempre un novato, siempre un aprendiz.

Fuente: este post proviene de Blog de soyunaprendiz, donde puedes consultar el contenido original.
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