Eclipse, que hubiese pasado si...



Hace unas semanas publicaba un relato bajo el nombre de Eclipse, tras sus lectura surgieron muchas conversaciones en el grupo de lectoras, al que estás invitado, Las chicas de las braguitas color caca en facebook.

¿Qué pasó? A la que escribe se le <<cruzó el cable>> y decidió dar una segunda versión de la misma historia, sin embargo, con lo que yo no contaba era con la rebeldía de los personajes y, mi propia filosofía <<para tristezas ya está la realidad>>, así se creó un cambio en el destino y, es que contra el hilo rojo no se puede ir... Esto no quiere decir que un día de estos no se encuentren con una tercera versión...

Sin más les dejo el relato, cuyo inicio conocerán, pues, todo cambia a raíz de una llamada...



Emocionada, con una sonrisa de oreja a oreja, Judith se abrazó a Marina, seis meses llevaban sin verse. Medio año con sus días y noches, con sus risas, lágrimas y necesidad de contar más de una historia porque nunca es lo mismo la conversación cara a cara que a través de una pantalla de ordenador. Largos fueron los minutos que duró aquel sincero y cálido abrazo, ellas eran mucho más que amigas. Muchos eran los que en la universidad habían llegado a creer que eran hermanas, llegando a encontrar semejanza en sus sonrisas, en sus espectaculares ojos color miel y en sus melenas que, por lazos del destino y las tijeras de las peluqueras, aparecían y desaparecían sin haberse puesto de acuerdo.

—Dime que ya no te vuelves a ir. ¡Seis meses es una eternidad!

—No, ya mi aventura en México se ha acabado.

—¿Hay mucho Alejandro Fernández suelto por allí? —preguntó tirando de su amiga hacia el interior de su pequeño apartamento.

—Alguno —Sonriente respondió mirando a su alrededor, como si aquella fuera la primera vez que pisara la casa de su amiga. —. ¿Está diferente o es cosa mía?

—El color. No sé cómo puedes percibir el cambio porque es casi el mismo tono azul —admirada respondió Judith, que siempre se había asombrado por la capacidad de diferenciar tonalidades, que a simple vista parecían las mismas, de su amiga.

—Malo sería que no lo hiciera, ¿no crees? ¿Imaginas una profesora de Arte daltónica? —bromeó Marina dejándose caer en el sofá. —. Toma, esto es para ti —dijo sacando un colorido paquete de su bandolera —. Y esto — agitando una botella de tequila rio —, aunque espero la compartas conmigo. Bueno —dijo con una pícara sonrisa mirando a los risueños ojos de Judith, que se dejaba caer a su lado abriendo el paquete. —. Igual ahora prefieres compartirla con ese súper hombre del que no paras de hablar. ¡Quiero conocerlo!

—Mañana —Sin poder evitar una sonrisa tonta contestó de inmediato —, porque mañana te vienes de fin de semana. ¡¡¡Me encanta!!! —exclamó nada más ver la colorida catrina de trapo.

—Ni lo sueñes, yo no me voy de fin de semana con un par de tortolitos.

—¡Tú te vienes! Y no es un fin de semana de tortolitos. Vamos con un grupo de amigos, a Isamar la conoces y, a Sofia por descontado, que también tiene muchas ganas de verte. Y a Jorge ni te lo nombro.

—¿Isamar sigue con Óscar?

—Sí, hija, no sé qué le ve a ese tío.

—No lo aguanto. No entiendo que siga con alguien que le tirara los trastos a una amiga.

—Bueno, yo no me voy a quejar, precisamente él me presentó a Daniel.

—DanielDaniel Llevo un mes oyendo ese nombre a todas horas. ¿Ya se ha decidido?

—No, hija, aún no Yo creo que este fin de semana es el momento, así que debes estar ahí para vivirlo en primera persona a mi lado —apoyando la cabeza en el hombro de su amiga dijo—. Ya verás que es perfecto. Llevaremos la botella de tequila, no se me ocurre dos mejores personas con la que compartirla, mi mejor amiga y el amor de mi vida.

—¿El amor de tu vida? ¿Cómo en su día lo fue David, Damián, Danilo? —Entre risas Marina enumeró —. Y alguno me falta —. ¡Darío! —Soltando una carcajada exclamó —. ¿Me puedes explicar que obsesión tienes con los hombres cuyos nombres comienzan por D y su segunda letra es la A? Igual no es una buena señal que se llame Daniel.

—¡Ni lo digas! ¡Estoy segura que esta vez se rompe la norma! —sentándose de golpe en el borde del sofá dijo sin poder evitar la risa viendo las caras que le ponía su amiga.

—Mi brujita se ha vuelto a enamorar—Rio Marina haciéndole burla a su amiga —. Eres la eterna enamorada, ¿sabes que se puede estar sin un hombre a tu lado? ¿O no lo sabes? —preguntó medio en broma medio en serio, porque no le terminaba de gustar aquella dependencia, casi mejor decir, necesidad de tener un hombre siempre a su lado.

—Cualquiera que te oiga pensaría que no sé estar sola.

—Bruja —dijo poniéndose seria —, reconoce que es así. Enlazas relación tras relación por ese miedo tuyo a quedarte sola. ¡Con lo bien que se está libre como el viento!

—Eso lo dices porque no has tenido una relación seria de verdad, porque no has encontrado al hombre de tu vida.

—Te equivocas, ahí están mi padre y mi abuelo.

—No es lo mismo y lo sabes. ¿Ese tatuaje? —preguntó al ver una pequeña luna en el envés de la muñeca.

—Cosas de la ratilla de mi sobrina. Le traje una colección de tattoos y ayer me puso este.

—Daniel lleva dos tatuajes, con lo poco que me gustan —respondió encogiéndose de hombros—. Algún fallo tenía que tener.

—¿Y súper hombre que tiene tatuado?

—Un sol justo en la muñeca, igual de pequeñito que esa luna.

—Tampoco está mal. Un tatuaje discreto y muy significativo, el renacer de cada día. Parece ser que simboliza la inmortalidad y la reencarnación.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Bueno, de aquí y de allá —dijo con una sonrisa, que hablaba más que sus palabras—. Digamos que conocí a un mexicano con unos cuantos tatuajes

—Y se dedicó a explicarte el significado —burlona respondió—, mientras tomabais café.

—Bueno, si quieres verlo así —soltando una carcajada dijo Marina. —. ¿Y el otro tatuaje de súper Daniel?

—Un nombre de mujer —respondió seria. —. Greta —refunfuñó.

—¿Una antigua novia?

—Supongo, no le he preguntado. Prefiero no saber —dijo clavando su mirada en la Catrina. —. ¡Me encanta! ¡Realmente me encanta! —repitió levantándose para colocar la pequeña y colorida muñeca en la enorme librería que recorría de lado a lado y de techo a suelo una de las paredes del salón, dando cobijo a un indeterminado número de libros.—. Aquí junto a papá pitufo —Sonrió Judith.

—Me parece increíble que guardes ese pitufo, cuando justo te lo regalé porque no soportabas los dibujos ni a aquel profesor de mates al que llamábamos así en el instituto.

—Un regalo es un regalo, aunque tus intenciones fueran endiabladas —dijo —. ¿Salimos a tomar algo?

—Perfecto —dijo levantándose y colocándose bien la camiseta que se le había salido de los vaqueros.

Rápidas pasaron las horas. Entre risas, brindis e interrupciones por no tan inesperados encuentros de amigos que, al llegar al bar de siempre, se acercaban a saludar a la recién llegada.

—Bruja, necesito irme ya. Estoy muerta, aún llevo el jetlag en el cuerpo. Nunca pensé que las horas de diferencia me fueran a afectar tanto.

—Bien, todo sea porque mañana estés fresca y dispuesta a pasar un estupendo fin de semana en la playa.

—Veremos a ver si es así y no me convierto en la carabina de nadie —haciéndole burla a su amiga, al tiempo que se apretaba con fuerza a ella—. Mira que te echaba de menos.

—¡Y yo a ti! —Con total sinceridad respondió devolviéndole el abrazo.

—Por cierto, ¿ya has sido tía?

—No, mi hermana aún no ha explotado.

—¡Serás burra! —Soltando una carcajada exclamó Marina, levantándose del asiento, despidiéndose con un gesto de unos conocidos que estaban al fondo del bar.

—Esas son sus palabras —Riendo explicó Judith—, no es cosa mía sino ella la que suplica explotar ya.

—Otra, ¡qué dos!

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Increíble, la noche estaba impresionante. La luna parecía brillar más de lo normal, dejando su blanquecina estela en el tranquilo mediterráneo, que parecía estar meciéndose al compás de la sonata de los grillos. Solo los grillos amenizaban la noche, hacía calor, pero ni comparación con la ciudad, la brisa del mar subía desde la falda del monte creando un pequeño y espectacular microclima que te hacía sentir en tu particular paraíso.

Por momentos así, Daniel había convertido la casa de sus padres en su refugio cuando el insoportable y pegajoso calor no daba tregua y, solo se podía vivir bajo el aire acondicionado

—Y lo tuyo con esa chica va en serio —dejando el botellín de cerveza junto a la tumbona se interesó Jaime.

—¿Y puedo saber qué es lo mío? —preguntó con cara de burla Daniel, dando el último trago a su cerveza. — . Que yo sepa, yo no tengo nada con nadie.

—Pues, yo te digo que a esa chica le gustas.

—¿Hablas de Judith?

—Sí, de la misma. ¿No me dirás que no te has dado cuenta?

—Nos llevamos bien, hemos congeniado, pero no hay nada más.

—¿Pero ha habido algo entre vosotros?

—¿Algo entre nosotros? —preguntó entornando los ojos por la sutileza de las palabras de su amigo.

—Me entiendes perfectamente —dijo, volviendo a coger la cerveza, dándola por acabada.

—Quieres saber si ha habido sexo, esa es la pregunta —se burló levantándose de la tumbona. —. ¿Te gusta Judith? —preguntó sin poder evitar una sonrisa socarrona —. No lo puedes negar, te gusta Judith y, no me extraña está muy pero que muy bien.

—Sin embargo, a ti no te gusta.

—No tenemos nada en común. Ni gustos, ni aficiones —dijo poniéndose en marcha—. Y aunque casi sucede, porque soy humano y ella está muy buena, no te preocupes. No hemos follado así que no puede comparar —soltando una carcajada entró en el iluminado salón.

—¡Serás gilipollas! —gritó, haciendo callar a los grillos por un instante.

—¿Otra cerveza?

—Sí —contestó sabiendo que su amigo no necesitaba respuesta alguna.

Ni dos minutos tardó Daniel en regresar, mirándolo fijamente a los ojos, intentando no reír le dio la cerveza a Jaime, que lo miraba amenazador.

— ¿Qué pasa?

— ¿Desde cuándo te gusta?

— ¿Qué dices?

— No me jodas, Jaime, nos conocemos. Suelta por esa boquita

Daniel se sentó en la tumbona vacía, renegando con suaves movimientos de cabeza al pararse un coche junto a la casa con la música para todo el vecindario.

—¿Desde cuándo? —Volvió a preguntar.

—Joder, no insistas. No es que me guste, bueno, sípero no es nada fuera de lo normal.

—¿Te gusta en plan, está buena? —dándole un sorbo a su cerveza preguntó —. O, ¿quieres algo más con ella?

—No lo sé, Daniel, de verdad. Gustarme me gusta, no lo voy a negar, pero ella solo tiene ojitos para ti.

—Tienes el fin de semana por delante.

—Contigo aquí difícil.

—¿Me estás echando de mi casa? —preguntó riendo —. Mira mañana trae a su famosa amiga. Mira que se pone pesada hablando de la tal Marina.

—Lo sé, y lo peor es que me la quería colocar —Rio Jaime —. ¿Tengo pinta de necesitar que me busquen pareja?

—Buenoooo —riendo respondió Daniel.

—Creído gilipollas —respondió sin parar de reír. —. Imagina a la amiga si necesita que ella le busque pareja. Podrías ser un buen amigo, ocuparte de la amiga y así yo tengo terreno libre. ¿Harás eso por mí?

—¿Quieres que me ocupe de la famosa profesora que acaba de llegar de México?

