Desde que abrió sus puertas en 1997, el Museo Guggenheim (del arquitecto Frank O. Gehry) es el estandarte que simboliza al nuevo Bilbao. Lo que se ve desde fuera es una gran obra escultórica vanguardista construida con planchas retorcidas de titanio, zinc, caliza y cristal, pero en su interior alberga diversas exposiciones de arte contemporáneo durante todo el año. Bien por la belleza exterior, o bien por las colecciones que acoge, es parada obligatoria para los visitantes que acuden a Bilbao.
Siguiendo con una ruta por la parte más moderna, el Ensanche y Abandoibarra, se disfruta de la renovación urbanística de los últimos tiempos. A unos pasos del Guggenheim se levanta la Torre Iberdrola, el techo de Bilbao a nada menos que 165 metros de altura. Si este impone por su altura, el edificio Osakidetza lo hace por los innumerables prismas de cristal que forman su fachada.
Tanta innovación en el nuevo diseño de la ciudad crea todo tipo de impresiones, pero Bilbao también conserva su parte más tradicional. Paseando por los rincones de su casco antiguo, entre vinos, cañas y pintxos, nos chocamos con algunos edificios emblemáticos.
El Teatro Arriaga, de estilo neobarroco, sustituyó en 1890 al antiguo Teatro de la Villa, aportando a la ciudad un nuevo epicentro de la cultura más amplio y moderno. Nada tiene que envidiarle el Mercado de la Ribera, el mercado cubierto más grande de Europa, donde se siguen comerciando cada día con todo tipo de alimentos.
Muy cerca, y también junto a la ría del Nervión, se encuentra la Iglesia de San Antón (siglo XV)el templo más emblemático de Bilbao. Sin embargo, parece que hay otra catedral con más adeptos, la del fútbol español, San Mamés. Hasta 40.000 almas rojiblancas se citan allí para ver jugar al Athletic de Bilbao, uno de los clubes legendarios de España y de Europa.