Todos estuvimos alguna vez en esta posición. Entramos a una librería porque si. Porque los colores y las letras nos llaman. Nos retienen. No sabemos por qué entramos, pero entramos. Yo tomo estas situaciones como una señal. Dejo que la falta de conciencia sobre mis propios actos sea mi guía. Salgo de la librería con al menos un libro que nunca haya escuchado nombrar. Puntos extra si no conozco al escritor.
Vi El gato que venía del cielo y me quedó clarísimo. Tenía un gato en la portada, un gato en el título y era corto —Cuando uno no sabe a qué atenerse, que sea corto es un buen aliciente—. Además… ¿ya mencioné los gatos? Nada puede salir mal si hay gatos de por medio. El nombre de Takashi Hiraide también me atrajo. Si bien no lo conocía —y tuvo puntos extra por eso—, era japonés. Y algunas de las cosas más emotivas que he leído en mi vida vienen de ese país. Sin leer ni siquiera la contratapa, El gato que venía del cielo se fue conmigo.
Lo poco que pude averiguar sobre Takashi Hiraide fue que nació en 1951, en la ciudad de Moji. Es un poeta, y este es uno de sus primeros encuentros con la prosa, y una de las primeras veces que su trabajo es publicado fuera de Japón. ¡Y qué comienzo! Un bestseller orgánico como pocos. Un libro sin campañas de marketing que simplemente le gustó a los lectores.
Un libro que alcanzó su status de bestseller porque las librerías lo ponen en sus vidrieras, o en sus estantes más accesibles —Así lo encontré yo—. Quienes lo leen lo recomiendan, y, no es ningún secreto que hoy por hoy, cuando el margen de atención de las personas es cada vez más corto, que el libro tenga solo 170 páginas es bueno. Aunque tal vez el éxito de El gato que venía del cielo tenga que ver también con su dualidad. Con su cualidad de ser tanto una historia simpática y entretenida o una fuente perpetua de reflexiones profundas y coloridas. No hay público que se le resista.
La historia se desarrolla a fines de los años 80, y es aparentemente autobiográfica. La pequeña novela está estructurada como una colección de escritos que el protagonista/narrador/autor comenzó a elaborar en un esfuerzo por entender por qué él y su esposa se encariñaron tanto con Chibi, el gato visitante, o el que «venía del cielo».
Esposo y esposa, ambos escritores, se enfrentan al día a día, a una relación que ha perdido su encanto, a un trabajo demandante que les permite vivir su vida sin demasiado autoanálisis. Y luego aparece Chibi. Lo tientan a quedarse, modifican su hogar y su rutina para acomodar a este ser temperamental y distante. Su presencia, poco a poco los aleja de sus escritorios, del hastío y el ensimismamiento y los lleva al jardín, que en esta historia llena de símbolos y alegorías, puede significar algo mucho más profundo. Mucho más vital.
El gato del título alude a una situación con la que muchos se podrán identificar. Al menos yo me he enfrentado alguna que otra vez a algo así. Un gato vecino que aparece periódicamente porque sabe que allí hay comida extra, un lugar diferente para descansar, o incluso cariño diferente al que obtienen en su casa. Ese gato que te adopta, pero no sabés si sos suyo, o simplemente sos otra dimensión en su mundo. En la prosa poética y rica en imágenes de Takashi Hiraide, ese gato es el cambio, la pérdida, la incertidumbre de la cotidianeidad y la relación con el mundo que nos rodea.
Esta es la que vino del cielo para mí
A medida que la historia se desarrolla, entra en el terreno de la metaficción. El autor de alguna forma nos hace partícipes en la intimidad de la creación. Nos damos cuenta de que lo que leemos es en realidad la novela que él escribe, y su efecto es asombroso. De la mano de Hiraide, lo que parece una trama sencilla, te transporta a un mundo mucho más bello. A convivir con la misteriosa naturaleza de los lazos que nos unen a otros seres.Es conveniente, es ágil y se lee rápido, pero su efecto no se va. La historia, que bien podría ser una fábula, se queda con nosotros. De alguna forma nos cambia, porque trae a la superficie preguntas importantes, y nos obliga a mirar hacia adentro para responderlas. Con cada lectura nace una nueva interpretación. —Si, no puedo esperar a volver a leerla.