—Exacto. Igual no viene con el moño, las gafas y la rebequita —dijo sin parar de reír.

—¿A qué profesoras conoces tú con esas pintas?

—Si necesita que le busquen pareja —dijo riendo por las caras que le ponía Daniel.

—Estaba acordándome de aquella vez que me colocaste a la amiga de un lío tuyo.

—¡Ostia, la monosílabos! —exclamó con una carcajada.

—Esa misma, jodido, me pasé toda la noche intentando arrancarle algo más que monosílabos mientras ella andaba desesperada porque no tenía wifi en aquella cala de

—Girona —recordó Jaime sin parar de reír.

No podían parar de reír recordando aquella noche, Jaime no tuvo otro remedio que salir corriendo rumbo al baño al ver a Daniel corriendo móvil en alto emulando a aquella más que fallida cita.

—Correcorre al baño que no es a la única rancia que aguanto por tu culpa —decía sin parar de reír sin darse cuenta que seguía con el móvil en alto. —. ¿Te has quedado a gusto? Como me toque otra igual me vas a deber la vida.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—Juro que si vuelves a hablarme de Daniel me bajo del coche y te vas sola de fin de semana —Con una fingida seriedad en su cara dijo Marina —. Desde ayer no me has hablado de otra cosa, sin hablar de los innumerables mensajes del último mes hablando del maravilloso y divino Daniel.

—Vale, muy bien, renegona. Prometo no volver a hablar de él. En unas horas, cuando lo conozcas entenderás mi obsesión. Estoy segura que nunca antes habrás conocido a alguien como él —dijo poniéndose en marcha —. Además, tenéis muchas cosas en común. Ya lo verás.

—Muy bien —respondió Marina con un soplido para quitarse el mechón de pelo que se le había colado ante los ojos.

—¿Te he dicho que sabe bailar?

—¡Judith! —exclamó Marina mirando a su amiga sin poder evitar la risa. —. ¡Brujas del mundo yo las conjuro para que esta mujer vuelva a su sano juicio! Daniel, Daniel, Daniel

Las risas cómplices de las dos amigas se escucharon en el coche, mezclándose con el ruido de una casi vacía ciudad, que parecía haber sido abandonada por sus habitantes cansados de las altas temperaturas veraniegas. Marina subió el volumen al reconocer la canción que sonaba, como si planeado lo tuviesen ambas se miraron mientras cantaban a voz en grito, recordando una de sus máximas favoritas: el que canta su mal espanta.

Entre tu boca y la mía hay un cuento de hadas que siempre acaba bien, entre las sábanas frías me pierdo a solas pensando en tu piel, que curiosa la vida que de pronto sorprende con este loco Amor



No entiendo el despertar sin un beso de esos, sin tu aliento en mi cuello

Poco a poco fueron dejando atrás el gris del asfalto, el humo de los coches y el olor a neumático recalentado por el inconfundible aroma del mediterráneo mezclado con el embriagador olor de los naranjos que orgullosos presumían de las inigualables vistas sobre la costa.

—¿Y puedo saber exactamente a dónde vamos?

—A la casa de —Judith se calló para pronunciar, casi tragándose el nombre de Daniel.

—¡Serás idiota! —Rio Marina —. Así que el niño tiene casita de veraneo.

—No es suya sino de sus padres, pero están fuera.

—Claro y aprovecha para impresionarte.

—No le hace falta.

—Ya, eso lo sé yo, ¿él lo sabe? ¿Le has dicho algo?

—No, ni pienso.

—Judith, no me seas antigua. ¿Y don Perfecto, cómo es que está libre?

—No ha encontrado a la mujer de su vida —indicando un cambio de sentido y mirando con el rabillo del ojo a su amiga, dijo—, hasta ahora.

—Claro, claro Por supuesto.

—Yo creo que la tal Greta lo ha debido dejar marcado y ahora el resto lo pagamos. Aquí es

—Joder, el niño no anda descalzo—dijo Marina pegando la nariz a la ventanilla del coche para contemplar la entrada del chalet.

—Es de sus padres, creo que lo tienen desde siempre y lo han ido arreglando poco a poco.

—No hace falta que lo defiendas, pero dime que no te me has enamorado de un pijo insoportable.

—No, ya verás que no. Y ya verás sus fotos, es increíble. ¿Te he dicho que es

—Documentalista audiovisual y National Geographic le ha publicado más de una fotografía. Solo un millón de veces —la interrumpió Marina que conocía de memoria el discurso de su amiga. —. Solo espero que no lo hayas mareado a él hablándole de mí de la misma manera. ¡Judith! —se quejó al ver la cara de su amiga—. Lo has aburrido hablándole de mí, como si lo estuviera viendo. Debe verme hasta en la sopa.

—Joder, que querías. Hay momentos en los que no sé de qué hablarle y le hablaba de ti.

—¿Judith le hablas al amor de tu vida de mí? —enfatizó haciendo burla —. Eso, cariño, perdona que te lo diga, no tiene ningún sentido.

—Anda, vamos ya que tengo ganas de presentártelo y, a Jaime.

—¿Jaime? ¿Quién es Jaime? —Suspicaz preguntó.

—Su mejor amigo, también viene, te lo había dicho.

—No, no me lo habías dicho —la miró fijamente —. Espero esto no sea una encerrona y, me hayas preparado una cita a ciegas. Sabes que lo odio y, siempre que me enredas en una de ellas me toca cada uno para echarse a llorar.

—¡Ya será para menos! —exclamó sin poder evitar la risa, porque era consciente de lo certero de las palabras de su amiga.

—¿Para menos? El amiguito de unos de tus <<D>>, creo que era de Damián —comenzó a decir, viendo la divertida expresión en el rostro de su amiga—, se pasó todo un concierto de Ismael Serrano hablándome de lo buena que estaba la pelirroja de dos filas más adelante.

—Esta vez no será así —sacando las cosas del maletero dijo antes de plantarle un par de besos en las mejillas. —. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero?

—Y yo a ti, bruja, pero no me metas en más líos. En bastantes me meto yo sola ya.

—Prometido, palabra de girlscout.

—Si tú no has sido scout en tu vida —respondió colgándose del brazo de su amiga, cruzando hasta casa de Daniel.

—He olvidado el móvil en el coche. Ahora vuelvo —dijo Judith escuchando la voz de Daniel al otro lado acercándose para abrir el portalón de entrada.

Marina lució la mejor de sus sonrisas, ante todo quería caerle bien al nuevo amor de la vida de su amiga, igual esta vez estaba en lo cierto y Daniel era ese supuesto príncipe azul buscado por Judith y, que ella tantas veces le había negado su existencia.

—Hola —En completa y rotunda sincronía se saludaron mientras sus miradas se quedaban clavadas en la del otro.

Durante un buen rato, probablemente, solo unos segundos, el tiempo suficiente para Judith regresar del coche, se quedaron con la mirada clavada en el otro. Ninguno de los dos decía nada, ni siquiera pestañeaban. Ninguno de los dos entendía lo que les estaba pasando, pero no podían dejar de mirarse.

—Ya estoy aquí —sofocada con el móvil en la mano intervino Judith —. Hola, Daniel —saludó pasado su brazo libre por el cuello de él para dejarle un par de besos en las mejillas. — . ¿Os habéis presentado?

—No, nos ha dado tiempo —saliendo de su ensoñación respondió Marina, sin borrar la sonrisa de sus labios —. Soy Marina, supongo estarás hasta las narices de oír de mí. Siento mucho que la pesada de mi amiga sea monotemática —dijo acercándose y poniéndose de puntillas para llegar a las mejillas de Daniel, al tiempo que él se agachaba, haciendo que ella rozara la nariz con su bronceado cuello. —. Perdona —murmuró Marina, notando una oleada de calor subirle por el cuerpo al percibir su aroma, la calidez de sus dedos apoyándose en su espalda mientras le daba un par de besos en las mejillas, dejándole ver su perfecta y blanca dentadura.

—Algo he oído hablar de ti. No te lo voy a negar —respondió con una sonrisa, haciendo que sus ojos se achinaran haciéndolo irresistible ante ella. —. ¿Qué tal México?

—Espectacular.

—¿Tienes fotos? Judith me ha dicho que te gusta la fotografía —dijo al tiempo que las invitaba a entrar en el jardín.

—Sí, claro que tengo.

—¿Chichén Itzá?

—Al atardecer —respondió, distinguiendo la voz de Sofia llamándola.

—Uauh, eso me lo tienes que enseñar.

—Sin problema —contestó girándose para acercarse a Sofia que corría hacia ella.

—¿A qué es encantadora? —le preguntó Judith —. Ves que no exageraba cuando decía lo maravillosa que era, ¿no crees que haría buena pareja con Jaime?

—Con Jaime —repitió Daniel intentando apartar la mirada de la espalda de Marina, pero no pudiendo evitar perderse en ella, bajar la vista por su camiseta, por sus redondas nalgas enmarcadas bajo los shorts vaqueros y seguir por sus bronceadas y torneadas piernas.

—¿Quién me llama? —preguntó Jaime que se acercaba a ellos para saludar. —. Hola, Judith, ¿qué tal?

—Bien, ¿y tú? —Sonriente se acercó a darle un par de besos. —. Ven que quiero presentarte a una amiga.

—Estás increíble, de verdad que estás increíble —abrazándose a su amiga repitió una y otra vez Sofia. — . ¿Puedo saber qué te han dado en México o no se puede oír? —Riendo preguntó.

—De todo hay —respondió continuando la broma.

—Antes de poneros a hablar de hombres y sexo —interrumpió Jorge metiéndose entre su novia y Marina para darle un abrazo. —. Porque vais a hablar de sexo, lo sé, sois lo peor y tu Marinita la peor de las tres —señalándolas una a una explicó bajo la atenta mirada de Daniel. —. Cuatro si contamos a Isamar. —terminó por decir abrazando a su amiga.

—¿No ha llegado aún?

—No.

—Bueno, ¿podré hacer las presentaciones? —se quejó Judith con una sonrisa —. Jaime te presento a Marina.

—Así que tú eres la profesora —Sonrió Jaime, levantando un momento la mirada de la de Marina para observar a su amigo.

—¿También te ha hablado a ti de mí? —Poniendo cara de no podérselo creer, preguntó —. Perdón por tener a una amiga tan pesada. —dijo acercándose para darle un par de besos a Jaime bajo la risueña cara de Judith, que estaba encantada y feliz de presentarlos.

Daniel no podía dejar de sonreír ni de observar cada movimiento realizado por aquella chica a la que acababa de conocer y, de la que quería saber mucho más de lo que ya sabía.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—Te van a pillar — En baja voz dijo Jaime, haciendo saltar de la impresión a Daniel.

—Joder, me has asustado —contestó al tiempo que le daba a Jorge, que andaba encendiendo las brasas, una cerveza.

—Claro, andas en las nubes. Parece ser que esta vez no tienes problema en mantenerme entretenida a la amiga.

—¿De qué habláis? —se interesó Jorge.

—Aquí mi primo, que se ha quedado atontadito.

—Ya me he dado cuenta cómo babeaba viendo a Marina.

—¿Qué?

—No disimules, Danielito, todos lo hemos visto. Chorreabas mientras la escuchabas hablar.

—Joder, ¿esa es la imagen que he dado? ¡Genial!

—Bueno, igual ellas no se han dado cuenta porque estaban demasiado interesadas en escuchar a Marina, pero está claro que si Judith te ha visto ya se ha dado cuenta de tu falta de interés por ella.

—¿No tiene novio? —preguntó a Jorge, quien conocía a Marina desde hacía años.

—Si no se ha liado con un mexicano, no. Justo optó por irse a México tras romper con Pablo.

—¿Quién es Pablo? —preguntaron al unísono Daniel y Jaime.

—Cotillas —Rio Jorge pasándole su cerveza a Jaime para volver a las brasas. —. El que fuera su novio. Era majo, me caía bien.

—¿Qué pasó? ¿Por qué lo dejaron? —se interesó Daniel.

—Se acabó el amor

—De tanto usarlo—cantó Jaime.

—Entonces, ¿entre tú y Judith no hay nada?

—Joder, otro más. No, ni lo ha habido, ni lo hay ni lo va a haber.

