Es una sensación muy especial adentrarse en las dunas del desierto. Es cierto que Merzouga no es pleno desierto del Sahara, pero la sensación para el turista poco experimentado en estos ambientes, es de estar casi abandonado a su suerte entre mares de arena que se va tiñendo con el sol, día a día.
No son lugares cómodos para dormir ni tienen las instalaciones básicas de un hotel, pero tienen algo que garantiza una experiencia inolvidable: la libertad y cierto aire de intriga y temor al dormir bajo una tela en medio de una naturaleza que nos es desconocida. Tumbados en las esterillas se puede escuchar el silencio y a duras penas intuir las gigantes siluetas que el aire moldea a capricho con la arena del desierto. Con las yemas de los dedos se llega a acariciar la suavidad de los granitos de arena que se van enfriando a medida que la noche todo lo cubre, y el baile de la haima servirá como mecedora para ayudar al turista a terminar el día, rendido por las maravillas con las que conquista Marruecos.
Pero la experiencia de dormir en una haima no termina con el caer de nuestros párpados, sino que se renueva cuando los primeros rayos de sol aún no han aparecido en el horizonte y una manada de dromedarios nos espera para despertar la mañana con un bonito paseo entre las dunas. Cuando la luz comienza a asomar y despierta con ella el contraste de luz y sombra del horizonte que se divisa lleno de altibajos, es el momento perfecto para retornar a degustar un buen desayuno y comenzar un día más en el país marroquí.