La verdadera valentía es quitarse los escudos y dejar que te toquen el corazón. Y cuando alguien lo consigue es algo mágico. La imposibilidad de que eso suceda lo vuelve atemporal.
El calendario te va dando patadas, zarandeándote en una vorágine que no cesa. Pero cuando nos encontramos nada ha cambiado y nos seguimos acariciando algo que baila entre la cabeza y el pecho.
Y no me cuesta abrazarte mientras el sol nos besa y reconocerte que me regalaste una confesión que me durará siempre. Me atrevería a decir que lo más bonito que me han dicho nunca.