—Pues, debieras aclarar las cosas con ella, porque me temo que anda muy ilusionada.

—Haz de malo que yo la consuelo —Dándole una palmadita en el hombro a Daniel, que seguía cada movimiento de las tres amigas en la piscina, dijo.

—Gilipollas —Rio Daniel antes de darle un sorbo a su cerveza.

—Pero me quieres —Dándole un empujón respondió Jaime.

—Joder, al final, mucho interesarse por unas y otras, pero os moláis entre vosotros. Si queréis me las llevo a las tres y os dejamos intimidad. —bromeó Jorge.

—¡Ni te crees tú eso! —Rio Daniel volviendo a fijar su mirada en Marina, cruzando por unos breves segundos su mirada con la de ella; saludándola con un ligero movimiento de cabeza y del botellín de cerveza.

—Creo que vas a tener que hablar con alguien sin falta —Dándole un par de palmaditas en la espalda comentó Jaime.

Marina le devolvió la sonrisa, apartando la mirada de inmediato y concentrándose en la conversación con sus amigas. No sabía muy bien qué le estaba pasando, pero comenzaba a asustarle las sensaciones que el nuevo amor de la vida de Judith le producía. <<Ni lo mires, Marina, para ti está prohibido>>, se decía volviendo a mirarlo disimuladamente y volviéndose a topar con su mirada. <<Mierda>>

—No, Jorge y yo no nos quedamos. Mañana nos vamos a Italia.

—Me encanta Italia —volviendo a meter la cabeza bajo el agua, en un intento de refrescarse las ideas, respondió —. Yo creía que os quedabais todos, eso me había dicho aquí la enredadora —dijo haciéndole una ahogadilla a Judith.

—No, imposible, hubiésemos tenido que traer el equipaje y era un poco de locos —acercándose al bordillo de la piscina comentó Sofia.

—¿Isamar? ¿Sabemos algo de ella?

—Me ha dicho Daniel que al final no vienen.

—DanielDaniel —repitió en baja voz moviendo exageradamente las pestañas Marina, haciéndole burla a su amiga. —. Hay que reconocer que de todos los amores de tu vida es el más interesante.

—¿Interesante? ¡Está como le da la gana! —Rio Judith, devolviéndole la ahogadilla a su amiga.

—Pero, al final, ¿hay algo entre vosotros? —se interesó Sofia alejándose tarde de las manos de Marina que la hundía también a ella.

—¿Las señoritas piensan salir a comer o quieren comer la paella metidas en la piscina? —En cuclillas desde el borde de la piscina preguntó Jorge.

—No seas molestoso, cariño, déjame disfrutar de mi amiga—bromeó Sofia enseñándole la lengua.

—Perdona, pero es amiga mía antes que tuya. No lo olvides —haciéndole burla contestó —, ni tú —terminó de decir señalando a Marina.

—Estás muy seco tú, ¿no? —Sin darle tiempo a reaccionar preguntó Marina, cuando ya lo tenía sujeto por el tobillo, haciéndole caer al agua.

Judith y Sofia no podían parar de reír, ambas habían sido conscientes del movimiento de Marina y huían de la piscina porque sabían que Jorge se la devolvería a Marina y, no querían estar en medio.

—No huyas —clamó Jorge nada más emerger, estirando su brazo y sujetando de inmediato por las piernas a Marina. —. Esto lo vas a pagar caro —dijo, consiguiendo llamar la atención de Jaime y Daniel que se acercaron a la piscina.

—Encima que te he ayudado a refrescarte —Sin poder parar de reír e intentando zafarse de las manos de Jorge, que la tenía sujeta por los tobillos y la acercaba a él. —. No seas malo, suéltame —dijo moviéndose. Su mirada se topó con la de un sonriente Daniel que la observaba encandilado, muriendo de ganas por meterse en la piscina, pero no encontraba un pretexto para hacerlo.

—¿Vas a permitir que el cafre de Jorge ahogue a una de tus invitadas? —Sin saber muy bien el porqué de su pregunta dijo Marina, no pudiendo evitar regalarle la mejor de sus sonrisas a Daniel.

—¡Serás tramposa! ¡No busques aliados! —gritó bajo las risas de Judith y Sofia, que se habían alejado lo suficiente para no acabar de nuevo en la piscina. —. ¡Jaime, ayúdame!

—¿Me sujetas esto, por favor? —Dándole su móvil a Judith preguntó Daniel —. Voy a rescatar a tu amiga y, con la excusa me doy un baño.

—Acabas de romper tu gesto de caballerosidad —bromeó Sofia.

Daniel se quitó la camiseta, dejándosela a las chicas, y se lanzó de cabeza a la piscina, casi al mismo tiempo que Jaime, quien le gritaba a Jorge que iba en su ayuda.

—La que estás liando —Sin poder parar de reír dijo Marina, sin dejar de mover las piernas para soltarse de Jorge que no paraba de hacerle ahogadillas.

—Has sido tú la que has empezado. No haberme buscado las cosquillas. ¡Eres un traidor! Te alias con ella.

—Es mi invitada —dijo posando sus manos sobre las piernas de Marina intentando soltarla de Jorge.

—¡Serás capullo! ¡Y yo!

—A ella la acabo de conocer. A ti te tengo más que visto —Rio Daniel, echándoles agua a la cara a Jorge y Jaime.

Sin darse cuenta ambos se llevaron las manos a la cara para secarse. Daniel tiró de Marina.

—Liberada —dijo al soltarla y tener su cara a un palmo de la suya.

—Gracias —respondió, sintiendo un cosquilleo recorriendo su cuerpo. —. Todo un caballero, normalmente puedo arreglármelas sola, pero

—No pasa nada por pedir ayuda. Yo encantado de rescatarte cuantas veces necesites —mirándola a los ojos y casi en un susurro contestó, recibiendo una sonrisa por respuesta.

Jorge y Jaime ni se molestaron en volver a intervenir, eran del todo conocedores que allí estaba pasando algo y, no querían meterse por medio. Jaime miró a Judith, que parecía no darse cuenta de lo que estaba naciendo en aquel mismo momento.

—Caballero de pacotilla, te recuerdo que el arroz está ya listo para comer —gritó Jaime al tiempo que salía de la piscina.

Marina y Daniel nadaron hasta la escalera. Los ojos de Daniel se detuvieron en el minúsculo tatuaje de Marina, sorprendiéndola al agarrarla de la mano.

—El ying y el yang, en este caso el sol y la luna, los eternos enamorados que solo pueden disfrutar de su compañía en días de eclipse —comentó acercando su muñeca a la de ella, dejándola durante unos segundos sin palabras.

—Sí —afirmó tragando la saliva acumulada —, pero el mío en unos días habrá desaparecido. Mi sobrina me lo puso hace dos días, así que poca vida le quedará ya. —explicó perdiéndose en sus oscuros ojos.

—Sí, pero no dejará de ser una bonita coincidencia. Un eclipse para ellos —dijo volviendo a juntar sus muñecas.

—Un eclipse—repitió Marina, separándose de Daniel. Aterrorizada por la conexión y la magia recién vividas.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Ni rastro de arroz quedaba en la paella, sobre ella solo descansaban las seis cucharas de madera usadas para la ocasión.

—Jorge, perdono tu intento de ahogamiento porque la paella te ha quedado de premio.

—¿Mi intento de ahogamiento? ¡Serás bicho! Porque casi nos conocemos desde que teníamos pañales y me presentaste a la mujer de mi vida, aunque últimamente me dan ganas de matarla en sus intentos de enseñarme a bailar salsa —dijo lanzándole un beso a Sofia y agarrándola por la cintura para acercarla a él.

—Oooh ¡Qué bonito! —Rio Daniel a coro con Jorge.

—¡Payasos! —respondió Jorge riendo.

Los móviles de Marina y Sofia sonaron al unísono. Ambas se miraron cómplices y clavaron su mirada en los risueños ojos de Judith.

JUDITH, MARINA, SOFIA

¿A qué es perfecto? (JUDITH)

¡Estás como una regadera! (MARINA)

Si se enteran que estamos cotilleando por aquí!!! Ja ja ja (SOFIA)

¿Entiendes ahora mi enamoramiento? Es tan perfecto que hasta ha ido a rescatar a mi Marinita. (JUDITH)

LMKTP!!! Jajajaja (SOFIA)

Ja ja ja ja (MARINA)

Inconscientemente, Marina se acarició la diminuta luna, levantando la vista y encontrándose con la penetrante mirada de Daniel, quien le sonrió e hizo un imperceptible gesto para el resto con la muñeca.

—¿Estáis hablando por el móvil? —De pronto preguntó Jorge, que acababa de darse cuenta que las tres estaban riéndose mientras escribían en el móvil. —. ¡Sois lo peor!

—¿Eso es en serio? —preguntó soltando una carcajada Jaime. —. ¿Estáis criticándonos? Marina no me pongas muy verde, yo no tenía intención de ahogarte.

—Lo sé, lo sé —le devolvió la sonrisa Marina bajo la atenta mirada de su amiga, que intentaba encontrar afinidad en aquellas sonrisas. —. Sé que todo es culpa del liante de Jorge.

—Ya está, otra vez tengo la culpa yo. ¿Cómo he podido aguantarte todos estos años?

—Porque en el fondo me quieres —respondió Marina con una sonrisa—, que nadie lo interprete mal.

—Lo que no entiendo es porqué no nos habías presentado antes a Judith y Marina. De hecho, conocimos a Judith por Óscar no por ti—comentó Jaime dedicándole una sonrisa a Judith y luego a Marina.

—Quería ahorrarles el disgusto a mis amigas —se burló Jorge.

—¡Qué tonto eres! —Sonrió Judith—. No le hagáis caso —clavando su mirada en Daniel comentó.

—¿A este? ¡Nunca! —Rio Jaime.

—¿Cafés? —preguntó Daniel —¿Licores? ¡Mierda el hielo!

—Ostia, lo olvidé por completo. Anda, me llego hasta el pueblo —contestó Jaime levantándose y mirando a Judith a los ojos. —. ¿Algún alma caritativa que me acompañe?

—A mí no me mires, en un rato nosotros nos tenemos que ir. —respondió Jorge.

Marina percibió la mirada de Judith invitándola a decir que sí, aunque tampoco le había pasado desapercibidas las miradas de Jaime. En más de una ocasión lo había pillado contemplando a su amiga, dándose cuenta que Judith se había encaprichado del amigo equivocado.

—Yo misma para que veas que no te guardo rencor.

—Genial, ¿has montado en moto?

—Sí, ¿es tuya la Triumph de la entrada? ¡Me encanta!

—No, de Daniel, pero ahora mismo se la vamos a robar.

—Dicen que la pluma, la moto y la chica no se prestan.

—¿Has oído Danielito? —preguntó con una sonrisa socarrona —. Luego si eso te tomo prestada la pluma —le dijo al oído, dándole un golpe en el codo.

—Capullo –balbuceó entre dientes Daniel.

Aún llegaba hasta ellos el sonido de la moto alejándose con sus dos pasajeros en busca del hielo cuando el móvil de Judith interrumpió la conversación.

—Hola, mamá, dime. ¿Qué? ¿En el hospital? No, no, no Claro que voy, no quiero perderme el nacimiento de mi primer sobrino. En un par de horas — Judith miró la hora en su reloj— a eso de las siete estaré ahí, igual llego cuando esté saliendo por la puerta del paritorio. Sí, sí, iré con cuidado. Un besito.

Los tres contemplaban atentos a Judith hablar con su madre.

—¿Tu hermana?

—Sí, mi sobrino ha decido salir hoy. Daniel, lo siento, pero cuando llegue Marina he de irme.

—Vaya, al final, me vais a dejar solo con Jaime.

—Bueno, igual no. Igual Marina decide quedarse.

—¿Crees que Marina querrá quedarse? —la interrumpió Daniel.

—Si yo fuera ella me quedaría, tiene que estar hasta las narices de tanto viaje. —respondió Judith —. O será que a mí me gusta tan poco viajar.

—Yo no llamaría a ir de aquí a Valencia viajar —bromeó Sofia —, quiero decir tras haberse pegado tantas horas de vuelo en un avión.

