Estaba aturdida y desorientada. Al entreabrir los ojos pude percatarme que yacía en lo profundo de una oscura y húmeda habitación. La oscuridad era tan densa que apenas podía distinguir las formas a mi alrededor.
Quise pararme para salir de ese lugar pero inmediatamente noté que algo me lo impedía: mis manos estaban firmemente atadas detrás de la espalda, mis piernas atadas juntas y una mordaza de bola cubría mi boca, silenciando cualquier intento de grito.
Otra cosa que noté fue que estaba sin ropa, solo vistiendo en lingerie, medias y liguero.
Alguien se había tomado la molestia de desvestirme, atarme y amordazarme muy bien. Me sentía vulnerable y completamente indefensa
Mi corazón latía con fuerza, el miedo y la confusión se entrelazaban en mi mente mientras luchaba por comprender cómo había llegado a esta situación.
Mientras trataba de encontrar una manera de liberarme, mi mente comenzó a divagar.
Recordé los momentos previos a despertar en esta pesadilla. Había salido de casa esa noche, ansiosa por disfrutar de una cena con amigas en el restaurante de moda de la ciudad. La música, las risas y las conversaciones animadas llenaban el aire. Sin embargo, entre la multitud, recordé vagamente haber notado a alguien que parecía observarme furtivamente.
Mientras trataba de desenterrar más recuerdos, mi mente se deslizaba hacia el pasado. Recordaba los desafíos que enfrenté, las decisiones difíciles que tomé y los momentos de alegría que experimenté.
Había amores perdidos, amistades que se desvanecieron y obstáculos que superé con valentía. Pero ninguna de esas experiencias parecía conectarme con mi situación actual.
Mis pensamientos se volvieron más frenéticos a medida que luchaba por encontrar una explicación lógica. Toda esta situación estaba comenzando a provocar sentimientos contradictorios en mi.
Empece a divagar imaginándome a mí misma como protagonista de una película de suspenso, perseguida por un misterioso enemigo.
Luego mi mente me transformó en una heroína en un mundo distópico, luchando contra la opresión y la injusticia.
Cada escenario parecía más improbable que el anterior, pero mi mente no paraba de buscar respuestas en las sombras de mi imaginación.
El tiempo pasaba lentamente, y con cada minuto que transcurría, la sensación de desesperación crecía en mi interior, pero también lo hacía un cierto extraño placer.
Traté de calmarme recordando las técnicas de respiración que había aprendido en clases de yoga, pero el roce de las medias de nylon, las cuerdas que me aprisionaban, la mordaza que me silenciaba, todo hacía que mis intentos fueron en vano.
La sensación de impotencia e indefensión mezclada con placer me envolvía como una manta fría y húmeda, ahogando cualquier destello de esperanza que intentara brillar en mi interior.
Entonces, en un instante, todo cambió. Un rayo de luz se filtró a través de una pequeña ventana en lo alto de la habitación, iluminándome débilmente el rostro. Con la luz vinieron la claridad y el reconocimiento. Las sombras se disiparon, revelando la verdad que había estado frente a mi todo el tiempo.
Me dí cuenta de que me encontraba en la habitación del hotel donde estaba por un viaje de trabajo, acostada en una cama muy cómoda. La sensación de miedo y confusión se desvaneció, reemplazada por un alivio profundo y reconfortante.
La noche anterior había estado disfrutando de mis cuerdas y mordazas, atándome y amordazándome yo sola (modestia aparte, soy muy buena en eso) y por lo visto me quedé dormida.
Con un suspiro de alivio, me dí cuenta de que todo había sido solo un sueño. Una ilusión creada por mi mente inquieta mientras dormía.
Aunque la experiencia había sido aterradora, la paz y la seguridad de saber que solo fue un sueño eran más reconfortantes que cualquier fantasía.
Pero rápidamente volví al momento actual porque seguía firmemente atada y amordazada, y con brazos y piernas entumecidos por pasar la noche así.
La sola idea de que la señora de servicio me encontrara vestida solo en lingerie, medias y liguero, atada y amordazada fue suficiente para despertarme y pensar en como escapar de esta situación en la que me metí yo solita.
Me costó bastante pero sí pude escapar de mis ataduras, y luego de un largo baño me arreglé y bajé a desayunar, eso sí vistiendo pantalones y blusa manga larga ya que las marcas de las cuerdas en mi piel iban a durar algunos días en borrarse.
Fuente: este post proviene de El placer de las cuerdas, donde puedes consultar el contenido original.
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