¡Qué sueño! Me acabo de despertar. Me voy al baño, y para mi sorpresa, nada más ver mi reflejo en el espejo pienso... ¡Joder, que buena estoy! ¡Qué sensación tan maravillosa!
Y sin maquillaje, sin peluquería. Y te aseguro que NO me levanto como las actrices de las telenovelas. Yo me levanto con legañas, con los pelos alocados, medio ojillo aun cerrado, y regañada por la luz del día. Pero aun así... pienso ¡Joder, que buena estoy!
Me planto ante el espejo y me miro fijamente. Mi cabello parece que tiene vida propia. Las canas parecen que ya marcan algunas décadas. Pero son años de experiencias, de vivencias, de risas, de conciertos, de bailes, de salidas, de viajes, de noches de besos, de copas de vino, de paseos por la playa, de VIDA.
Hay algunas pequeñas marcas del sol en mi rostro.
Tengo un adorable michelín en mi vientre, lo acaricio con cariño. ¡Lo sé!, ¡debería perder peso, pero es que odio perder!. Aquí he invertido horas de comilonas con mi familia, sobremesas de charlas con mis amigos, son esas cervezas acompañadas de tantas y tantas risas.
La gravedad comienza a manifestarse en mis pechos. La celulitis en mis muslos. Las bolsas de mis ojos, mi nariz prominente, mi piel es muy blanca y la flacidez de mis brazos hace el lote de imperfecciones. Y a pesar de todo esto... ¡joder, que buena estoy!
Viví una adolescencia de complejos marcados y estipulados por una sociedad cruel, inconformista y exigente. Una sociedad irreal que te vende un prototipo, un patrón al que DEBEMOS llegar. Una exigencia angustiosa e imperiosa que anula la felicidad y las ganas de vivir.
La sociedad marca un patrón, y tenemos que entrar en él para ser triunfadores. Un patrón y un canon de belleza igual para todas las razas, condiciones o constituciones.
Recuerdo golpear y lesionar mis voluptuosas caderas, dejando incluso moratones. ¡quería una talla menos, quería la talla 36 de las modelos! La talla que a pesar de matarme de hambre, me era imposible alcanzar por aquellos malditos huesos, aquellos odiosos huesos que me entorpecían alcanzar MI SUEÑO: una talla 36.
Pero un día te levantas, y te das cuenta de que la felicidad no está en la talla que uses, ni tan siquiera en lo bella que luzcas. Un día te levantas y eres consciente que la belleza es la felicidad que trasmites, la luz que desprendes. Ya no quiero ser demasiado alta, demasiado gorda, demasiado blanca... Ahora quiero ser ¡DEMASIADO FELIZ!
Ya no necesito entrar en una talla. Ya simplemente necesito amar a mis seres queridos, a disfrutar con ellos y de ellos. A vivir experiencias con ellos, sin importar lo que piensen o digan los medios de comunicación como TIENE que ser mi silueta, o como debo vestir para parecer más joven, o menos gorda, o más alta, o...
Ese día que te levantas y aceptas tu cuerpo, aceptas tus rasgos, aceptas tu belleza. Ese día que te miras al espejo y puedes decir sin complejos y sin sentimientos de culpa que bella soy. Sin tener miedo a parecer creída por amarte, por gustarte, por respetarte. Ese día que subes tus fotos a las redes sociales sin filtros. Ese día que aceptas el paso del tiempo, que aceptas que los años envejece tu rostro sin ningún tipo de pacto con el diablo o sin pócimas mágicas para la eterna juventud. Ese maldito día que digas ¡Joder, que buen@ estoy! ese maldito día serás feliz.
Recuerda Cupider@ que un pájaro posado en un árbol no tiene miedo a que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, si no en sus propias alas.
Ahora pintaré mis labios de rojo, me pondré la mejor de mis sonrisas y me voy a la calle. Porque una sonrisa combina con todo lo que te pongas.
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