—Y no creo yo que se quedara por eso —intervino Jorge para quien no había pasada desapercibida la existente química entre dos de sus mejores amigos. <<Tenía que haberlos presentado hace tiempo, la verdad es que es curioso no haberlo hecho.>>pensaba dedicándole una sonrisa burlona al anfitrión.

—No, yo tampoco creo que lo hiciera por eso —dijo con una amplia sonrisa Judith. —. Creo que ella y Jaime han hecho muy buenas migas, si se queda podrías hacer de Celestina.

—¿De Celestina? —Con una medio sonrisa preguntó Daniel. —. Creo que tú y yo tenemos que hablar

—Bueno, no pasa nada —Sonrió Judith —. Tampoco creo que les haga falta, ya son bastante mayorcitos para arreglárselas ellos solitos.

Daniel y Jorge se cruzaron miradas, haciendo sospechar a Sofia el significado de aquel cruce de miradas entre su novio y Daniel, resultándole curioso que su amiga estuviera tan ciega de no darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—¿Puedo hacerte una pregunta un tanto personal? Sé que apenas nos conocemos—peguntó antes de volver ponerse el casco tras comprar el hielo en una gasolinera a la entrada del pueblo.

—¿Por Daniel?

—¿Daniel? —repitió sintiendo un intenso cosquilleo recorriéndola. —. No, no. No entiendo por qué te iba a preguntar por él.

—No sé, cosas mías —respondió —. Dispara

—Judith se ha equivocado de amigo, ¿verdad? No es Daniel quien siente algo por ella, sino tú.

—Veo que salvo para tu amiga, soy un libro abierto para el resto —Sonrió Jaime. —. No te equivocas y, al final, sí que estaba Daniel involucrado.

—Sí, de algún modo, supongo que sí.

—¿Crees que tengo alguna posibilidad?

—No lo sé, Jaime, se le ha metido en la cabeza tu amigo. Igual si pasara más tiempo contigo. No sé

—¿Tendré alguna opción de conseguir su atención esta noche?

—Prueba.

—Mantenme ocupado a Daniel y así yo podré pasar un ratito con ella —dijo sonriéndole con la mirada. —. No te costará mucho —comentó, haciéndola ruborizar —. Nos vamos o llegaremos con caldito en vez de hielo.

—Sí, será lo mejor —colocándose el casco contestó.

—¿Tienes carnet?

—¿Carnet?

—De moto.

—Sí.

—¿Quieres llevarla?

—¿Qué? —preguntó abriendo los ojos—. ¿Quieres que conduzca la moto de Daniel? ¿No se mosqueará?

—¿Porque lleves tú la moto? —preguntó risueño—. No, se mosqueará conmigo por ir sujeto a ti. —Dijo consiguiendo su sonrisa. —. Toda tuya.

Aquella moto poco tenía que ver con su scooter, pero no era la primera vez que llevaba una moto de similares características. Muchas fueron las veces que Pablo, su exnovio, le había dejado llevar la suya. Con la adrenalina a mil Marina aparcó la moto, dejando atónito a Daniel al ver que era ella y no su amigo quien conducía su Triumph.

—¿Quién me iba a decir a mí que iría de paquete de una mujer impresionante en tu moto? —comentó nada más quitarse el casco —. Macho, ni imaginas como controla aquí la colega —dijo pasándole el brazo por el cuello a Marina, que intentaba colocarse la melena.

—¿Has llevado mi moto? —Mirándola absorto preguntó.

—Perdona, no debí hacerlo. Tu amigo me lío.

—No, no pasa nada, pero ahora me debes un paseo.

—¿Te debo un paseo?

—Me debes la foto del atardecer en Chichén Itzá y un paseo en moto —mirándola fijamente a los ojos respondió.

—Vaya, acabo de conocerte y ya he contraído deudas contigo —respondió apartando la mirada de la de él porque le costaba mantenerse firme.

—Marinita es la leche sobre dos ruedas —intervino Jorge, dedicándole un guiño a su amiga. —, a mi madre se le ponían los pelos de punta cuando me iba a buscar en moto, de hecho, aún la sigue llamando

—Tu amiga la motera —dijeron al unísono Marina y Jorge sin poder evitar la risa.

—Con todas las cosas que Judith me ha contado de ti, nunca me dijo nada de tu gusto por las motos.

—Quiero pensar que no sea solo eso lo que no te ha contado—mirándolo sin poder borrar la sonrisa de su cara dijo —, aunque no te vayas a creer que yo he recibido menos información.

—Creo que deberíamos hacer un intercambio de información, para ver si ha exagerado nuestra amiga —dedicándole una sonrisa a ambas dijo.

—Sois unos exagerados —intervino Judith —. Tampoco he hablado tanto de vosotros y —mirando a su amiga pidiendo clemencia para que no le llevara la contraria, siendo entendida a la perfección por Marina—y, sintiéndolo mucho me tengo que ir.

—¿Qué? —Sorprendida preguntó Marina que no sabía lo que ocurría. —. ¿Puedo saber qué sucede?

—Mi madre me ha llamado, Diana va camino al hospital, parece ser que estoy a nada de ser tía. Igual ahora mismo ya ha nacido mi sobrino.

—Bueno, pues, voy a coger mis cosas —respondió Marina notando la mirada de Daniel clavada en ella.

—No tienes por qué irte. Jaime y yo no nos vamos a ningún lado, ni nos comemos a nadie.

—Exacto —intervino Jaime al percibir la mirada de Daniel pidiendo ayuda. —. ¡Quédate! No me dejes solo con Daniel, llevo toda la semana solo con él, quédate y rescátame —dijo con un guiño.

Todos asistían atentos a la conversación, Jorge y Sofia permanecían en silencio, atentos a todo lo que ocurría y, sobre todo, a lo que sucedía sin necesidad de ocurrir.

—Marina, ¿por qué no te quedas? Igual cuando llegue a Valencia ya ha nacido mi sobrino, lo veo y vuelvo.

Marina se sentía acariciar por las miradas de Daniel. Pánico, sintió verdadero pánico de aquellas miradas.

—No, mejor te acompaño y conduzco yo. Te conozco y sé que ahora mismo eres un manojo de nervios, así que yo te llevo y, luego si eso —se calló unos segundos que a Daniel se le hicieron eternos—, vuelvo contigo.

—Si es que siempre estás en todo, ¿cómo no te voy a querer? —colgándose del cuello de su amiga dijo Judith.

Daniel no podía dejar de contemplarla, algo le decía que Marina no regresaría aquella noche.

—Bueno, voy a por mis cosas —dijo Marina, alejándose del grupo para ir a por sus cosas.

—¿Para qué las vas a recoger si vais a regresar?

Marina se detuvo antes de adentrarse en la casa al escuchar la voz de Daniel, que la había seguido, justo detrás de ella.

—Diana es primeriza, nunca se sabe lo que pueda tardar. Mi sobrina se hizo desear —respondió Marina, sintiendo un escalofrío al notar la mano de Daniel sobre su hombro.

—Como excusa es muy buena, pero estás huyendo.

—¿Qué? —girándose hacia él contestó —. ¿De qué huyo si se puede saber?

—De esto —respondió cogiendo su mano tatuada y uniéndola a la suya.

—No seas presuntuoso —contestó, volviendo a retomar su camino.

—Marina, sabes que estoy en lo cierto y, sabes que yo no estoy enamorado de ella.

—Daniel, no quiero oír nada más —mirándolo fijamente a los ojos —. Si no estás enamorado de ella díselo, pero a mí me mantienes al margen. Y esto —dijo soltándose de su mano y levantando el brazo para que viera la pequeña luna. —. Es solo una coincidencia. No es una metáfora de encuentros de enamorados y, en cualquier caso, tampoco necesitan eclipses. La luna y el sol, te recuerdo, se ven cada amanecer y cada atardecer.

—Sí, pero no pueden acariciarse, solo se ven

—Tú te lo has respondido. No he de decirte nada más. —respondió, dejándolo sin palabras y alejándose de él.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Sus miradas apenas se cruzaron unos segundos. Ninguno de los dos estaba seguro de poder resistir la mirada del otro, en las últimas horas sus ojos habían mantenido una larga y, casi audible comunicación no verbal. Comunicación que no había pasado desapercibida, para casi todos los allí presentes, solo Judith había permanecido al margen de lo que entre ellos parecía ocurrir.

—Espero verlas en unas horas —se despidió Jaime por la ventanilla del coche antes de que Marina se pusiese en marcha.

—No te preocupes, yo la traigo de vuelta —respondió Judith con una sonrisa.

—Hasta la vista, Jaime —contestó Marina con una sonrisa cómplice —, no te prometo nada, pero lo intentaré —dijo poniéndose en marcha para salir justo detrás de Jorge.

Judith se despidió con un ligero movimiento de mano por la ventanilla de Daniel, quien desde la acera se despedía de ellas.

—Le gustas, eso es obvio.

—¿Qué? ¿Qué dices? —Sorprendida preguntó Marina, que estaba convencida que su amiga estaba del todo ausente de la atracción entre ella y Daniel.

—A Jaime, ¿no me dirás que no te has dado cuenta?

—¿Qué le gusto a Jaime? —Riendo contestó—. No, cariño, tú le gustas a Jaime. Jaime está enamorado de ti.

—¡Nooo! —Rio Judith mientras llamaba a su madre —. No digas tonterías, ya me hubiese dado cuenta de eso. No estoy ciega

—Ja

—Hola, mami, ya voy de camino. ¿Diana? No, no, Marina conduce. En poco más de una hora si no nos encontramos con ninguna retención por el camino estoy ahí. ¿Qué? ¿Para largo? Bueno, pues esperaremos para ver su caritaCualquier novedad me avisas. Besitos.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—¿Por qué no te has acercado al coche?

—No me apetecía —respondió desde su hamaca —. Gracias —dijo cogiendo la copa que Jaime acababa de darle.

—¿Ha pasado algo?

—No, ni ha pasado y, lo peor, creo que no va a pasar —dijo dando un largo trago a su copa.

—¿Qué me he perdido? No entiendo nada. Yo he visto la química entre vosotros.

—Me lo ha dejado claro —contestó acariciándose su pequeño tatuaje —, solo se ven

—Daniel, no te entiendo.

—Olvídalo, tampoco necesitas entender nada. No va a suceder y ya. ¿Te importa si luego te abandono un rato y voy por el estudio de mi abuelo?

—Vaya, ¿le vas a hacer caso?

—No lo sé, igual sí.

—Debieras, sabes que eres bueno. Por cierto, ¿no había dicho Judith que a Marina le encanta la pintura de Mendizábal? —preguntó bajo la atenta mirada de Daniel—. Igual tenías que haberle dicho que es tu abuelo y haberla invitado a visitar su estudio, seguro que se hubiese quedado.

—Por mi abuelo.

—No, esa hubiese sido la excusa.

—Olvídalo, Jaime, no quiero excusas.

—¿Y qué vas a hacer?

—No lo sé.

—No imaginas lo bien que coge las curvas —Con una sonrisa socarrona comentó Jaime.

—¡Serás cabrón! —respondió soltando una carcajada.

—Hablo en serio —Sin borrar la sonrisa de la cara contestó.

—¡Y yo! —dijo dejando la copa junto a la hamaca y tirándose a la piscina.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼



Largas fueron las horas de espera en el hospital. El sobrino de Judith no parecía tener prisa por mostrarles su cara. Marina, casi prefería que así fuera, no le apetecía volver a la casa de Daniel. No quería enfrentarse a él, ni a esos sentimientos que parecían estar aflorando. No, no estaba dispuesta que un hombre se interpusiera entre ella y su mejor amiga. Ellos necesitaban hablar, poner los puntos sobre las íes. Su amiga debía hablar con él y, él con ella, ellos debían tener un cara a cara, sincerarse, aunque la verdad fuera dolorosa. Ya se encargaría ella de recomponer los pedacitos rotos de su amiga. Aquella no sería, ni mucho menos, la primera vez que una de ellas le cedería su hombro a la otra hasta calmar su dolor; sin embargo, lo que si era nuevo era sentirse culpable por algo que no había llegado a ocurrir.

