04 Viernes nov 2011
Posted by juancarlosboveri in deborah kerr algo para recordar
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Déborah Kerr fue una de las mejores actrices del cine. Fue tan buena que nunca ganó un Oscar, aunque la nominaron seis veces. Claro, le dieron un Oscar honorífico por toda su carrera en 1994. Fue una de las pocas veces que se acordaron de ella ya que siempre se olvidaban de que existía. A pesar de haber filmado decenas de películas durante cuatro décadas y haber realizado grandes papeles en películas muy exitosas (“Mesas separadas”, “El rey y yo”, “Tres vidas errantes”, “¿Quo Vadis?”, son algunas) y haber trabajado con los mejores directores.
Como sea, forma parte de un selecto grupo de actores que perduraron sin tener en eso ninguna incidencia su mayor o menor talento. Solamente haber estado en las películas precisas y filmar las escenas precisas. Esas escenas que resultan imborrables y que permanecen como clásicas. Déborah Kerr estuvo presente en dos de las escenas memorables de la historia del cine.
Deborah filmó “De aquí a la eternidad” en 1953, dirigida por Fred Zinnemann. Hasta ese momento había hecho papeles de la chica buena y dulce que espera casarse para perder la virginidad. La novela de James Jones, en el que se basó la película, había sido un éxito. Tenía los elementos necesarios en la época para serlo: un soldado (Montgomey Cliff) acosado por sus compañeros para que haga lo que no quiere hacer: volver a boxear. Un amigo fiel (Frank Sinatra) que terminara mal sus disputas con un sargento (Ernest Borgnine). Otro sargento (Burt Lancaster) que inicia un romance con la mujer del capitán, un poco desalmado, de la base. Ninguno de los protagonistas imagina que está a punto de producirse el ataque japonés a Peral Harbor. Justamente donde todos ellos se encuentran. El año de la acción es 1941 y, por supuesto, la esposa infiel del capitán es Deborah Kerr.
Ella irá a una playa en compañía del sargento. La cámara tomara el mar y una ola, seguirá a la ola, hasta que la ola encuentre el cuerpo voluptuoso de Burt Lancaster y la absoluta femineidad y contenida sensualidad de Déborah Kerr. Estarán acostados en la orilla, la ola los cubrirá, la espuma irá y volverá sobre sus cuerpos. Ella se pondrá de pie y correrá hasta dejarse caer, boca arriba, agitada y ansiosa. Él la seguirá para caer sobre ella y volver a besarla. Una escena que ingresó a la historia del cine. Déborah estuvo ahí.
Se conocen en un barco. Él es un play-boy a punto de casarse con una millonaria que lo espera en Nueva York. Ella es una cantante comprometida con un buen hombre que, también, es rico. Se hacen amigos y bajan a tierra cuando el barco se detiene en un puerto de recarga. Ella lo acompaña a visitar a su vieja abuela. La abuela vive en un lugar muy bello, mágico. La abuela es una mujer muy especial y se produce un contacto singular entre las dos mujeres. Después de esa visita, ella se enamora de él. Lo ve como un hombre sensible que ha soñado con ser pintor pero que no se considera talentoso y ha elegido, en forma contradictoria, una vida ajena al arte y muy ligada al placer y lo material. Ambos se enamoran y deciden separarse por seis meses para arreglar sus asuntos. Los dos tienen que romper sus compromisos amorosos y él encontrar un trabajo y cambiar de vida. Deciden que la cita será en el Empire State Building. Llegado el día, él la está esperando en el último piso del edificio pero ella nunca llegará. Cuando corre por la calle para no llegar tarde al encuentro, un auto la atropella. Él es Cary Grant, que realiza una actuación memorable, y ella, naturalmente, Déborah Kerr.
Pasados los meses se encuentran de casualidad. Apenas se saludan. Pero él va a buscarla en la noche de navidad. Todo ese tiempo se ha sentido muy mal pero hay algo que ignora: ella ha quedado paralítica. El accidente le ha provocado un daño severo y ella no quiere que él sepa lo que le pasó. Solamente estará con él cuando pueda volver a caminar, si es que lo consigue. Y ahí está el play-boy, que ha dejado de serlo, frente a la mujer que ama. Ella, recostada en un sillón, simulando como puede. Él le dará una mantilla que su abuela le manda. La abuela ha muerto. Ella se la pone sobre los hombros y él comienza a despedirse. Cuando ya está a punto de marcharse para hacer un largo viaje, le cuenta que pintó un cuadro de ella. Expuso el cuadro pero no quería venderlo. El marchant se lo dio a una mujer que se quedó mucho tiempo contemplándolo. No le cobró porque ella no tenía dinero y estaba en una silla de ruedas. Mientras lo cuenta, parece entender de repente. Él va hacia el dormitorio y abre la puerta. En una gran resolución del momento, la cámara toma el rostro de Cary Grant mirando el cuadro, al mismo tiempo que un espejo dispuesto junto a él deja que el espectador vea el cuadro también. Él y ella, con las lágrimas cayendo de sus ojos y secándoselas mutuamente, se abrazarán para estar juntos siempre, en la ficción. Y, en la realidad, Cary Grant y Deborah Kerr estarán juntos para siempre repitiendo una y otra vez su historia de amor cada vez que alguien mire la película. Para siempre convertidos en mitos del cine romántico.
La película es “Algo para recordar” (“An affaire to remember”, dirigida por Leo Mc Carey; segunda versión de “Love Affair”, de 1937, del mismo Mc Carey, con Charles Boyer e Irene Dunne). “Algo para recordar” se filmó en 1957 y tiene un tema musical central (“Algo para recordar”) que ha perdurado en el tiempo como una gran canción de amor. La película es un clásico del cine y esa escena final es una de las más importantes e inolvidables de la historia del cine. Y Deborah Kerr también estuvo en ella.
Deborah Kerr (1921-2007), actriz inglesa.