Imposible. No podía dormir. Su cabeza no dejaba de dar vueltas a la imagen de Daniel, a sus palabras susurradas junto a su oído, al roce de su piel, al tacto de sus dedos acariciando su minúscula luna. Aburrida y agobiada de dar vueltas en la cama se levantó, necesitaba refrescarse. Descalza y a oscuras recorrió su pequeño piso hasta salir a su pequeño balcón.

Irremediable. No había podido evitarlo. Sus ojos se clavaron en la brillante luna, que lucía en lo alto y parecía brillar más que nunca, la misma luna que tumbado en una hamaca contemplaba Daniel. Él tampoco podía dormir, no podía dejar de pensar en ella. Aquella no era, ni mucho menos, la primera vez que le gustaba una chica, sin embargo, nunca antes había sido una atracción tan fuerte y sin casi conocerse. No lo entendía, pero le gustaba y sentía que estaban hechos el uno para el otro

—Esto es absurdo. Hablaré con Judith

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Dos semanas llevaba en Valencia, dos semanas un tanto extrañas, dos semanas en las que había visitado a familiares y amigos, dos semanas en las que no había parado ni un minuto y, sin embargo, su cabeza siempre encontraba un minuto para traerle la imagen de Daniel a la cabeza; ni siquiera la propuesta recibida un par de días antes lograba quitárselo de la cabeza.

—Esto es lo más absurdo que jamás me haya pasado —se dijo así misma mientras contemplaba las fotos que había sacado a lo largo de los pasados seis meses en México. Deteniéndose al encontrarse con las pirámides de Chichen Itzá. Imposible no pensar en Daniel nada más ver las fotos de aquel maravilloso atardecer desde uno de los yacimientos más importantes de la península del Yucatán. —, casi mejor decir que sí a la propuesta.

Marina miró la hora, en breve llegaría Judith y, tenía claro que se enfadaría al ver que no estaba preparada y, sobre todo, cuando se enterase que no iba a salir.

—Como siempre puntual—Levantándose dijo al escuchar el timbre de la puerta.

—¿Qué haces aún con esas pintas? —Una impecable y sonriente Judith preguntó nada más verla, cerrando la puerta tras de ella y siguiendo a su amiga por el salón. —. Uaauh, impresionante puesta de sol —clavando su mirada en la pantalla y disfrutando de los colores que el atardecer ofrecía en uno de los enclaves más mágicos de la tierra. —. Ahora entiendo que mi Daniel — Aquel posesivo se ancló en el pecho de Marina —te pidiera ver la foto. Sin duda, es un atardecer espectacular. ¿Le vas a llevar la foto? Y corre a vestirte o se nos hará tarde.

—Judith, no voy a ir.

—¿Por qué? ¿Por qué no vienes?

—No me apetece.

—¿No te apetece? —Riendo preguntó Judith —. Marina no me hagas reír, ¿cuándo no te ha apetecido a ti salir de fiesta? Anda, vente —Con ojos suplicantes casi imploró.

—Judith, de verdad, no me apetece. Igual estoy incubando algún virus o a saber qué, pero no me apetece, de verdad, ve tú y divierte. Saluda a Sofia y Jorge de mi parte. Diles que ya los llamaré para vernos. —comentó con los ojos clavados en aquel atardecer.

—Jo, Marina, ¿de verdad, no vas a venir? ¿No te caen bien Daniel y Jaime? ¿Es eso?

—Judith, no insistas. No es eso, solo es que no me encuentro bien.

—Vale, muy bien. Te llamaré para saber cómo sigues y si cambias de opinión

—Judith, ve y diviértete.

—Muy bien, además, de hoy no pasa. Voy a hablar con Daniel si él no da el paso, lo haré yo

—Judith —se calló.

—¿Qué? ¿No me estás diciendo siempre que dé yo el paso?

—Sí, pero ¿Estás segura?

—¿Cómo que si estoy segura? ¿De mis sentimientos? ¿Qué quieres decir?

—No lo sé —titubeó —. Miento.

—¿Cómo que mientes? ¿Qué es lo que me ocultas?

—Nada, bruja, no te oculto nada. Solo que —dijo tomando las manos de su amiga entre las suyas—. Cariño, yo no vi ningún gesto, comentario, mirada por parte de Daniel –mirándola a los ojos, sintiendo una punzada en la boca del estómago con la sola mención de su nombre, dijo— que me indicara que siente algo por ti. Sin embargo, eso sí lo vi en Jaime, mucho antes de él confesarme su atracción por ti.

—¿Qué me estás queriendo decir con eso? ¿Acaso me estás diciendo que no lo intente? ¿Me estás diciendo que no le diga nada? ¡No me lo puedo creer! ¿Dónde está mi Marina?

—No, Judith, no estoy diciendo que no lo intentes. Sabes que yo siempre soy la primera que te anima, pero necesitaba decir lo que vi o —se detuvo un momento y le dedicó una sonrisa—, lo que no vi. Habla con él, sincérate con él si lo necesitas, si tan segura estás de tus sentimientos. Sabes que yo estaré aquí si me necesitas.

—¿Por qué insistes en si estoy segura de mis sentimientos?

—No lo sé. Solo que vi poco en común entre vosotros. No sé

—Como tú y yo, poco tenemos en común en cuanto a gustos y somos amigas de toda la vida, desde la guardería.

—Lo sé —respondió Marina abrazándola —. Anda, no te quito más tiempo, corre a tu cita.

—No es una cita —Sonrió nerviosa —. Es una cena de amigos. Jo, ¿de verdad no vas a venir?

—No insistas. Hoy me quedo en casa. ¿Sabes que no he pasado veinticuatro horas seguidas aquí desde mi regreso? ¿Sabes que no he parado de ir de un lado a otro?

—Lo sé, lo sé —dijo acariciándole las mejillas a su amiga —. La verdad es que tienes mala cara —comentó antes de abrazarla —. Por cierto, ¿sabes que me encontré con Elisa de camino a tu casa?

—¿Con Elisa? UffHace una eternidad que no la veo.

—Pues espérate lo mejor, ¿sabes que se ha liado con Óscar?

—¿Óscar? ¿Hablas del Óscar de Isamar?

—Sí, parece ser que Isamar le ha dado puerta y, ahora está saliendo con él. No entiendo cómo puede salir con el que fuera el novio de una amiga.

—No, lo que yo no entiendo es que salga con un cretino como Óscar.

—También, pero me parece una traición a su amiga.

—¿Traición?

—Ya me dirás liarse con el que fuera el novio de su mejor amiga hasta hace nada.

—Bueno, pero no están juntos. Yo lo único que veo es que hay que ser muy idiota para liarse con ese imbécil.

—Sí, también pero no me negarás que es fuerte la situación. ¿Cómo te sentirías tú si yo ahora me liara con Pablo?

—¿Te gusta Pablo?

—Nooo

— Lo entendería, es encantador. No puedes compararme a Pablo con ese imbécil y, por mí, no habría ningún problema. Ya lo sabes.

—¿Y si mi liara con el chico que te gusta?

—¿Con qué chico?

—No sé, con el tatuador, por ejemplo.

—¿Con Felipe? Ja ja jaTe daría mi bendición, pero ya te he dicho que entre él y yo no hay nada.

—Dios, te doy por imposible. Yo solo te digo que, si te liaras con el chico que me gusta, es decir con Daniel, a mí me dolería mucho y

—Bueno, se te va a hacer tarde si no te vas ya —la interrumpió al tiempo que la empujaba hacia la puerta —. No dejes de saludar a Jorge y Sofia.

—¿Y a Daniel y Jaime?

—Bueno, también, pero más que nada a los dos primeros —dijo despidiéndose de ella en el descansillo de la escalera.

—Deséame suerte —Sonrió Judith entrando en el ascensor.

Marina sonrió a su amiga como única respuesta, no podía desearle suerte, ella sabía cuál iba a ser la respuesta de Daniel y ahora también tenía claro qué pasaría si ella diera rienda suelta a sus sentimientos.

—Traicionada, así se sentiría —dijo nada más cerrar la puerta. —. Definitivamente he de decir que sí

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Decepcionado. Llevaba toda la semana esperando aquel momento, aunque algo en su interior le avisaba de lo que iba a ocurrir; desde el mismo momento que Jorge le propuso la cena supo que ella no iría y no se había equivocado. Nada más llegar no había dejado de mirar la puerta, de sentir un ligero revoloteo en el estómago cada vez que veía entrar a alguien, pero al ver entrar a Judith y no verla a ella, todo aquel revoloteo desapareció. Los nervios por la posibilidad de encontrarse con Marina se transformaron en decepción al no verla llegar.

—Igual llega ahora —Jaime le susurró junto al oído al percibir la decepción en la cara de su amigo.

—No, no va a venir —respondió en baja voz, devolviéndole la sonrisa a una más que sonriente Judith.

—¡Hola! —saludó Judith.

Sofia enseguida se levantó para abrazar a su amiga mientras el resto respondían a su saludo e iban levantándose uno a uno para besarla.

—¿Y Marinita? —preguntó Jorge.

—No se encontraba bien, debe estar incubando algún virus. Ya sabes que para que a ella no le apetezca salir

—Sí, es raro —contestó Jorge, intuyendo el virus sufrido por su amiga y, fijándose en el serio rostro de Daniel.

—La he dejado en su casa viendo las fotos de México, igual es eso que echa de menos a alguna persona —respondió guiñándole un ojo a Sofia —, ya sabes al tatuador. Ella dice que no hay nada, pero desde su vuelta está rarita. Yo creo que lo echa de menos por mucho que ella diga que no. A mí su carita me dice que alguien está en su mente.

—¿Quién es el tatuador? —se interesó Jorge —. Creo que he de ir un día de estos por casa de Marina, no hemos hablado desde su llegada como nosotros nos fuimos—señalando a Sofia y así mismo dijo—. ¿Quién es ese tatuador?

—No es nadie —intervino Sofia mirando a Daniel —, solo alguien a quien conoció en México, pero no es nadie que le importe, así que de tener a alguien en sus pensamientos —volvió a decir sin apartar la vista a Daniel— no es el mexicano.

—Por cierto —empezó a hablar de nuevo Judith —, he visto las fotos del atardecer en Chichen Itzá y no me extraña que quieras verlas. ¡Son impresionantes!

—Imagino.

Jorge y Sofia acapararon la conversación, contando lo maravilloso pero agotador que había sido su viaje por la bota italiana. Daniel se centró en las anécdotas de sus amigos, recordando alguno de los lugares, que años atrás él había visitado junto a Jaime. Judith no se quedó atrás, contando su propio viaje junto a su inseparable Marina nada más acabar los estudios. Explicándoles como su amiga le había hecho un recorrido por cada monumento, edificio y ruina que habían encontrado a su paso, sin darse cuenta de las sonrisas de Daniel escuchándola contar la pasión por su amiga por el arte y las maravillosas fotos que tenían del viaje.

—Sofia, te has dado cuenta que tenemos a dos increíbles fotógrafos en el grupo —comentó Jorge sin poder disimular una sonrisa.

—Sí, eso mismo estaba pensando —devolviéndola una sonrisa cómplice a su novio.

—¿Qué se nos está escapando? —preguntó Jaime, pasando su mirada de uno a otro.

—Justo dentro de un año, tal día como hoy, están invitados a una boda —respondió Jorge —. Quería que Marina estuviese presente para contarlo porque quiero que sea mi madrina, pero ya se lo diré a ella.

—¿Os casáis? ¿De verdad? —Entusiasmada preguntó Judith, levantándose de un salto para besarlos y abrazarlos a ambos.

—¡Enhorabuena! —los felicitó Daniel —. Y si Marina es la madrina no la lieis con la cámara, ya me tenéis a mí—dijo levantándose para abrazarlos a ambos.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

Aquella intempestiva visita no la pillaba por sorpresa, de hecho, despierta esperaba a su amiga, no solo porque sabía que Judith necesitaría su hombro aquella noche, sino porque hacía días que no podía dormir bien; el calor, la terrible humedad, la propuesta de volver todo un año a la universidad en México y, sobre todo el recuerdo de Daniel le impedían conciliar el sueño.

—Me retiro del mercado. No vuelvo a enamorarme —entre lágrimas dijo Judith.

—No digas tonterías, sabes que eso no es verdad. Daniel no es ni mucho menos el único hombre de la faz de la tierra.

—Pero sí del que estoy enamorada —dijo sollozando.

—Judith, cariño, ya verás que en unos días se te pasa —dijo secándole las enrojecidas mejillas—, igual deberías hacerle un poco de caso a Jaime.

—¡Marina! ¿Crees que puedo ir de flor en flor?

—Cariño, no es ir de flor en flor. Nunca has estado con Daniel y Jaime me parece un buen chico, creo que tenéis muchas cosas en común.

—Pero a mí me gusta Daniel —hipando contestó.

—Te gusta, brujita, es solo eso. Piénsalo bien, igual deberías darle la oportunidad a otra letra del alfabeto —Con una leve sonrisa intentando conseguir sacar la de su amiga comentó.

—Mira que eres tonta —Rio Judith.

—Sí, pero he conseguido lo que quería —respondió acurrucándose con su amiga en el sofá. —. ¿Y si nos vamos a la cama? Esta noche eres mi invitada.

—Vale, tengo una noticia que darte.

—¿Qué noticia? —preguntó desperezándose y levantándose del confortable sofá.

—Jorge y Marina se casan. Y hazte la nueva cuando Jorge te lo diga, pero eres su madrina.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¡Mierda!

—¿No quieres ser su madrina? Creía que te haría ilusión ser madrina de Jorge.

—Sí, claro que me hace ilusión, pero es que yo

—Tú ¿Qué? —sentándose en el borde del sofá preguntó suspicaz —¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no me has contado?

—Regreso a México.

—¿Qué? ¡Me dijiste que tu aventura mexicana había acabado!

—Sí, pero me han propuesto volver y esta misma noche he dicho que sí. Nadie lo sabe aún.

—JoooOtros seis meses lejos.

—No, esta vez me voy por todo un curso.

—¿Qué? ¡Un año entero! ¿Me estás diciendo que en unas semanas te marchas y no vuelves hasta el próximo verano?

—Sí —respondió Marina con una sonrisa —. No puedo perder esta oportunidad. Sabes que me apasiona la cultura olmeca, maya, la teotihuacana, en general, todo lo relacionado con la cultura prehispánica y esta es una oportunidad única. ¡Voy a poder vivir el día de los muertos en persona!

—Y volver con el de los tatuajes

—¿Con Felipe? —preguntó riendo —. Bueno, sí, pero Felipe no significa nada en mi vida. Lo pasamos bien juntos, solo eso.

—¿Seguro?

—Seguro. ¿No pensarás que vuelvo a México por un hombre? —preguntó a su amiga a sabiendas que en parte así era, pero no iba a su encuentro sino huía de él.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—MarinaMarina.

Marina se giró nada más escuchar su nombre, no haciéndole falta dar la vuelta para reconocer la inconfundible voz de Pablo.

—Pablo —respondió sonriente, abrazándose al que fuera su novio.

—Sabía yo que te encontraría aquí —respondió dejándole un cálido beso en los labios antes de colgarse de su brazo—. Impresionante, como siempre —comentó —. ¿Cómo es posible que no me hayas llamado desde tu regreso? Y ¿Es verdad que te vuelves?

—Vaya, veo que has visto a Jorge. ¿Te ha contado que se casa?

—Sí y que eres la madrina.

—Sí, así es.

—¿Por qué no me has llamado? Creía que habíamos quedado como amigos.

—Lo siento, no tengo perdón por no haberte llamado en estos casi dos meses —respondió—. No he parado y al proponerme regresar menos aún.

—Menos mal que Mendizábal me ha traído hasta ti, ya nos unió en su día —respondió risueño—. Sabía yo que no ibas a faltar a la inauguración del gran maestro.

—Bien me conoces.

—Sí, un poco menos que Jorge —dijo parándose en medio de la acera—. Está un tanto mosqueado contigo.

—Jorge está idiota.

—¿Seguro?

—Del todo.

—Raro que Jorge se equivoque, preciosa, te conoce demasiado bien.

—Esta vez se equivoca.

—Muy bien, ¿la disfrutamos juntos? —sugirió, ofreciéndole su brazo, antes de entrar en la galería de arte.

—No lo dudes, un verdadero placer.

—Por cierto, ¿sabes algo sobre el nieto de Mendizábal?

—No, nada. ¿De qué hablas?

—Me han comentado que el nieto expone con él, dicen que es muy bueno.

—Si sale al abuelo así será.

Los ojos de Marina se clavaron en la enorme pintura instalada en medio de la amplia y diáfana sala. Las personificaciones del sol y la luna se fundían en un apasionado abrazo, envueltas en la intensidad de los tonos anaranjados y rojizos que se fusionaban hasta dar paso a un descomunal eclipse.

—Eclipse —murmuró.

—Increíble, sin duda alguna no era mentira lo del nieto, porque esto no es de Mendizábal —comentó en voz baja Pablo parado junto a Marina frente al gigantesco lienzo —. Sus trazos son similares, pero hay diferencias. La mezcla de colores es increíble, imposible trasmitir mejor la pasión de ese momento, porque está claro que la señorita Luna y el astro rey se estás dando el mejor de los homenajes—dijo con una amplia sonrisa.

—Sí —respondió Marina que no podía evitar acariciar su muñeca recordando las palabras de Daniel. —. ¿Cómo se llama el nieto de Mendizábal? —preguntó mientras pensaba que aquello era solo una coincidencia.

<<Solo es un eclipse, nada más, este mes no se oye hablar de otra cosa por la proximidad del eclipse del día veintiuno. Daniel no está detrás de esto, es imposible>>.

—Daniel —oyó tras ella —. Mi nieto se llama Daniel, ¿a qué es magnifico?

—Hola —respondió Marina mientras Pablo tendía la mano al pintor. —. Sí, así lo es, sin la menor de las dudas.

—Años llevo insistiéndole para que pinte y exponga conmigo. Ahora tendré que agradecerle a la que lo ha inspirado —De manera inocente explicó Mendizábal—y, espero que nos lo siga inspirando, pero sin darle mucho quebradero de cabeza.

Marina sonreía, siendo incapaz de vocalizar palabra. Ella sabía quién había sido la inspiración de aquel cuadro y, comenzaba a darle terror que su admirado pintor también lo supiese.

—Me alegro que finalmente lo haya hecho —indicó Pablo —. Sin duda, ha heredado la magia del abuelo. Me encantaría poder vivir en persona la pasión que transmite en esta pintura. Bueno, alguna vez la viví —Sonriéndole a Marina, que notaba sus mejillas enrojecerse, respondió.

—Es realmente bueno, sin la menor de las dudas.

—Gracias —respondió el pintor —. Daniel —llamó a su nieto al verlo entrar.

—Hola, abuelo —contestó Daniel antes de llegar junto a ellos—. Hola —gratamente sorprendido sin poder evitar lucir una sonrisa respondió.

—Estábamos hablando de lo increíble que eres.

—No hagáis caso a mi abuelo.

—Imposible no hacerlo —respondió Pablo —. No hace falta que te piropee, no estamos ciegos.

—Eres increíble.

—Gracias —respondió clavándole la mirada.

—Tu eclipse es espectacular. Esa conjunción de colores, la unión de ellos

—Sí —la interrumpió sin apartar la mirada de ella. —. Ya te dije que el eclipse era esa unión entre el sol—dijo acariciándose disimuladamente su muñeca—y la luna —continuó mirando de reojo su muñeca.

—¿Ah, pero os conocéis? —preguntó Pablo.

—Creía que no conocía a mi nieto.

—No sabía que era su nieto, ni que pintaba Judith no me lo contó.

—No podía, no lo sabía —Sonrió Daniel.

—Ha sido toda una sorpresa.

—Como para mí el verte —respondió sin apartar la mirada de sus ojos.

—Bueno, un placer hablar con ustedes, he de saludar a unas personas. Me toca hacer de anfitrión. Daniel siento decirte que has de acompañarme.

—Enseguida, abuelo, ahora voy. ¿Te importa que te la robe un minuto? —preguntó a Pablo.

—No, claro. Marina voy a seguir viendo la exposición.

—Voy enseguida.

—¿Por qué? —preguntó al alejarse Pablo.

—No entiendo.

—¿No entiendes? ¿Por qué te vas?

—¿A ver la exposición? A eso he venido.

—Sabes que no hablo de la exposición sino de México.

—Porque es una oportunidad única, aunque no creo que tenga que darte explicaciones.

—¿Y tú y yo?

—¿Tú y yo? —repitió soltando una risa nerviosa —. No hay ningún tú y yo.

—Marina, sabes perfectamente que entre nosotros hay una química especial.

—No, no inventes. Tú y yo apenas hemos coincidido unas horas en la vida. Quisiste ver algo que no hay —dijo empezando a alejarse.

—Marina

—Nada, Daniel, entre nosotros ni hubo, ni hay, ni habrá nada —dijo mirándolo a los ojos—. Enhorabuena, eres un pintor increíble. Estoy segura que te irá muy bien. Ahora te dejo, a ti te espera tu abuelo y a mí, Pablo.

—¿Pablo? ¿Has vuelto con él?

—¿Qué? Eso a ti ha de darte igual, pero no, no he vuelto con él.

—Marina, por favor—agarrándola por la muñeca y comprobando que ya no había rastros del pequeño tatuaje.

—Nada, no hay nada. Ya te lo dije, era efímero —mirándole a los ojos respondió—. Daniel, ve con tu abuelo, disfruta de tu gran día y, enhorabuena, eres verdaderamente increíble.

—Para lo que me sirve —contestó soltándola lentamente.

—Daniel

—Dime

—Le pasaré la foto de Chichen Itzá a Jorge.

—No, prefiero que me la enseñes tú.

—Yo me voy en unos días, si quieres que te la enseñe yo tendrás que esperar un año.

—Un año

—Un año Muy bien, trato hecho —dijo ofreciéndole la mano para cerrar el supuesto trato. —, pero ¿Sacarás una en exclusiva para mí?

—Pides mucho, ¿no?

—Preciosa —respondió acercándose a ella para susurrarle al oído—, poco te pido en comparación a lo que verdaderamente me apetece. Un año, muy bien, aunque nos arriesgamos a todo lo que puede pasar en doce meses.

—Solo es una foto.

—¿De verdad solo hablamos de una foto? —pasando sus dedos por las acaloradas mejillas de Marina. —. Mínimo una foto y un viaje en mi moto.

—Muy bien, foto y moto. Ahora vete, tu abuelo no para de hacerte señas.

—Mi abuelo, además de ser un grandísimo pintor. Sé que está entre tus favoritos, tiene toda la paciencia del mundo con su nieto —dijo antes de besarla en la cabeza —. Nos vemos en un año, no te quedes en México, no me obligues ir a por ti

—Vale —respondió con una sonrisa antes de alejarse de él.

—Marina, Marina ¿Cómo era eso sobre la idiotez de Jorge? —le susurró Pablo, con una sonrisa burlona en los labios, al tenerla junto a él.

—No empieces, por favor.

—Entonces es verdad que tu viaje a México es una huida.

—No, mi viaje a México es una oportunidad increíble para mí y, tú mejor que nadie lo sabe.

—Sí, pero

—Pablo, de verdad, déjalo estar. Terminemos de ver la exposición y vayamos a cenar, te invito.

—Muy bien. Ahora solo te recuerdo una cosa —dijo girándola hacia él para tenerla frente a frente—. ¿Recuerdas cuándo nos conocimos?

—Sí, claro, justo coincidimos en una exposición de Mendizábal —Con una sonrisa de oreja a oreja recordó.

—Sí, exacto. ¿Recuerdas que te invité a una copa y al ver mi moto?

—Te dije que si querías salir conmigo yo debía llevarla.

—Exacto y entonces entre risas me contaste tres absurdas reglas que debía cumplir el amor de tu vida: uno, tendría que gustarle Mendizábal. Dos, me soltaste un rollo sobre un eclipse —señalando con la barbilla el cuadro central de la exposición continuó—. Y tres, que tendrías que rescatarlo a caballo pero que la moto valía. Solo te digo que el nieto de Mendizábal tiene moto, bueno y tú. Yo cumplí dos, el eclipse no lo conseguí, pero aquí el colega te lo ha pintado.

—Pablo, deja de fantasear—Con una amplia sonrisa contestó.

—MarinaMarina, nos conocemos —respondió pasándole el brazo sobre los hombros.

—Pablo, olvídalo

—Muy bien, solo espero que no te arrepientas.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

No era la primera vez que estaba allí, pero si su primera visita a una de las siete maravillas del mundo le había puesto los pelos de punta al encontrarse ante su indiscutible mágica belleza, esta vez la indescriptible sensación se multiplicaba por susurrarle al oído un nombre.

—Daniel —escuchó a su espalda, girándose en medio de la escalinata.

—Soy idiota, como si no hubiera más Daniel en el mundo

—¿Hablas conmigo? —Felipe le preguntó al oírla.

—No, conmigo misma —Sonrió continuando su ascensión.

Noventa y un escalones la llevaron a la cima de Kukulkán. Noventa y un escalones, que multiplicados por las cuatro escalinatas que conforman la pirámide, suman trescientos sesenta y cuatro que al unirlos al templo nos dan la totalidad de los días de un año. Sin duda alguna, Kukulkán es una clara prueba de los profundos conocimientos de matemáticas, geometría y astronomía que los mayas poseían. Allí arriba todo le parecía pequeño, los cientos de turistas que se agrupaban alrededor del castillo, como los españoles denominaron a la pirámide al descubrirla, cayendo rendidos ante su descomunal belleza, parecían meras hormigas yendo de un lado a otro.

—México es increíble, pero estoesto no tengo palabras que lo describan —colgándose del brazo de Felipe comentó.

—Eso es porque estás sin aliento tras la subida —bromeó—, a ti ni los mayas te callan.

—Eso también —Sonrió—, pero de verdad entiendo que la UNESCO la declarara una de las siete maravillas del mundo.

Marina se soltó del brazo de su amigo para sacar fotos desde allí, poco tiempo le quedaba para tomar las vistas desde lo alto si quería disfrutar del espectáculo para el que habían ido.

—Marina, tenemos que bajar. Ya sabes que la bajada es más pesada y si quieres ver el sinuoso baile de la serpiente no podemos demorarnos.

—Un minuto —respondió sin dejar de mirar por el objetivo de su cámara.

Poco los separaba de la puesta de sol, el aire les daba en la cara, sentados en el suelo con las mochilas al hombro y rodeados de cientos de turistas deseosos de vivir aquel momento único. Momento solo visible dos veces al año, a la llegada de la primavera, como era el caso, y la entrada del otoño en septiembre. Momento en el que hipnótico baile de las luces y las sombras de la luz del atardecer te hacen presenciar el sugerente e imaginario baile de la serpiente deslizándose desde la cima de la pirámide a la cabeza emplumada de la serpiente que se encuentra en la base.

—Dame, yo las hago por ti. Yo ya lo he presenciado varias veces—le susurró Felipe quitándole la cámara de las manos para tomar las fotos. —. A ver si Queatzacóatl consigue enamorarte y te quedas en México—dijo besándola junto al cuello.

—Queatzacóatl no necesita hacer nada para enamorarme de tu país, pero

—Lo sé —respondió Felipe acariciándole la muñeca izquierda que él mismo había tatuado. —, pero aún tengo casi cuatro meses para convencerte de lo contrario.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—Tengo algo para ti —dijo Jorge nada más ver a Daniel llegar.

—¿Para mí?

—Sí, en mi móvil.

—No entiendo —sentándose junto a su amigo y dando un trago a la cerveza que acababa de pedir en la barra. —. Por cierto, un saludo a todos —dijo dedicándole una sonrisa a Judith, pues, aquella era la primera vez que se veían desde el verano. —. Hola, Judith, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Bien. Me alegro de volver a verte y de que le hayas hecho caso al tonto de mi amigo, si necesitas conocer algún secreto suyo no dudes en preguntarme.

—Así lo haré.

—Eh, no le hagas caso a lo que te diga este —respondió Jaime, dándole una palmada a su amigo en el hombro.

—¿Me vas a enseñar lo que tienes para mí?

—Ahora te lo envío al móvil —contestó sonriente buscando en su smartphone y dándole a enviar.

JORGE

Me han dicho que te copie esto. Creo que no necesitas que te diga quién: En cuatro meses la tienes en papel. Si el atardecer es impresionante, ver la entrada del equinoccio de primavera ha sido inolvidable. Sin duda alguna, te daría un buen motivo para un cuadro.

Jorge no apartaba la vista de su amigo, quería ver su reacción al leer el mensaje, ver en primera persona la sonrisa tonta que sabía se adueñaría de su cara. Tras ver aquella sonrisa le dio de nuevo a enviar a la foto que acompañaba el mensaje:

—Uauh

—¿Se puede saber qué secretos os traéis? —preguntó Jaime que la curiosidad le estaba matando.

—No, no se puede —respondió Daniel sin apartar la vista del móvil.

Ella no estaba en la foto, no había rastro de ella, ni siquiera su sombra, sin embargo, no necesitaba ver su cuerpo para sentirla cerca; la emoción lo invadió en forma de un incesante cosquilleo que lo recorría desde los pies a la cabeza. Ella no estaría en la foto, pero la sentía allí mismo, oculta tras el objetivo captando aquel momento para él.

JORGE

¿Te paso unas servilletas? Las babitas se te caen, ja ja ja

Daniel no dijo nada, solo levantó la vista del teléfono un momento para sonreírle a su amigo, sin la menor de las dudas, aquella era una inmejorable señal. Daniel volvió a mirar la fotografía, intrigando al resto del grupo al verlo tan ensimismado en aquel mensaje que no sabían ni qué contenía ni de quién era.

—¿Puedo saber qué le has enviado? —Una más que intrigada Sofia preguntó a su novio.

—Luego te cuento —respondió en voz baja.

No, no era ningún secreto a guardar, pero Jorge no estaba seguro si Daniel o, la propia Marina querían que Judith se enterase de aquel pequeño guiño entre ellos. Daniel soltó el teléfono sobre la mesa, dio un trago a su cerveza, dándose cuenta que era el centro de atención de todas las miradas.

—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara?

—¿Qué pasa? Eso tendrás que decirlo tú, que te has quedado agilipollado mirando el móvil. ¿Se puede saber qué veías?

Daniel dio un nuevo trago a la cerveza pasando la mirada de Jaime a Judith, en un intento de discernir si podía o no decir de quién era la foto. << ¿Por qué no? Es solo una fotografía y ella está con Jaime.>>, se dijo.

—¿Recuerdan que le pedí a Marina ver la foto del atardecer en Chichen Itzá? —mirando a Judith preguntó —, pues, ha tenido la suerte de vivir la entrada del equinoccio de primavera allí, se ha acordado de su deuda, ha sacado fotografía y se la ha enviado a Jorge para mí.

—¿Puedo verla? —preguntó Jaime mirando a su amigo, dedicándole un gesto con los ojos haciendo sonreír a Daniel. —¿O solo es para ti?

—Puedes verla —dijo buscando la foto en el móvil antes de pasárselo a su amigo.

—¡Uauuh! Es verdaderamente impresionante—respondió, notando la barbilla de Judith sobre su hombro mirando con curiosidad aquella foto.

—Es curioso, esta misma tarde hablamos por Skype y, no me dijo que te había enviado la foto y, eso que le dije que íbamos a vernos.

—Se despistaría, ya sabes cómo es Marinita—intervino Jorge —, justo antes de venir le envié mensaje y fue cuando me pasó la fotografía para Daniel.

—Sí, supongo. Ahora que lo pienso, seguro que es así, se iba corriendo que Felipe la estaba esperando, creo que iban a Teotihuacán.

—Teotihuacán, también ha de ser impresionante. México es mi asignatura pendiente —respondió con cierto resquemor al escuchar el nombre de Felipe.

—Igual deberías aprovechar que tenemos allí a Marina, seguro que te hace de guía encantada — intervino Sofia, dedicándole una mirada cómplice, consiguiendo hacerle sonreír.

—Ojalá pudiera, pero ahora es complicado, tengo mucho trabajo.

—Marina no vuelve hasta cerca de julio —intervino Judith—. Bueno, si nadie la convence de quedarse.

—¿Qué quieres decir con eso? —se interesó Daniel.

—No sé, a veces creo que ella regresó a México por el tal Felipe, pasan mucho tiempo juntos. No sé, igual me equivoco.

—Yo creo que te equivocas de lleno —respondió Jorge —. Marina no tiene nada con ese Felipe, no te digo yo que no se hayan liado en algún momento —dijo notando la mirada de Daniel clavada en él, atento a sus palabras—, pero no significa nada para ella.

—Bueno, de todos modos, aunque Marina y Felipe estuvieran juntos, ella te haría de guía encantada, eso seguro —volvió a hablar Judith.

—¿A dónde vas? —preguntó Jaime al ver levantarse a su amigo.

—Al baño, ¿o no puedo?

—Sí, claro, puedes y debes. No te nos mees encima —bromeó Jaime, a sabiendas que su amigo comenzaba a agobiarse con los comentarios sobre Felipe.

—¿Tienes un tatuaje nuevo? —preguntó Sofia fijándose en la muñeca izquierda de Daniel.

—¿Qué? Sí —respondió pasando el dedo índice de la mano derecha sobre el eclipse tatuado junto al sol.

—Déjame ver. Un eclipse —Tras observar la tatuada muñeca de Daniel antes de que el resto pidiera mirarla.

—¿Por tu cuadro? —se interesó Judith.

—Digamos que ambos tienen el mismo motivo —respondió con una sonrisa alejándose de sus amigos.

—No hables más del tal Felipe —mirando a su amiga comentó Sofia para sorpresa del resto.

—¿Por qué? ¿No entiendo cuál es el problema?

—Marina no se marchó a México en busca de un chico, sino huyendo de otro —se sinceró Jorge.

—¿Qué?

—Judith, no te enfades. De la misma manera que no te diste cuenta que a mí me gustabas, por muchas indirectas que te soltaba. Tampoco percibiste la atracción entre Daniel y Marina desde el mismo momento que se vieron —explicó Jaime acariciándole la mano, que tenía sobre su pierna.

El móvil de Jorge vibró sobre la mesa, consiguiendo la atención de todo el grupo al sonar por segunda vez rompiendo el silencio que se había hecho tras la confesión de Jaime.

—¿Hablas en serio?

—Del todo —respondió Jaime al tiempo que Sofia asentía con un ligero movimiento de cabeza.

—Sí —se sumó Jorge antes de coger su móvil.

—¿Por qué no me dijo nada?

—No quería hacerte daño —intervino Jorge desbloqueando su móvil—. Sabes lo importante que eres para ella y no quería que nada ni nadie se interpusiera entre vosotras.

—¿Está en México por mi culpa?

—No, eso no es así. Sabes que Marina se hubiese ido igualmente, Marina no hubiese dicho que no a pasar un año en México —respondió abriendo los ojos de par en par al ver el mensaje. —. ¡Joder! —exclamó justo cuando Daniel se sentaba.

—¿Es verdad que estás enamorado de Marina? —preguntó Judith pillándolo completamente por sorpresa.

—¿Qué? ¿Puedo saber qué ha pasado en lo que he ido y venido del baño?

—¿Estás enamorado de Marina? —insistió Judith.

—Bueno, digamos que —titubeó—, supongo que sí —dijo mirándola a los ojos, pareciendo pedir perdón. —. ¿Has sido tú? —preguntó a Jorge al verlo soltar su móvil al tiempo que a él le entraba un mensaje.

—Sí —respondió haciéndole un gesto para que lo mirase.

Daniel estaba estupefacto, no podía terminar de creerse aquella coincidencia. No aquello era mucho más que una simple casualidad, aquella conexión había existido entre ellos desde el momento de conocerse y, ahora estaba seguro de sus sensaciones al ver la foto tomada para él. Entre ellos no había nadie, solo un océano por medio que en unos meses ya no los separaría.

—¿Es su mano? —mirando a Jorge preguntó.

—Supongo.

—Déjame su número, por favor.

Nadie decía nada. Nadie sabía muy bien lo qué pasaba, aunque todos lo intuían, más aún al ver a Daniel fotografiarse su propia muñeca y enviar un mensaje.

DANIEL

Esto es mucho más que una simple coincidencia. Deseando tu vuelta. Solo has pagado la mitad de tu deuda, no lo olvides.

No podía evitar sonreír, haciéndole burla a sus amigos al ver las caras que le ponían.

—¿Estáis idiotas?

—No, tú es el que tienes cara de tontito —respondió Jaime, dándole una palmada en el hombro. —. Déjame ver el mensaje. ¿Es una foto, me equivoco?

—No, no te equivocas —dijo enseñándole la foto de un tatuaje exactamente igual que el suyo.

—¡Joder! Ni poniéndoos de acuerdo y yendo al mismo tatuador os lo hacéis tan igual—dijo notando la vibración de un mensaje entrante.

—Ni se te ocurra —amenazante, pero con una sonrisa dijo Daniel, recuperando su móvil.

MARINA

Lo sé, no lo he olvidado. Justo dentro de cuatro meses estoy ahí.

DANIEL

Contando los días para hacer realidad ese eclipse, ja ja ja

MARINA

¡¡¡Serás idiota!!!

DANIEL

¿Tú no? ¡Qué decepción! Ja ja ja ja

MARINA

Creo que me voy a borrar el tatuaje, ja ja ja

DANIEL

¡Ni se te ocurra! Ahora estamos conectados, aún más

MARINA

¿Puedo hacerte una pregunta?

DANIEL

¿Puedo llamarte?

MARINA



Daniel levantó la vista de la pantalla, dándose cuenta que tenía cuatro pares de ojos clavados en él.

—Ahora vuelvo —dijo levantándose.

—¿Al baño otra vez? —Con mirada socarrona preguntó Jorge.

—No —negó alejándose de ellos y saliendo a la calle.

Los nervios se apoderaron de él mientras marcaba su número, escuchando el tono de llamada a la espera de escuchar su voz.

—Hola, presuntuoso —escuchó al otro lado del teléfono.

—Seré presuntuoso, pero te has tatuado un eclipse.

—Solo es un eclipse—entre risas respondió Marina. —, no es tu nombre.

—Como si lo fuera.

—¿Entonces ahora junto al sol llevas tu nombre?

—Bien sabes que no.

—Ya no te quedan muñecas para más nombres.

—¿Qué? —preguntó riendo —. No pensaba tatuarme nada más, ya está todo cubierto y es más sugerente el eclipse, nadie más entiende el motivo, que ponerme Marina y luego pases de mí.

—¿Cómo Greta? —preguntó escuchando la sonora carcajada de Daniel.

—Greta nunca jamás pasó de mí.

—¿Entonces qué pasó?

—Murió de vieja.

—¿Qué?

—Era la Golden retriever de mis abuelos, ¿creías que era una chica? Así que estabas celosilla —riendo comentó —. Reconócelo y yo reconoceré que a mí me joroba el tal Felipe ese—dijo escuchando las sonoras carcajadas de Marina —. Ríe, ríe, pero estoy seguro que conoce el sabor de tus labios, cosa que yo no y muero por averiguarlo. Largos se me van a hacer estos meses.

—¿Has vuelto a pintar?

—Cambiando de temas eres toda una maestra, al menos, podías decirme que a ti también.

—Lo diría si fuese verdad

—Eres lo peor

—Ya ves. Daniel, te tengo que dejar, estoy en la base de Teotihuacán, las escaleras me esperan.

—Envíame una foto, pero esta vez quiero verte a ti.

—Muy bien, así lo haré. Daniel

—Dime —Una sonrisa afloró en su rostro al escuchar de su boca que también se le iba a hacer largo el tiempo —. Llámame cuando estés de vuelta en tu casa.

—¿Sabes que tenemos siete horas de diferencia?

—Lo sé, pero llámame —dijo con la más sugerente de las voces—. ¿Lo harás?

—Así lo haré. Un beso.

—Un beso.

Aquella madrugada Marina realizaría la primera de las muchas llamadas transcontinentales, que en los siguientes meses harían. Llamadas en las que ella le describía cada uno de los lugares descubiertos en el trascurso de su aventura mexicana a cambio de sus minuciosas descripciones de los cuadros pintados en aquellos meses.

—Hace un año no hacía más que oír de ti y ahora

—Me oyes a mí —la interrumpió risueño.

—Ríete, pero, a veces pienso, que en el fondo la pobre Judith nos unió

—¿Pobre? ¿Por qué pobre? Ella está muy feliz con Jaime, ya te lo digo yo.

—Lo sé, pero estaba tan

—Encaprichada, Marina, no le des más vueltas al tema. Y sí, no te voy a negar que no te falte razón, cuando nos conocimos ya casi era como si te hubiese visto antes, de tanto haber escuchado hablar de ti. Tengo ganas de que llegue mañana

—¿Y eso? —bromeó

—Simple, tengo ganas de ver de cerca tu tatuaje y ver cuál es mejor de los dos.

—Ya te digo yo que el mío. Felipe es el mejor

—Así que Felipe es el mejor—la interrumpió.

—Tatuador

—Tatuador —repitió.

—¿Vas a repetir cada una de mis palabras? —Rio.

—¿Y qué más sabe hacer el mexicano?

—Uy, notó cierto resquemor —bromeó sintiendo una punzada en el estómago—, pues, Felipe es un guía estupendo. Sin contar lo grandísimo que es como profesor

—¿Algo más?

—Hace unas margaritas deliciosas, su abuela hace un mole y una cochinita pibil de quitarse el sombrero

—Mi abuela hace la mejor paella del mundo —la interrumpió aguantando la risa.

—Cuando la pruebe te lo diré.

—Este fin de semana

—¿Qué? No ¿Estás loco? Además, este fin de semana tenemos boda.

—Y sin contar con las dotes culinarias de la abuela, que digo yo eso no le da puntos al mexicano, porque si no a mí ser nieto de tu adorado Mendizábal debe darme muchos más

—¿Esto es un concurso? —preguntó soltando una carcajada—. Pues, he de decir que besa muy pero que muy bien y

—No sigas —la interrumpió riendo Daniel—. Ya me hago una idea, pero aún no has probado los míos así que no puedes comparar.

—¿Me estás diciendo que besas mejor?

El nerviosismo crecía por momentos a ambos lados de la línea telefónica, provocándoles una sonrisa que no veían, pero era percibida por el otro.

—¿Y si te voy a buscar al aeropuerto? ¿Quién va a ir a por ti?

—Mis padres

—¿Y si les dices que voy yo?

—Vale, nos vemos en el aeropuerto entonces.

—Contando las horas para demostrarte que el mexicano es solo un principiante

—¿Estás celoso?

—Y eso lo dice la que estaba celosa de Greta —dijo soltando una carcajada.

—Yo no estaba celosa de Greta —proclamó —, y Judith me había montado una película que había sido una novia tuya.

—¡Si nunca me preguntó!

—Cariño, a las mujeres no nos hace falta nada para montarnos nuestra propia película. Y te dejo

—Hasta mañana.

—Sabes que en realidad no es mañana sino el viernes por la mañana temprano.

—¿Qué dices?

—Claro, son doce horas de vuelo que sumadas a las siete de diferencia con España

—Hostia, no había caído en ese detalle.

—Daniel, no pasa nada si no puedes ir al aeropuerto.

—Sí, sí que puedo. Envíame un mensaje antes de salir de México y cuando estés en Madrid.

—Así lo haré.

—Un beso.

—Un beso.

☼ ☼ ☼ ☼ ☼

—¿Nos volveremos a ver?

—¿Vendrás a España?

—No te digo que no, es una de mis asignaturas pendientes.

—Tú vente para España y prometo hacerte de guía, igual no tan buena como tú, pero lo intentaré —respondió sonriente antes de fundirse en un abrazo.

—Muy bien, en España nos veremos —contestó Felipe —. Ha sido un placer tenerte y hacerte este tatuaje —acariciando su muñeca comentó —. No me seas infiel con otro tatuador.

—Nunca —respondió—. Además, ¿a qué tatuador voy a encontrar que esté a tu altura? —dijo antes de tener sus labios sobre los de ella

— Buen viaje, Marina, nos vemos en España.

—Allí te espero.

Doce horas de vuelo, más de nueve mil kilómetros recorridos, sentía el cuerpo entumecido tras el largo viaje, la piel de la cara tirante y un deseo irrefrenable de pedirle al piloto que siguiera unos kilómetros más; pedirle que no parase sino recorriera los casi cuatrocientos kilómetros que los separaban de Valencia, lo cual significaría menos de media hora. Marina se colocó la camiseta y tras cruzarse su bandolera se levantó de su asiento siguiendo a sus compañeros de fila.

MARINA

Espero no despertarte. Ya en Madrid.

Poco tardó en escuchar el mensaje de vuelta.

DANIEL

Dormido estaba, nos vemos en unas horas. Un beso.

MARINA

Dulces sueños, un beso.

Eterna se le hizo la espera, pequeño se le hizo el aeropuerto, largo se le hizo la escasa media hora de vuelo. Marina se miró y remiró en el pequeño espejo, que siempre llevaba en el bolso. Las muestras de cansancio eran más que evidentes, a pesar de haberse refrescado y aseado en el aeropuerto de Madrid, necesitaba disfrutar de una larga y refrescante ducha. Un nudo se le hizo en el estómago al escuchar la voz del comandante avisando de la maniobra de aterrizaje y sobre todo al ver las luces de su ciudad bajo los cálidos rayos del sol. Pronto pudo distinguir el cauce del río, las inconfundibles siluetas del complejo arquitectónico diseñado por Calatrava y Félix Candela, las torres junto al río hasta volver a ver su mediterráneo antes de escuchar el sonido de las ruedas preparándose para salir de su guarida y tocar el suelo de su tierra.

Los nervios se habían apoderado de él, aún no terminaba de creerse que de un momento a otro la fuera a ver salir por aquella puerta de cristal, que cada dos por tres se abría dando paso a un imparable reguero de viajeros, unos cargados con repletas maletas y otros con una simple bolsa de mano. Unos sonrientes y emocionados al ver la cara de un ser querido al otro lado, otros corriendo mirando la pantalla de su móvil y, así, entre enchaquetados que, claramente viajaban por trabajo a orillas del mediterráneo, descubrió a la menuda mujer, que un año atrás se había colado en su vida, arrastrando una maleta que parecía pesar más que ella.

—Hola —se saludaron nerviosos mirándose a los ojos y dedicándose la mejor de sus sonrisas.

—Déjame que te ayudo —dijo Daniel asiendo la maleta, rozando su mano con la de ella, notando la calidez y suavidad de su piel.

—No, es necesario.

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

—Muy bien. Toda tuyaBueno, hasta que llegue a mi casa y me la quede—respondió tragando saliva al sentir los dedos de Daniel buscando su mano.

—Entonces, ¿te dejo en la puerta de casa? —preguntó mirándola a los ojos, al tiempo que tomaba su mano izquierda para ver aquel pequeño eclipse.

Daniel pasó sus dedos por el diminuto tatuaje, haciéndola estremecer y estremeciéndose el mismo con el contacto de sus dedos en la piel de ella. Dedos que abandonaron su muñeca para subir por sus brazos hasta tomarla de la cara y acercarla a la suya.

—Llegó la hora —Sonrió antes de besarla.

Largos fueron los minutos que en medio del aeropuerto estuvieron besándose, siendo esquivados por el vaivén de gente que cruzaba el aeropuerto, unos con prisas, otros con la parsimonia dada por el relax del periodo vacacional.

—¿Y bien? —Sujetándola por la barbilla preguntó.

—Tal vez, solo tal vez —respondió sonriente—, necesito otro pequeño ejemplo.

—Todos los que quieras, todo sea por tu seguridad—Sin poder borrar la sonrisa de su cara respondió.

—Mi despensa está vacía, pero ¿desayunas conmigo?

—Tu despensa no está vacía —le susurró—, alguien me dejó la copia de tu llave.

—Vaya, ahora sí que has ganado puntos —notando sus dedos buscando los de ella contestó.

—De aquí al final del día ya he ganado la liga —dijo poniéndose en marcha.

—Presuntuoso —Rio Marina reclinándose sobre él.

—Sí, sí, pero alzo la copa —respondió acercándola para volver a besarla.

FIN



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